Desde mi Colmena en Alcorcón: Antetokounmpo

Nueva columna semanal sobre el deber de compartir la suerte con quienes demuestran un valor ejemplar. Desde mi Colmena en Alcorcón: Antetokounmpo

“El rey ha regresado de allende los mares” es el significado de semejante órdago para un Scrabble: Antetokounmpo. Suena mesiánico; una invocación esperanzadora, como cuando yo llamé Happy al perro más triste de la perrera. A veces los nombres atraen su propósito. En ambos casos, lo lograron.

Lo aprendí de la película: “Superación: la historia de la familia Antetokounmpo”, que accedí a poner en la tele bajo la insistencia de mi hijo, admirador del jugador de baloncesto Giannis Antetokounmpo.

Un día me propuse, a través de “Desde mi colmena” (al igual que con mis libros) proporcionar algo más que una lectura amena a sus lectores, y he encontrado un ingrediente imprescindible en esta historia.

El ejemplo de esta familia se ha grabado en el tuétano de mi memoria, más allá del frío plano intelectual, donde el aprendizaje supera los límites del mero deber moral. Y deseo hacerlo extensivo, porque hay contagios que sí son necesarios y éste, además, urge en los peligrosos tiempos que corren.

Hoy me permito recomendar una película, sí, porque no es una película común; tampoco responde a ideologías. Simplemente reclama nuestra humanidad, nos sitúa en otra opción de la existencia (“¿Y si yo hubiera nacido en…?”).

Es de las que amplían nuestra perspectiva de la vida, se abren camino en nuestro imaginario emocional y alimenta la capacidad de ponernos en la piel de otros. Nos arranca la venda que nos limitaba a asumir una realidad ajena desde cierta frialdad, a medias…

No obstante lo anterior, no creáis que la película incomoda o entristece; en un ingenioso equilibrio, los productores nos han procurado a partes iguales una delicada transmisión de belleza y una constante ternura hacia los protagonistas, siempre teñida de admiración. Logran que, por encima de todo contratiempo, el drama nos lleve a maravillarnos con el tesón de una familia que no nos hace brotar una lágrima sin arrancarnos después una sonrisa. El amor que los une resplandece tanto que nos lleva a una contradicción que enfrenta corazón y cabeza como pocas:

“¡¿Pero cómo pueden desprender tanta riqueza, a pesar de su situación?!”.

La familia Antetokounmpo nos devuelve un recuerdo ancestral: cómo era el ser humano antes de caer en la inhumanidad. Cuando éramos valientes, íntegros y solidarios.

Antes de esta película, defendía la integración de los inmigrantes desde una postura hierática: por el hecho aceptado de que todo el mundo tiene derecho a iniciar una vida nueva. Lo reivindicaba desde unos ideales morales. Nada me lo había llevado a las tripas… hasta ahora.

Después de esta película, me inunda su angustia entre arteros laberintos burocráticos; la crispante sensación de haber caído en una espiral de tomaduras de pelo sucesivas; las posturas inflexibles de quienes te niegan una ampliación de plazo, un sello a tiempo o una mínima piedad en sus palabras, con la misma rotundidad con que te pegarían un portazo en las narices.

Siento que he vivido todo eso, como en una pesadilla, sumida en esa neblina desoladora que te recuerda que has perdido tu tierra, cuna de tus primeros recuerdos; con la desesperanza mordiéndote los talones a cada evidencia de que no podrás recuperar una vida decente. Es horrible. No sabía yo todo esto… Mejor dicho: lo sabía pero no lo sentía en mi carne.

Acompañamos a la familia Antetokounmpo en una sucesión de infortunios y trampas que, sin esperarlo, te pueden convertir en una persona ilegal de la noche a la mañana. La realidad de que eso le puede pasar a cualquiera en el momento menos esperado te golpea con la certeza de una noticia que antes solo te sonaba a especulación: un día eres un trabajador honrado en tu país; al siguiente te ves huyendo a otro donde crees rehacer tu vida pero la pesadilla continúa.

Una noche, porque el gobierno cae en manos de una panda de mentecatos sin alma, observas aterrorizado cómo la policía expulsa de sus casas a familias como la tuya, en tu misma situación. Contemplando este horror, junto a ti un vecino comenta: “Este barrio se ha vuelto un lugar inseguro”… refiriéndose, precisamente, a quienes supuestamente garantizan la seguridad del ciudadano. Tela: una familia honrada escapando de las autoridades como si fueran criminales. Impensable, pero posible. Una injusticia que nos amenaza a todos. Aviso.

No contaré el final, aunque por la existencia en sí del exitoso jugador se deduce que el esfuerzo triunfó. Pero no lo habría hecho sin un golpe de suerte: la encarnada en esa persona entre un millón que no mira hacia otro lado. Esa que pone sus aptitudes y empeño al servicio de los valores que deberían recuperar lo mejor de nuestra condición humana. Esa que decide ayudar.

Existe algo más loable que emprender o crear: soportar la pérdida de todo lo obtenido y levantarte una y otra vez para empezar de nuevo… otra admirable lección extraída al final de la película, junto con una conclusión: que nacer es grande, pero renacer es grandioso.

Y ayudar a renacer… es de dioses.

(Raúl: Gracias por convencerme para que viéramos tan magnífica película sobre Giannis Antetokounmpo, tu ídolo. Logres o no un éxito similar junto al C.B. Alcorcón, ya estás en camino de ser una persona muy grande. Mañana, día 20, te felicitaré en tu decimoquinto cumpleaños, más orgullosa que nunca).

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Su último libro, ‘Las abejas de Malia: el maestro griego‘ se puede adquirir pulsando aquí. Por otro lado, la segunda parte de la primera entrega, ‘Vidya Castrexa’, se puede adquirir en el siguiente enlace.

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