Desde mi Colmena en Alcorcón: De la banda al equipo

Desde mi Colmena en Alcorcón: De la banda al equipo

Nueva columna semanal sobre la necesidad de implantar medidas que impidan a nuestros jóvenes la captación por parte de bandas violentas. Desde mi Colmena en Alcorcón: De la banda al equipo

El comienzo de esta semana ha llegado con la noticia del asesinato de un joven de diecinueve años y otro de veintiuno. Al principio se barajó la posibilidad de que pertenecieran a ciertas bandas y que, por tanto, murieran a consecuencia de un ajuste de cuentas con una banda rival.

Repentinamente, se han rectificado las conclusiones: lo sucedido no guarda relación con ninguna banda. Sin embargo, desde mi humilde opinión, y tal como reza un dicho que suele repetir mi madre en determinadas ocasiones: será verdad, mais eu non o creo.

Y, como a fin de cuentas ya debía dedicar una columna a este asunto de las bandas, sigo adelante en mi sugerencia de interponer algún medio contra su propósito de captar a los más jóvenes para sus razzias.

En primer lugar me he preguntado: ¿A qué clase de jóvenes se dirigen? ¿Qué convierte a estos en el blanco de aquellos que se benefician de manipular el dolor, el odio y la necesidad de pertenencia incondicional a un grupo, esta última propia de la inmadurez y la indefensión aprendida?

Durante la asamblea que se desarrolla en el capítulo XVIII de la novela Vidya Castrexa ―concretamente en las páginas 137 y 138―, el druida ilustra a los asistentes sobre la conveniencia de integrar en el oppidum (la aldea) a los integrantes de un clan que no ha hecho sino asaltarles con las legendarias y por entonces habituales razzias (de donde anteriormente he tomado el nombre):

Te aseguro, Tristán, que esos jóvenes nos aportarán más ayuda que preocupaciones. Están deseando hacer algo más que guerrear. Anhelan proteger, aunque ellos aún no lo sepan…[…]…entregarse a algo más gratificante; que les llevemos a descubrir otras capacidades aparte de la lucha. Que disfruten de aportar (añado: y del reconocimiento de su labor)…[…]… Desean sentir que pertenecen a un lugar donde todos conozcan su nombre, les saluden cada día y brinden con ellos cada noche alrededor de un fuego.

De hecho, Enio, la protagonista de la saga, es el primer botón de muestra de lo que sucede cuando un ser emocionalmente abandonado y cargado de dolor es adoctrinado en el odio, a una edad en la que resulte fácilmente moldeable. El manipulador cuenta entonces con esta bomba emocional sumada a una edad rebosante de energía casi incontrolable, y logra que su dominado ejerza la crueldad al servicio del miedo para beneficio de aquel… y puede que de alguien más (en Vidya Castrexa describo cómo se ganaba Roma el Patronatus por parte de los pueblos celtas. Yo ahí lo dejo…).

Mi tabla de salvación ¿Recordáis aquella columna? En ella describía el deporte y la escritura como dicha tabla en casos como el mío, pero mencionaba otros ejemplos, no importa de qué índole, con tal de mantener nuestra inquieta y prolífica mente volcada en alguna actividad gratificante y constructiva que sirva para desahogar talento y energía por una vía beneficiosa.

Sin duda, lo ideal sería desarrollarla en compañía de un grupo con el que interactuar en esa actividad tan positiva que, a la vez, creara lazos sociales sanos para un óptimo crecimiento personal.

Hace unos diez u once años se llevó a cabo una privatización de los polideportivos en Alcorcón. Como defensora del deporte, me escandalicé ante lo descabellado de la idea. Anticipé lo que iba a pasar después, más allá de la consecuente subida de precios: el detrimento en la salud de muchos mayores y la expulsión de muchos jóvenes que terminaron desperdigados por los bancos de los parques, en un lamentable desguace de portentos que antes formaban parte de algo tan sano, motivador e integrador como es un equipo (de fútbol, de baloncesto, de natación, etcétera).

Ante este campo de cultivo ideal para los captadores, he supuesto que entre la abundante oferta, estos buscarían concretamente a muchachos con una conducta que delatara cierto grado de desesperanza, manifiesta en una rebeldía continua, una rabia visible en su mirada, en su lenguaje corporal…

El miembro de una banda sabe distinguirlos, como los depredadores detectan a las presas más débiles y aisladas de las manadas que acechan.

Buscaría a un muchacho con signos evidentes de que nadie se preocupara por él lo suficiente como para estar más observado y vinculado a unos principios. Alguien carente de una confianza bien trabajada por sus progenitores. Alguien desarmado de todo lo que nos disuade de acercarnos a quien no debemos.

Si yo fuera un concejal o quien quiera que tenga el poder suficiente para devolver a los jóvenes a un grupo de pertenencia sano, iniciaría una campaña de motivación en las calles, parques, centros educativos…, observando e invitando a cada joven dotado/a de tal o cual habilidad a formar parte de un grupo o un equipo en el que encajaran sus aptitudes:

“Oye, he visto que eres muy bueno en esto. Vales muchoEres importante para nosotros, ven y prueba un partido/una reunión/una aportación a los murales del hospital con ese don que posees para pintar con tus sprays…”, lo que sea: existen tantas posibilidades como talentos desperdigados.

No hay joven que no desee escuchar palabras alentadoras y de reconocimiento. Ni adulto. Pero ellos las necesitan ya, urgentemente, si queremos apartarlos de las garras que los acechan.

Puestos en este caso, por supuesto, habría que garantizar el acceso al desempeño adecuado de su  potencial; ese que les llevara a distinguir entre la verdadera dignidad y su sucedáneo: el orgullo; que les ayudara a respetarse a sí mismos para no andar exigiendo temor -mal llamado por ellos: “respeto”– a base de actos violentos. Les haría saberse tan buenos en algo que nadie podría convencerles ya de que serían mejores volviéndose malos. Que les quedara claro que ese camino de perlas al final les hará resbalar y precipitarse cuesta abajo.

Como comenté en un artículo anterior (Ni armas ni cartucheras), no es suficiente con reforzar la seguridad. Dicha medida urge en este momento, pero quedaría en un improvisado parche cuya perpetuidad es un despropósito.

Toda esa energía juvenil, todo ese deseo de reconocimiento, no pueden ser eludidos. Es necesario y apremiante poner ya los medios para salvarles de las alimañas y ayudarles a alzar el vuelo hacia un futuro seguro, antes de que aquellas los atrapen para arruinarlo.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Su último libro, ‘Las abejas de Malia: el maestro griego‘ se puede adquirir pulsando aquí y en la librería “Nocturna de Libros” de la calle Parque Bujaruelo, 15. Por otro lado, la segunda parte de la primera entrega, ‘Vidya Castrexa’, se puede adquirir en el siguiente enlace.

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