Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal hablando sobre la fuerza del mensaje. Apuntes desde Alcorcón: Palabra de Will
Lo de Will Smith de esta semana ha sido tremendo. Así empezamos. Directos. He leído y escuchado muchas cosas. Muchas y muy diversas opiniones. Unas más profundas, otras más superficiales. La mía es que ya me gustaría que alguien estuviera dispuesto a defenderme así en cualquier situación.
Con todo el jaleo alrededor del guantazo se ha perdido el foco sobre el Oscar de Will Smith y sobre la película que protagoniza: El Método Williams. Realmente solo se ha llamado así en España. En Latinoamérica se ha renombrado como Rey Richard: Una familia ganadora. Y el nombre original de la cinta, en inglés, es un escueto King Richard. La atención queda reflejada en la figura del padre de las magníficas hermanas tenistas: Richard Williams. Un tipo cegado por sus ambiciones de triunfo que sacrificó las infancias y adolescencias de sus hijas sin preguntarles. Más que un rey, Richard fue un tirano. Cumplió su objetivo, pero a qué precio.
Respeto la traducción española del título de la película pero no la comparto. Creo que se pierde la verdadera intención de la historia y de sus guionistas. Porque la cinta no va de cómo Richard Williams preparó y formó a sus hijas para convertirse en estrellas mundiales del tenis, sino de la figura del propio Richard. De cómo se grabó a fuego en la frente la frase de el fin justifica los medios. De hecho, diría hasta que las escenas y pasajes en los que muestran la crueldad e impasibilidad de Richard con Venus y Serena están ahí solo para profundizar en el carácter del padre. Y eso no se aprecia si la película se llama de una manera y no de otra.
Todo esto me ha hecho pensar en la cantidad de cosas que se quedan por el camino en la traducción. Una de mis columnistas favoritas, la argentina Tamara Tenenbaum, trabaja en una editorial y traduce libros continuamente. En una de sus últimas columnas comentaba que cuando traduce uno se siente sola y perdida en un paisaje espeso. Habla de su obsesión inicial por ser lo más precisa en la traducción, y de su búsqueda empedernida de sinónimos al darse cuenta de que el español es una lengua en la que las repeticiones duelen en la espalda.
Me apena saber que hay cosas que no pueden pasarse a otro idioma. Que habrá miles de cosas que nos habremos perdido. No solo en libros o películas. Esto va más allá. A veces no sabemos expresar algo con palabras. A veces insistimos en el intento. Otras veces no somos capaces ni de saber por dónde empezar. Se dice que lo que no tiene nombre no existe. En cierto modo es verdad. ¿Cuánta de real hay en algo que solo conocemos nosotros?
La bofetada de Will ha sido su manera de contarnos lo mal que lo han pasado, pero se perdió en la traducción. Creo que nos hemos fijado más en las formas que en el mensaje. Y así, poca gente ha comprendido que, aunque no supiera contar bien ni ponerle nombre a que ha tocado fondo, sí que es real.