Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre los genios y sus formas. Apuntes desde Alcorcón: El loco de la colina
Leer una revista antigua. Mirar sus fotos, más bien. Ver un teléfono de rueda. Escuchar una anécdota adolescente de tus padres. Acordarse de aquello que te dijo alguien y no comprendiste hasta hoy. O subir una colina que tiene una casita abandonada.
Definitivamente hay ocasiones en las que se puede sentir nostalgia de algo que nunca se vivió. Recuerdo tener seis o siete años, vivir en Sevilla y luchar cada noche por decidir qué poner en la televisión durante la cena. Era un combate totalmente desfavorecido. Con tan pocos años uno solo saber dar el brazo a torcer cuando se le promete algo mejor para dentro de unos pocos minutos. Y como después de cenar solo había lugar para irse a dormir no solía estar muy abierto a las negociaciones.
El caso es que recuerdo un programa llamado ‘Ratones coloraos’ donde un tipo de pelo negro y rizos se sentaba a una mesa a hablar con alguien. No era entrevistar, era hablar y poner una cámara delante. Ese tipo era Jesús Quintero. Nunca vi uno de sus programas entero. Ni siquiera pienso que llegase a escuchar más de cinco minutos seguidos. Pero ahora, si pudiese volver atrás en el tiempo, si pudiese hacerlo para matar la nostalgia de lo que no pude vivir, prestaría mucha más atención. No creo que mi yo de seis años se equivocase tampoco, porque por aquel entonces para mí nada igualaba a cenar con Doraemon de fondo, eso seguro.
Lo que quiero decir es que a los genios se les reconoce sin importar la edad. Han pasado muchos años de aquellas noches sevillanas pero nunca me olvidé de Jesús Quintero. De vez en cuando veo vídeos suyos que asoman la cabeza en Internet, como el que se viralizó esta semana en Twitter. Quintero compartió mesa con Alsina en un fórum sobre periodismo en la Universidad de Málaga allá por el 2015 y lanzó una diatriba contra la programación actual. Dice que resumirá todo en un libro que se llamará ‘Mis queridos hijos de puta’. Alsina le intenta replicar queriendo decirle que debería replantearse las ideas si quiere que el libro triunfe. Y Quintero le responde “sí, estoy pensando en si llamar al libro ‘Mis queridos hijos de la gran puta’”.
Y la gente explota en una carcajada aliñada con aplausos que reconocen la genialidad que acaban de presenciar. Habrá quien diga que qué son esas formas y esas palabras. Más si observa el comportamiento calmado de Alsina. Pero cómo que qué son esas formas. Odio aquello de “tiene razón pero le pierden las formas”. Qué importarán las formas cuando se está en lo cierto y se nos niega la razón. Cómo no vamos a perder las formas en esas situaciones.
Las formas nunca fueron las mejores amigas de los genios. Por eso yo guardo la compostura con tanta elegancia, porque soy uno más. Si algún día me invitan a un fórum sobre periodismo no haré mucho más que darle la razón a mis compañeros ponentes que serían sin duda unos referentes. Y lo cierto es que la inmensa mayoría, un 99% de los seres humanos de la faz de la Tierra, también sabe guardar las formas y no salirse del guion.
Detectar a los genios es fácil. Apreciarlos ya es otra cosa. Se permite tanto detestar como adorar al genio, pero que la crítica no vaya por el sendero de las formas. Ojalá pudiera perder las formas con sentido y con la razón detrás, porque definitivamente me iría con Quintero a lo alto de su colina.
Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro “Relatos de taller“, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.
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