Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre los escritores y los sentimientos que nos transmiten. Apuntes desde Alcorcón: Álbum vacío
Tengo la poca vergüenza de ir por ahí hablando sobre escritores a los que apenas les he leído un 2% de su obra. Con Sacheri, Richard Ford o David Trueba ya ha ocurrido. Esta vez el dudoso privilegio le va a tocar a Alejandra Pizarnik.
Además de tener uno de los nombres más maravillosos de la historia, Alejandra escribió unos diarios -de los que ya hablé en una columna aquí hace tiempo- y unos poemas envidiables. Me encantaría poder aprovechar el dolor como hacía ella. Ya que tengo una piedra enorme en casa y no hay manera de sacarla, al menos la usaré como tope para que no se cierre la puerta y el aire circule y se ventile y refresque la casa.
Hubo un tiempo en que me regocijaba en la tristeza y la pena, en el que paseaba con ella de la mano y procuraba que todo el mundo nos viera. Poco a poco me fue dando largas y esquivas para dar nuestros paseos, y me terminé acostumbrando a volver a caminar solo y no compartir los auriculares.
Sigo el hilo de la pena y vuelvo a Alejandra. Ella nunca consiguió borrar el número de la pena de su teléfono y tuvo que encontrarles utilidad a más de una piedra enorme en su casa. Entenderlas como tesoros de mapas mal diseñados. Uno de mis poemas favoritos de todos los que tiene se llama ‘La última inocencia‘. No me gusta tanto por sus versos sino por el nombre que Alejandra le puso.
De niño tienes la colección de las inocencias al completo y las vas perdiendo con el paso del tiempo hasta que ya solo te queda una. Como si fueran sellos. O cromos de fútbol en un álbum de la Liga. Cada persona pierde las inocencias a su ritmo y su manera, pero estoy convencido de que todas saben cuándo las han perdido todas. No la ilusión, no nos confundamos. Yo me sigo ilusionando con mil millones de cosas. Pero ahora sé que pueden salir mal y que lo normal es que ocurra eso.
Y es que nos suceden cosas continuamente. Cosas buenas y malas. Cosas de las que nunca nos olvidaremos y de las que más nos vale aprender algo. No todos tenemos la pluma y el talento de Alejandra Pizarnik para contarlo, pero sí le tenemos que guardar las espaldas a nuestros pobres yos del futuro. Es como si fuéramos los padres de nosotros mismos: cuando esté cerca de equivocarse, ahí apareceremos nosotros para salvarle. Anécdota mediante, además, que es la mejor manera de que alguien aprenda algo.
A veces llegas antes a los sitios. Otras veces te marchas demasiado tarde. Tomas un camino que termina siendo el incorrecto. No te fijas en el cielo cuando está despejado. Incluso a veces llevas paraguas cuando está completamente soleado. Hay personas que saludan cuando toca abrazarse. Hay personas que nunca pensaron bien en el principio y que ahora se conforman con finales como este.
Y perderemos todas las inocencias de manera inevitable. Incluso la última, de la que hablaba Alejandra. Pero guardaremos el álbum vacío en uno de los cajones de nuestra alma. Un cajón que no cierra bien y que miramos más segundos de lo habitual. Cómo no hacerlo, si es la fuente de la voluntad de todo lo que haremos a partir de ahora.
AV
Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro «Relatos de taller«, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.