Apuntes desde Alcorcón: Paralelas y torcidas

Apuntes desde Alcorcón: Paralelas y torcidas

Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre el orden y desorden físico y mental. Apuntes desde Alcorcón: Paralelas y torcidas

Mi amiga Ana se fija todo el tiempo en lo muchísimo que calculo y planeo todo. Se encarga, además, de recordármelo siempre que tiene la ocasión de hacerlo. Se ríe mientras lo hace porque, creo, le recuerda a tiempos bonitos.

Los dos fuimos compañeros de pupitre en el instituto durante muchos cursos. Nos resultaban curiosas las diferencias entre nuestras maneras de distribuir las cosas en la mesa. Parece mentira que dos personas tan similares en lo importante de la vida difieran tanto en las cosas más banales. Yo llevaba un estuche equipado con todo tipo de lápices, bolígrafos y gomas. Ella apenas traía un par de bolis sueltos en la mochila. Yo colocaba el libro y el cuaderno ambos alineados a las líneas limítrofes de la mesa. Todo paralelo y perpendicular. Ella, en cambio, optaba por lo diagonal y las bisectrices trazadas a mano alzada. Un tanto torcidas.

También había diferencias en los métodos para abordar un examen o un trabajo. No quiero ponerme por las nubes ni mucho menos, porque hace mucho que no salgo del nivel del mar, pero mi virtud era la anticipación. Tenía los apuntes preparados un par de semanas antes del examen y abordaba los trabajos también desde la trinchera de la antelación. Mi amiga Ana –lo siento, ¿eh? No volverá a ocurrir– se nutría de la adrenalina y la energía extra que esta le proporcionaba en el último momento.

Ahora las tornas han cambiado un poco. Diría que de volver al instituto sería ella quien tendría que prestarme los bolígrafos y sería yo el que pondría torcido sobre la mesa mis cuadernos. Las paralelas estarían en su mesa pegada a la pared, que nunca pude discutirle porque sabía que era una batalla perdida. Y las diagonales torcidas dibujarían en la mía un auténtico cuadro abstracto. ¿Su significado? Ni idea. Puede que ninguno.

Me sorprende mucho este cambio que me ha pasado. Ahora miro mi mesa en el trabajo y no veo el orden que solía reinar antes. Donde solía haber líneas paralelas ahora hay líneas torcidas. Supongo que la manera en la que ocupamos un espacio en el mundo tiene mucho que ver con cómo estamos ocupando nuestra cabeza nosotros mismos. Ahora veo que me queda una semana para entregar el TFM y que no lo tengo terminado, reterminado y revisadísimo. Imagino que no era sano calcularlo y premeditarlo todo tanto como hacía, pero desde luego irme al otro extremo tampoco es que ayude demasiado.

Creo que hay dos tipos de personas: las que lo piensan todo mucho y las que no lo piensan nada. Creo también que nos clasificamos en uno u otro grupo según el hecho pensable. Me encantaría proyectar la imagen de que todo me da igual porque estoy por encima de cualquier trivialidad, pero mentiría si dijera que no me gusta que me vean como una mente pensante. Una de mis sensaciones favoritas es el pecho inflado después de decir «tranquilo, ya lo había pensado«. Pero es que otra de mis sensaciones preferidas es la brisa marina interna que me provoca decir «me importa una mierda«. No termino de decantarme de verdad por ninguna de las dos y termino utilizando la frase equivocada.

Sé que cuando Ana lea esto pensará que estaba todo ideado desde hace semanas. Que este sábado 28 de mayo tocaba esta columna y ninguna otra. Ya te digo yo que no. Está escrita con el ímpetu de la adrenalina del último momento. En la lucidez del último día. Y has aparecido tú para echarme una mano. Definitivamente, hemos cambiado desde que compartíamos mesa en el instituto.

AV

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