Desde mi Colmena en Alcorcón: En un país multicolor

Desde mi Colmena en Alcorcón: En un país multicolor

Nueva columna semanal que nos ofrece una pintoresca óptica entomológica de la realidad política. Desde mi Colmena en Alcorcón: En un país multicolor

En un país multicolor… Hoy arranco con la canción que daba paso a cualquier episodio de “La abeja Maya”, dulce serie de dibujos animados que los boomers disfrutábamos en nuestra niñez y cuyo amado título, a pesar de la ternura que suscita en mis recuerdos, debo recalcar continuamente que no guarda relación con el de mi trilogía.

Volviendo al país multicolor: en un divertido esfuerzo imaginativo, vamos a circunscribir aquel vergel que habitaba la dulce abeja Maya a nuestra ciudad de Alcorcón, para lo cual en los pocos minutos que se tarda en leer este artículo, como por arte de magia nuestra ciudad trocará en un colorido jardín primaveral que inspire más alegría y actividad que el austero invierno.

Preparado el decorado adecuado, me dispongo a regalaros un pintoresco cuento.

Para ello tomo unos prismáticos con los que contemplaré más de cerca el caótico y afanoso trajín que se ve desde mi colmena. De esta manera, podré trasladaros cada detalle de este bullicio que agita a los innumerables insectos que faenan por el jardín.

Ahora sí; que el cuento comience como merece:

Erase una vez un lindo vergel llamado Alcorcón. Entre su amasijo de tallos y hojas se deslizaban, saltaban o correteaban una gran variedad de bichitos. Los había de todo tipo: jóvenes, mayores, cojos de alguna de sus múltiples patitas…

Todos convivían con otros más o menos alocados que perdieron una antena ―o ambas― y mostraban una desorientación inaceptable para la mayoría, que no comprendía que no es fácil vivir con una antena arrancada o mal desarrollada.

Sobre todos ellos revoloteaban otro tipo de insectos. Estos eran voladores de diferentes tipos. Entre ellos, destacaban mariposas de variados colores ―unas rojas, otras azules, otras moradas, y unos pocos voladores naranjas que se metamorfoseaban con asombrosa facilidad.

Entre dichos voladores se precipitaban, en vuelos más violentos, una suerte de avispas verduzcas (no las confundáis con mis pequeñas redonditas, peludas y muy trabajadoras abejas, por favor) que ansiaban dominar el jardín a costa de alertar a la multitud. Para ello, generaban miedos con el propósito de fanfarronear mostrando sus aguijones como única solución a dichos miedos, cuyos motivos, a su vez, se cuidaban de exagerar ellas mismas. Así se vendían como protección única e indispensable contra el mal.

Por supuesto, de haber problemas contra los que nada pudiera hacer su aguijón, negaban la existencia de los mismos. Así son las avispas verduzcas.

(Ay… avispas: la forma en que exhibís las rayas de nuestra piel son una vergüenza para nosotras, laboriosas abejitas que solo queremos seguir polinizando los cultivos y alimentando a toda la humanidad, sin distinciones, con la miel más enriquecida que podamos para que nada ni nadie se debilite).

Continúo con las mariposas: las rojas eran las más llamativas. De hecho, eran preciosas y atraían las miradas más amables. A su encarnado color se sumaba el tamaño de sus poderosas y ornamentadas alas, que encandilaban a muchos bichines que soñaban con volar algún día como ellas (y eso que las consignas delineadas por su vuelo no eran muy concretas… espléndida apariencia pero movimientos algo difusos).

Cerca de ellas podía contemplarse a las mariposas azules: también eran muy bonitas y atrayentes a simple vista. Pero si uno observaba su vuelo solo podía percibir movimientos recelosos e incluso algo agresivos, impregnados de envidia rencorosa hacia las rojas, como si todo su código aéreo se centrara en atacar a aquellas en lugar de idear formas nuevas para ganarse el favor del jardín por su propio mérito.

Llevadas por su falta de talento propio y la consecuente inseguridad de su carencia resolutiva, acompañaban con frecuencia a las avispas verduzcas en sus quiebros amenazadores, pagando para ello hasta el precio de negar junto a ellos la existencia de esos problemas que no podían resolverse a aguijonazos.

Afortunadamente, para este tipo de problemas que requerían de inteligencia y humildad, así como de una honradez ligada al respeto y la solidaridad, sobrevolaban el jardín unas modestas mariposas moradas. Estas no lucían alas tan esplendidas y ornamentadas como las rojas o las azules, pero su vuelo gozaba de una elegancia natural basada en la sencillez de la intención sincera, a la vez que innumerables movimientos claros, precisos y exhaustivamente meditados pero armónicos y de fácil entendimiento.

Sintiéndose amenazadas por la convicción que el vuelo de las mariposas moradas suscitaba en los habitantes del jardín, las mariposas azules y las avispas verduzcas emprendían vuelos rabiosos en torno a ellas, ya que no podían competir en razón y transparencia. Las atacaban, las hacían trastabillar con sus bravuconadas y, en vuelos a ras del suelo, desprendían una nube de polen, extraído de la “flor de las mentiras”, entre los ingenuos bichitos que se espantaban y desanimaban al aspirar todo el bulo contenido en la venenosa descarga.

Cuando esto ocurría, las mariposas rojas no siempre se posicionaban junto a las moradas, pues temían salir con una de sus bellas alas lastimadas.

Ah, sí… había otras de las que es fácil olvidarse: unos bichillos voladores de color naranja que mutaban dependiendo de con quién cruzaran su vuelo. Nada que destacar…

Otro día contaré de qué disparatadas formas pretendían las mariposas azules y las avispas solucionar un problema de inseguridad ciudadana, mientras las mariposas moradas, acompañadas de las rojas, se centraban en procurar que el néctar nutritivo alcanzara a todos los habitantes. De esta manera, ninguno se vería en la necesidad de ocupar una flor que no fuera suya, ni tendería a liberar contra el resto de bichitos las tensiones sufridas en una vida con antenas rotas, ya que contaría con las atenciones necesarias (un deporte accesible a todos, unas actividades sociales y culturales igualmente a su alcance, asesoramiento jurídico y laboral…).

Y colorín colorado… Feliz puente y mucha miel para todos.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo.

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