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Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre la esencia de la literatura y la verdad. Apuntes desde Alcorcón: Querido diario
Para este curso –me gusta seguir llamándolos así aunque ya no sea alumno- me propuse leer como nunca antes había leído. Mucho y muy bien. Mi carta de Reyes estaba coronada por libros y desvalijé las estanterías de mi abuela, la lectora más eficaz que he conocido.
Trato de buscarle la literatura a todos los elementos del día a día porque sé que todos tienen algo que contar. Recopilo ideas y frases redondas en una de mis notas del móvil. Sé que él las organizará y almacenará mejor que yo. Me las he arreglado, también, para multiplicar mis inputs o estímulos externos sobre literatura. Ahora cada vez que entro en Twitter me aparecen capturas de pantalla, fotos a páginas encuadernadas o tuits con líneas entrecomilladas. Personas alucinando con sus pasajes favoritos. Compartiéndolos ilusionadas y recomendándolos. Y los libros que más se repiten son los diarios.
Creo que puedo decir que mi libro favorito es ‘El periodista deportivo’, de Richard Ford. Curiosamente, cuando lo terminé de leer lo aborrecí. No porque fuera un mal libro, sino porque esperaba tanto de él que le fue imposible siquiera rozar la expectativa. Ahora veo que no, que el problema lo tuve yo. No supe apreciar lo que me quería contar. Y, sobre todo, la forma en la que me lo contaba: estilo diario.
El diario de un escritor es su alma replicada letra a letra. Es lo más próximo a ser su amigo. Es que te hubiera mandado audios de WhatsApp contándote cómo se ha sentido al levantarse y desayunar, lo que le ha sucedido en el metro yendo a trabajar o lo que ha descubierto en Internet durante su descanso. Hay más literatura en el “Alemania le ha declarado la guerra a Polonia. Por la tarde, fui a nadar” del diario de Kafka que en los cientos de libros que se han publicado este año juntos. El diario de un escritor es su versión más honesta proyectada en papel. Lo más visceral. Lo que no ha tenido que pasar por el filtro de nadie. Tan solo el del propio autor.
Me fascina el concepto del diario. Parece mentira que no haya calado en nosotros la idea yanqui de tener un diario. De allí hemos adoptado conceptos buenos, malos y rematadamente malos. Pero lo del diario es algo que como sociedad no podemos perdonarnos. Basta con anotar dos o tres frases, y ni siquiera diariamente. Creo que lo de llamarlos diarios tiene más que ver con el deseo irrefrenable de contar lo que sea y no tanto con escribir algo en ellos todos los días. Mantener un diario es más sencillo de lo que creemos. Siempre nos pasan cosas. Y cuando parece que no, es el momento de hablar de algún pensamiento fugaz que nos haya ocupado la mente durante algunos segundos.
Los diarios nunca mienten. Contienen la verdad y nada más que la verdad. Son los escritores hablándose a ellos mismos. ¿Qué sentido tendría el fraude allí? Tenemos la suerte de tener al alcance de un click los diarios de grandes plumas de la historia –a unos quince euros si queremos tener la versión trabajada y encuadernada-. Vamos a aprovecharlo.
Pienso de verdad que allí se esconde la verdadera esencia de la observación, de la reflexión y de la literatura. En esos pasajes aislados del foco y escritos en pijama. Con un moño que se cae o con un bigote sin arreglar y con la fruta a medio comer y el café, que alguna vez estuvo caliente, frío. Con el talento levantando la indiferencia que a veces nos muestra la vida.
AV