Alberto Viña nos trae una nueva columna sobre la relativización del enfado. Apuntes desde Alcorcón: Elegante azul oscuro
Hace mucho tiempo defendía el derecho a enfadarnos en una de mis columnas de alcorconhoy. Sigo pensando eso del todo y ahora lo amplío a quejarnos también. No todo es idílico ni fabuloso en esta vida. De hecho, lo normal es que eso sea lo habitual.
Pero al mismo tiempo creo que tampoco puedo quejarme en demasía. Culpa de mi madre, por cierto, quien me recuerda muchas veces las cosas buenas que tengo en la vida. Enumerarlas ahora sería definirlas, y por tanto limitarlas, además de atraer al gafe, así que os las tendréis que imaginar porque no quiero tentar a la (mi) suerte. Creo que las cosas no van tan mal, que lo bueno suele superar en número y en calidad a lo malo y que seguramente lo mejor está por llegar. Quizá sea autoconvencimiento, trampas al solitario, quedarme la vuelta de la compra de algo que realmente he pagado yo pensando que ha sido otro. Pero lo creo y lo siento así de verdad.
Ahora viene el verano, si es que no ha llegado ya del todo. Será el primero de mi vida que pasaré trabajando. Por suerte lo he podido evitar hasta que ha caído la última ficha de mi dominó académico. Ayer entregué el TFM del que hablaba la semana pasada y la única responsabilidad que me queda es el trabajo. Será raro llegar a casa y no tener en la cabeza el runrún de que debería estar haciendo esto o lo otro porque luego me arrepentiré. Planteo y planeo este verano mirándolo a través del prisma de la tranquilidad, que es lo que más se busca. En el calendario de mi nuevo móvil aparecen casi todos los lunes, martes y compañía en tonos vivos y chillones y los fines de semana y los viajes preparados en un elegante azul oscuro. Porque yo soy así, pongo los colores al revés.
Seguro que todos esos lunes, martes y compañía me quejaré. Diré que menuda injusticia. Que dónde está la jornada laboral de cuatro días. Que qué necesidad hay de estar más horas de las necesarias en una oficina a una hora de mi casa. Luego leo y descubro miserias ajenas y suelo salir ganando. Al loro, que no estamos tan mal, como diría aquel. Seguro que los ratos pintados de elegantes azules oscuros se pasan volando. Seguro que un segundo allí son tres horas en el resto del mundo, y seguro que tendré que pagar el jetlag de la felicidad a un alto precio.
Mirad, el mejor ejemplo que os puedo poner es lo que me ha ocurrido esta semana. Tuve pendiente un concierto de un grupo que me encanta el 14 de mayo que se canceló la noche anterior sin ningún motivo aparente. Anunciaron esta semana que lo harían el 18 de junio. Sorpresa: no puedo ir. Me enfado y me quejo. Pero recuerdo el motivo por el que no podré ir: voy a La Rioja con dos de mis mejores amigas. Me quejo de lo primero pero me río por dentro por lo segundo. De nuevo, los colores chillones quedan eclipsados por un elegante azul oscuro. Lo bueno descompensa a lo malo.
Por supuesto que me quejo y que me enfado, mamá. Faltaría más. Estoy seguro de que tú también lo haces, aunque nos quieres tanto que seguro que lo haces sin que te veamos. Pero sí, tienes razón. Hay oasis en los desiertos. Y suelen ser más de los que nos imaginamos.