Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre la Navidad. Apuntes desde Alcorcón: Todo nos parece posible
Me comentó el jefe de Alcorcón Hoy, Joaquín, que le llamaba la atención lo festivas, musicales y ruidosas que se han vuelto las cabalgatas. La carnavalización de la Navidad, lo llamó. Yo le dije que tenía razón.
Este año, sin ir más lejos, la primera canción de la cabalgata que escuché fue ‘Diva virtual’ de Don Omar. Y la primera carroza que vi fue de temática asiática. La carnavalización de la cabalgata es una realidad, ahora depende de cada uno cómo quiera tomárselo. A mí en concreto no me parece algo malo en absoluto. A Joaquín tampoco. Solo nos llama la atención. En Navidad todo nos parece mejor y nada nos molesta lo suficiente. Es Navidad. No hay nada que pueda hacer nadie para estropeárnosla.
Los días 5 y 6 de enero han sido siempre mis preferidos de esta época desde que era niño. La Navidad se guardaba siempre sus mejores cartas para el final. Te despedías de las mini vacaciones por todo lo alto. ¡Cómo no ibas a odiar el segundo trimestre! Tratabas de exprimirle todo el jugo a esos dos mágicos días. Ibas a la cabalgata dispuesto a vaciarte y a dar lo mejor de ti. Recogías caramelos que terminaban hasta debajo de los coches. Comías roscón, e incluso le dabas una decimoséptima oportunidad a la fruta escarchada. Nada, no hay manera. Está malísima. Llenabas de agua y de leche los cuencos hasta que rebosaran. Los llevabas al salón caminando con firmeza para que no se derramaran. Te ibas a la cama y cerrabas los ojos más fuerte de lo normal para dormirte antes esa noche.
De pequeño, salir y desfilar en la cabalgata me parecía algo inalcanzable. Pensaba que quienes salían eran personas dedicadas exclusivamente a aquello. Luego vi a algunos amigos míos salir y se desmoronaron los pocos cimientos sólidos de mi cabeza a los diez años. Fue como encontrarse con un profesor del colegio en el supermercado. Resultó entonces que sí, que se podía tener una vida normal y desfilar en la cabalgata. O mejor al revés: se podía desfilar en la cabalgata y tener una vida normal a la vez. Es Navidad. Todo nos parece posible.
Esos amigos míos que aparecían en la cabalgata de Alcorcón siempre se acercaban a mí para darme caramelos. No sé si me daban más que al resto, pero desde luego me daban los mejores. En la cabalgata ves cosas muy llamativas, carnavalizaciones aparte. Ves paraguas al revés, agilidad en las abuelas, picardía y malicia en los padres y honestidad en los niños. Enfrentarse a la dicotomía de abalanzarse o no sobre un caramelo que claramente está en la zona de otro es el mejor examen de filosofía del mundo. Como el amor a los padres, la ilusión en la cabalgata varía según la edad: enorme en la infancia, menor en la adolescencia y de nuevo enorme cuando eres adulto. De mayor quiero seguir siendo hijo.
Nuestros regalos de Reyes dicen mucho de nosotros. Dicen lo que queremos ser o a quién nos queremos parecer, dicen a qué dedicas tu tiempo, o a qué querrías empezar a dedicárselo. Dicen cuáles son nuestros recuerdos, y qué cosas nos gustaría transformar en recuerdo en el futuro. Los libros son el mejor ejemplo de todo esto. Dime el título del libro que te han regalado y te diré quién eres y cómo estás. En mi caso son ’Prórroga’, ‘Rewind’ y ‘Saber perder’. Parece que no termino de enterarme de cómo me van las cosas ahora.
Sea como sea, el mejor regalo de Reyes es siempre el que no pediste a tiempo. El que se te ocurrió una vez enviaste la carta. Por eso insistían tanto nuestros padres en que lo pensáramos bien. Confías en que los Reyes te lean la mente, por aquello de Magos. Y con eso basta. Por lo menos a mí. Aunque luego no salga como queríamos, todo nos parece posible.
AV