Nueva columna semanal sobre las diferentes formas de actuar de los seres humanos. Apuntes desde Alcorcón: Nos divide el paraguas
Respeto a los que no soportan el frío, la lluvia y el “mal tiempo”. No respeto en absoluto a quien hizo la separación entre buen y mal tiempo. Aquella fue una decisión completamente arbitraria que debería haberse recurrido.
Prácticamente todo en exceso satura y termina siendo aborrecido. El clima no es la excepción. Dos meses seguidos de cielo azul despejado, ni un gramo de nube y un sol radiante son insoportables. Igual que dos meses seguidos de cielo plateado y lloroso. De hecho, apenas llevamos una semana entera de días lluviosos y un poco de frío y las ciudades y sus habitantes parecen colapsar. Ha llovido en el planeta Tierra desde el primer día de su existencia y solo nosotros formamos las que formamos cuando llueve. A veces me asusta lo fina y delicada que es la tabla de madera que sostiene al mundo.
La verdad es que estoy disfrutando muchísimo de estos días. La lluvia ha vuelto todo un poco más cargante, sí. Pero es un peso completamente asumible. La lluvia me ha cancelado planes y salidas y ha reducido el atractivo de aquellos que han soportado la embestida acuática. Pero me encanta este tiempo. Adoro el olor que trae a los jardines, me encanta que su consecuencia sea limpiar el aire y revivir los campos y amo profundamente que ablande los corazones y sea capaz de romantizar un miércoles por la tarde. Y ha traído de vuelta uno de mis gestos preferidos: abrir el paraguas.
Quien me conoce me ha oído decir alguna vez que adoro el gesto de abrir un paraguas. Un paraguas de los grandes, no de los pequeños. De ser ejecutado con acierto y rapidez, es uno de los movimientos más elegantes que existen. Cuando salgo a la calle con el cielo encapotado y con el paraguas en la mano espero de verdad que llueva para poder hacerlo. Pero parece haber gente que no disfruta del gesto tanto como yo. Parece haber quienes incluso deciden no llevarse el paraguas con ellos cuando el cielo plateado amenaza con ponerse a llorar. Si en algo ha fallado el negocio de los paraguas es en su marketing, en no haber conseguido que haya gente que no lo utilice por la única razón por la que fue creado.
Esta semana he descubierto que el mundo se fragmenta entre las personas que llevan paraguas cuando llueve o amenaza lluvia y las que no lo llevan. Supongo que no será una sorpresa anunciar que yo pertenezco al primer grupo. Al grupo de la cautela, de la actuación precavida, del prevenir antes que el curar y de planificar el viaje antes de llegar al destino. El segundo grupo es el de las emociones fuertes, el del laissez faire, el de “el que tenga miedo a morir que no nazca” y del de no saber el nombre del hotel donde se hospeda hasta que no le queda más remedio que tener que dirigirse hacia allí. Ayer viernes, cuando terminé de escribir esto, salí a la calle sin paraguas para intentar comprender al bando enemigo. Fue imposible. No sabía que mi empatía tenía límites hasta ayer.
Llevar o no llevar el paraguas. Esa es la pregunta a formular para conocer a alguien. Antes que lo del Cola Cao o Nesquik o la tortilla con o sin cebolla. Qué más da lo que vayamos a desayunar cuando vayamos de viaje. Lo que quiero saber es dónde está el hotel y si sabes llevarme o tengo que sacar yo el Google Maps.
Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro “Relatos de taller“, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.
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