Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre la perduración de ciertos aspectos en la vida. Apuntes desde Alcorcón: Quedará la buena gente
Hay un poema de Wendy Cope que termina en «ahora solo puedo sonreír/mira, las flores que casi me compraste/han durado todo este tiempo». Es un poema precioso y su intención es toda menos la que interpreto yo a continuación: me parece la romantización del fraude.
Últimamente me siento como el tipo del poema. Que iba a comprar flores pero al final no lo hizo e igualmente se lleva un mérito inmerecido. Reducir todo a llamarlo ‘comprar flores’ es quedarse absurdamente lejos del todo, pero nos basta para entendernos en estos tres minutos que dura la columna. Si había una virtud en mí que creía eterna e imperturbable era la bondad. Cuando dicen de la gente que son buenas personas siempre pensé que a mí me lo decían de verdad. Yo me he considerado buena persona mucho tiempo, pero quizá haya estado equivocado.
A mi alrededor suceden cosas buenas y no me alegran demasiado. A mi alrededor ocurren tragedias más o menos corpulentas y nunca me revuelven el estómago lo suficiente. A veces tengo reacciones contrarias a las que el comportamiento humano pone en el papel que deberían suceder. Me sorprendo actuando en mi reacción y preocupándome en si estará quedando creíble o si tengo que levantar más las cejas y agarrar más fuerte las manos. Me inunda en ocasiones una sensación de indiferencia ante lo bueno y de victoria ante lo malo de mi alrededor.
Sé que la bondad y la ternura se personifican en ocasiones porque las he conocido y me han invitado a un café. Habitan muchos cuerpos. Los últimos en mi retina son Elena y Carlos, dos padres maravillosos. Conocerles fue como mostrarle un águila imperial a quien cree que los pájaros no existen. Ser tratado por ellos fue contraer una deuda infinita e impagable. Decirles adiós fue descubrirse solo y alejado de todas las almas, de todo lo suave y de todo lo tierno.
Me calma un poco pensar que tengo salvación y que esta circunstancia es reversible. Que no soy tan malo y que en realidad estoy sobredimensionando esto. Pero no sé qué decir, en serio. Debo de estar quedando fatal, pero es que de verdad me mata esto. Mi otrora mejor virtud está convirtiéndose en polvo poco a poco hasta que terminará siendo nada de nada. Simplemente es una mala persona quien está escribiendo esto. He pensado también en que la alegría genuina no le sale a nadie de primeras. Tan solo ante dos o tres personas en su vida. Eso me cuadraría más. Pero de nuevo es igualarlo por lo bajo. El problema no soy yo. Son los demás y lo que hacen.
En algún momento yo me iré y no pasará nada. Los poemas de Wendy Cope seguirán en Internet para quien quiera deleitarse y la gente seguirá describiéndose los unos a los otros como buenas personas. Y eso será lo único eterno e imperturbable: que quedará la buena gente. Quedarán los Carlos y las Elenas.
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