Apuntes desde Alcorcón: Mi nombre en la portada

Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre ser un escritor. Apuntes desde Alcorcón: Mi nombre en la portada

Allá por septiembre, cuando estaba rotísimo y perdidísimo, me apunté a un taller de escritura. Meses después sigo buscando piezas que no encuentro, pero ahora en mi casa tengo un libro en el que aparece mi nombre en la portada. Y es genial mirarlo.

Escribo esto entre el jueves y el viernes, antes de la presentación del libro que hemos escrito entre varios del taller. No he estado en demasiadas presentaciones de libros en mi vida. De hecho, creo que las podría contar todas con los dedos de una mano. Son muy pocas, lo sé. Y más para alguien que se dice escritor, aunque nada más lejos de la realidad. Creo que lo que más me ha echado para atrás en relación a ir a presentaciones de libros es tener la oportunidad de hacerle una gran pregunta al autor del libro, que antes de responderme diga “oh, qué buena pregunta” y no aprovecharla. No saber qué preguntar. No se me da bien hablar por hablar. Aunque luego todas se pierdan como lágrimas en la lluvia, me gusta pensar que mis palabras llegan a alguna parte y se quedan allí a vivir durante un buen tiempo.

El viernes las tornas se van a cambiar -para cuando leáis esto ya se habrán cambiado-. Seré yo quien pueda responder “oh, qué buena pregunta” a alguien. Espero estar a la altura y saber qué decir. He pensado mucho en qué podría contestar a cada una de las quinientas preguntas que mi mente ha imaginado que podrían hacerme. Que si mi estilo, que si por qué esos temas, que de dónde saqué la inspiración… He llegado a la conclusión de que son preguntas muy íntimas. No descarto romperme y ponerme a llorar en mitad de una respuesta. Lo digo en serio.

Lo pongo por aquí por si no puedo volver a recomponerme en mitad de la presentación. Hay quien escribe desde la felicidad y la alegría. Hay quien escribe para evadirse de sus problemas. Como terapia, como manera de desahogarse. Hay incluso quien disfruta escribiendo. Yo no lo hago. A mí me cuesta un mundo sentarme a manchar un papel. A rellenar un Word, más bien. A quién vamos a engañar a estas alturas.

Yo no. Creo que yo escribo desde la tristeza. Mi parte del libro que hemos publicado son relatos tristes. O nostálgicos, si queréis. Creo que ya hay suficientes historias con final feliz como para ponernos a aumentar la cifra. Cuando se pasa mal te consuela un poquito ver que no eres el único. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Seguramente, pero no me importa.

Recuerdo que se me olvidó escribir la dedicatoria y tuvieron que recordarme que la hiciera. La dedicatoria. Qué parte tan infravalorada de los libros. Se lo dediqué a mis seres queridos, a todos y cada uno de ellos, y también a mi yo de dentro de unos años. Me hablo a mí y me digo que ya veremos hacia dónde vamos y dónde nos encontraremos. Quién le iba a decir al Alberto de hace unos meses, que se gastó su dinero en un taller de escritura, que no sabía conducir y que llevaba el mismo peinado desde hace seis años que ayer estaría firmando libros y hablando sobre su libro. LA vida es una lianta de cuidado.

Prometo ante la eternidad digital de esta columna que haré todo lo posible para que este no sea el único libro que lleve mi nombre en la portada y que acabe en mi casa. Prometo que seguiré hablándole a mi yo del futuro.

-También prometo que se terminó hablar tanto sobre mí en estos textos-

AV

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