Nueva columna semanal sobre la vida humana y perruna. Desde mi Colmena en Alcorcón: Con permiso… ¡GUAU!
Hola, me llamo Happy. Hoy mi guía (yo la llamo “madre”, pero aquí mantendré las formas) no puede escribir: está acalorada, desconcentrada, neurótica…,no sé, esas cosas que os pasan a los humanos.
Sí, nosotros también padecemos el calor (¡Vaya si lo padecemos! Con estas pieles… figuraos). Pero no sufrimos esas crisis que hacen que deis vueltas por la casa como leones enjaulados, o caminéis con prisa durante un paseo, mirando ese chisme que brilla y suena continuamente, sin deteneros a observar la maravilla que nos rodea.
A menudo, mi guía me llama “pesado” porque me detengo mucho a oler cuando vamos por la calle. No, no me ofende. Solo me importa cuando pierde la paciencia y me tira de la correa porque lleva prisa y tengo que renunciar a una fragancia nueva, o al mensaje de un colega al que hacía tiempo que no veía (mucho o poco tiempo, da igual: siempre es una alegría saber de mis amigos alcorcoperrunos).
Cuando me abstraigo por completo olisqueando un tronco, dice: “Ya está en Facebook”.
No sé qué es eso. No lo entiendo. Pero si es tan maravilloso como toda la información que yo puedo extraer de cada pliegue de la corteza que recubre un árbol… comprendo que os fascine.
Se ha demostrado científicamente que los perros gozamos de doscientos veinte millones de receptores olfativos, mientras que los humanos solo disponéis de cinco millones. Vaya, lo siento… Bueno, tampoco está tan mal ¿Por qué no los aprovecháis más? Por aquí hay unos jardines increíbles.
Pues sí: nuestra nariz es mil veces más sensible que las vuestras, aunque más pringosa, si eso os consuela. Captamos olores a dos kilómetros de distancia y a doce de profundidad. Por supuesto, ya sabéis que ponemos nuestro don a vuestro servicio, encantados. Rescataros es una de las misiones más hermosas que nos reservó la vida. Como a mí: rescatando hoy la columna de Patri. No podéis verla, pero anda corriendo como un pollo descabezado porque quiere dejar su segundo libro publicado antes de que todo el mundo termine de hacer su maleta y se marche de vacaciones.
Y hablando de vacaciones: por aquí ya andamos buscando lugares donde yo pueda disfrutar de la playa con mi familia. Os confesaré un secreto: no me gusta la arena, y el mar me parece una broma pesada; su agua es una estafa: cuando la bebo me da muchísimo asco y se me revuelve la tripa. Menos mal que llevan mi bebedero y mi botella de agua dulce. Pero la otra… ni las patas quiero meter ahí ¡Puaj!
Desde mi medio-igloo (Patri lo llama “el chiringui de Happy”) veo a los demás perros poniéndose perdidos de tierra y entrando a saltos en ese líquido infernal. Ladran felices y me pregunto por qué yo no soy así… He intentado hacer lo mismo porque sé que a mi familia le encantaría, pero me resulta imposible. Y aún así me adoran. Patri dice: “Tranquilo, a mí me pasa lo mismo para hablar en público”.
Como decía, detesto la playa. Pero mi familia…, ay, mi familia… Donde ellos estén, incluso en ese averno arenoso, se convierte en mi lugar favorito del mundo.
No sé por qué, no puedo quitarles el ojo de encima. Durante el curso lectivo, cuando salimos de casa cada uno por su lado, me siento tan incompleto: mi padre al trabajo, el chico al instituto, nosotros a dejar a la pequeña en el colegio… ¡Qué mal llevo eso de que Sarita salga corriendo a meterse allí! ¡Y que no me dejen entrar con ella! Miro a mi madre (vaya, lo solté): “¡Que se la quedan!”. Entonces ella, como si leyera mi pensamiento, me responde: “Tranquilo, estará bien y luego volveremos a buscarla”.
De donde yo salí nadie volvía a buscarte. Bueno, en mi caso, yo fui rescatado de la carretera por el furgón de la perrera municipal. Tuve suerte: la mayoría de mis colegas no sobreviven: atropellados, deshidratados, enfermos… y todo bajo la peor tristeza y angustia que se puede conocer.
Tardé mucho en perder el miedo a la noche. Patri decía: “¿Dónde habrás estado durmiendo tú?”. Yo no quiero recordarlo: fue triste y pasé mucho miedo. ¡Pero pasado está! Ya llevo cinco años y medio con mi familia (me encantan esas dos palabras: MI FAMILIA), y ya no tengo miedo a oírles hablar de las vacaciones, porque sé que cuentan conmigo.
Lo que más me gusta de todos los lugares donde vamos es la hierba que rodea nuestra casa con ruedas. Cada año es diferente ¡Podría haceros un mapa del país con el olor de cada tierra! Dormimos en lugares llamados Camping. ¿He dicho que lo que más me gusta es la hierba? Mentí: lo que más me gusta es mi familia, vernos todos juntos, por fin. Yo camino feliz, “capitaneando” ―como dice Patri―, girándome continuamente para mirarles. No quepo en mí de gozo.
A mi alrededor me parece oír: “¿Has visto qué familia tiene ese perro? ¡Vaya, qué suerte!” Sí… ¡Son todos míos! Muevo el rabo y camino dando saltitos, bien orgulloso. Ah…, las vacaciones: no hay prisas, no hay portazos… Nadie se marcha sin esperar al resto. Y nunca me quedo solo. Cuando vamos a comprar comida, espero en el coche con mi querido Raúl, que ya no es un cachorro como cuando llegué a casa. Se ha hecho grande y me rodea con unos brazos larguísimos.
¡Qué malito estaba Raúl cuando llegué! Señores importantes con nombres raros, pero que son como mi veterinaria, no hallaban solución a un problema nervioso que, además, le ponía en la diana del bullying. Al segundo día juntos, todos sus espasmos y tics desaparecieron y, como dice Patri, “empezó a comerse el mundo”. Nadie sabe por qué, ni encuentra explicación.
Yo sí…, pero es un secreto perruno. Si queréis conocerlo, adoptad a un colega. Pero no olvidéis cuidarlo muy bien; recordad lo que sois para nosotros. Y por favor: lleváoslo de vacaciones. Dice Patri que cómo se supone que pasará todos estos borrones y babas al ordenador. ¡Patri, que te he escrito la columna! ¿Te parece poco?
Al final me ha dado las gracias. Menos mal. Qué harían sin mí… Dicen que no quieren ni imaginarlo. Yo, como maestro en el arte de disfrutar el presente, seguiré haciéndolo con mi familia: lo que más amo de esta corta vida.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Su último libro, ‘Las abejas de Malia: el maestro griego‘ se puede adquirir pulsando aquí. Además, también se puede encontrar en tiendas como la Carlin de la calle Timanfaya, 40, que tiene un grandísimo servicio y amable, como el resto del municipio.
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