Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre los cambios anuales. Apuntes desde Alcorcón: Fabricarse un oasis

El siglo XXI estaba destinado a terminar con muchas malas prácticas del mundo. Asuntos como el machismo, la desigualdad o la pobreza mundial estaban en la diana el día que comimos las uvas en diciembre de 1999.

Nadie parece haber leído la letra pequeña y nadie nos pudo avisar de que la práctica que realmente se está terminando es el tiempo. Más concretamente, el tiempo libre. Puede que sea porque ya no nos gusta quejarnos. Supongo que preferimos hablar de las cosas buenas y no nos culpo. Dicen que algo no existe hasta que se le pone nombre o se habla sobre ello. Esquivar esas conversaciones es un atajo hacia estar bien momentáneamente. Y yo hace tiempo que no juzgo las maneras de sentirse mejor de la gente. Hacemos lo que buenamente podemos con las herramientas con las que humildemente contamos.

Las cosas cada vez duran menos y son mucho más reemplazables. Escribo esto el viernes, ayer terminó el verano y en los supermercados ya venden panettone, los bollos navideños italianos. No creo que compre ninguno todavía por mucho que me encanten los panettones y me encandile la Navidad. Prefiero hacer las cosas a su debido tiempo. Me niego a subirme de un salto a la lanzadera del parque de atracciones que parece ser el mundo hoy en día. De hecho intentaré incluso retrasar su vertiginosidad de la mejor manera que pueda. 

Otra batalla que se está disputando y que tiene pinta que perderemos por retirada es la del tiempo libre. El abanico de opciones para entretenerse y de aficiones a las que dedicarnos en cuerpo y alma ha conseguido cruzar la calle y continuar, pero el tiempo libre para disfrutar de ello no ha llegado a tiempo a darle la mano para ir también. Los días se terminan no cuando nos acostamos sino a últimas horas de la tarde. Todavía queda tiempo hasta que nos durmamos pero no podemos aprovecharlo. Queda tiempo, pero no tiempo libre. Ese tiempo es para bajarse de la lanzadera y retomar tierra y ritmo firme. Cuando quieres darte cuenta ya has cenado y te estás lavando los dientes.

Pero sigue habiendo algunos oasis en este desierto. A veces te los encuentras de manera fortuita y otras veces tienes que poner de tu parte para encontrarlos. O incluso tienes que fabricarlos. El pasado jueves daba una charla una escritora argentina de la que he hablado alguna vez aquí, Tamara Tenenbaum. Empezaba a las siete de la tarde y tuve que decidir si ir a mi casa al salir de trabajar y volver a Madrid o si aprovechar el día allí. Decidí hacer lo segundo.

Fue raro caminar sin tener un sitio al que dirigirme, no acelerar cuando el semáforo parpadeaba ni tratar de acortar el camino atajando por calles secundarias. Comer sin tener que haber terminado antes de una hora en concreto. Sentarse en un banco porque sí, porque quieres hacerlo. Tomarse un café sin tener que abrasarte la lengua porque tienes prisa. Y coronarlo todo escuchando a alguien a quien admiras por el placer de oírla, sin tomar apuntes ni extraer conclusiones que cambien la vida. Frases e ideas que se contestan con un asentimiento firme de ojos cerrados.

Al siglo XXI le podemos reprochar muchas cosas, pero siendo justos puede que le entendiéramos mal. Quizá no se tratara tanto de terminar con algunas prácticas sino de saber crear unas nuevas y mejores.

AV

Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro “Relatos de taller“, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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