Nueva columna semanal sobre los sistemas de calificación en la vida. Apuntes desde Alcorcón: Sobreanálisis del arte
Mi padre nos entregó a mi hermano y a mí un método para calibrar cuánto nos dolía algo. Del cero al diez, siendo el cero nada de nada y el diez un dolor insoportable, cuánto te duele. Por suerte, a mi memoria no viene ninguna ocasión en la que tuviese que responder más que seis.
En mi vida de niño de siete años, donde el mejor sistema de calificación que había interiorizado consistía en tan solo dos conceptos (‘Necesita mejorar’ o ‘Progresa adecuadamente’) me resultaba fascinante poder utilizar las notas fuera del colegio. Era como jugar al fútbol en el pasillo o salir a la calle por la mañana un martes. Algo no cuadraba pero era fascinante. Implementé ese sistema en mi vida desde entonces y lo sigo aplicando hoy. De hecho, es una pregunta bastante recurrente en mis conversaciones. Qué nota le pones y razona tu respuesta. El análisis sin esa última y molesta cuestión sería insulsa como una pipa vacía.
Me encanta preguntar qué nota le pondrías a tu día o a tu cena porque considero que lleva un paso más allá las conversaciones. Ahora observo el mundo y veo calificaciones y valoraciones por todas partes. Me han copiado el sistema en bares y restaurantes. En hoteles. En muebles de IKEA. En habilidad con la pierna no natural de futbolistas del FIFA. Es genial porque nuestras notas nos delatan. Yo dejo que la suavidad coja el boli y redondee mis calificaciones y no puedo ser ni cruel ni honesto. Hay quien acorrala a la suavidad y apuñala el papel con el bolígrafo con un injusto suspenso.
Solo hay un ámbito en el que no comparto la invasión de las calificaciones y las valoraciones y es el artístico y cultural. Goodreads me propone hacer una reseña y ponerle nota al libro que he leído. Letterbox, igual con las películas. Solo Spotify continúa con el sistema de calificación infantil: me gusta o no me gusta. No podría ser crítico cultural o artístico. No puedo juzgar la canción de Shakira sobre Piqué del cero al diez. Preferiría no poder jugar nunca más al fútbol en ningún pasillo o no ver jamás la luz del sol matinal los martes. No quiero participar en el sobreanálisis del arte porque no se creó para eso. Creo que el arte es algo precioso y delicado que no podemos poner bajo un foco y una lupa o terminaremos haciéndola arder.
Nunca he pretendido dar menos lecciones a nadie que hoy. Solo pienso de dónde nos hemos sacado las directrices universales para ponerle nota al arte, más allá del muy válido me gusta o no me gusta. Creo que se disfruta más. Del cero al diez, un ‘escuchado’, ‘visto’ o ‘leído’ es más que suficiente.
Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro “Relatos de taller“, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.
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