Apuntes desde Alcorcón: Calor y escribir

Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre el simbolismo de los colores y sus capacidades. Apuntes desde Alcorcón: Calor y escribir

Las chicharras ya han empezado a cantar por las noches. No pararán hasta que su público, que es el resto de los insectos, decida irse a casa. Allá por octubre. Entonces soltarán un último do de pecho, respirarán profundamente y convertirán las noches de nuevo en un lago silencioso.

Este calor insoportable que estamos sufriendo nos hace desviarnos del camino del día a día unas cuantas veces. El cambio de dirección suele ir acompañado de una queja y me parece fenomenal. Quién es capaz de seguir con normalidad el transcurso de sus tareas si todo lo recubre una capa absorbedora de energía. El calor no solo no mueve montañas, sino que las atornilla al suelo. Al menos este calor. Llega un momento en el que no sabes si te queda alguna ventana por abrir o por cerrar. Ni lo uno ni lo otro funciona. Yo prefiero y preferiré siempre el frío. Escojo la introversión y la timidez a la que nos somete. Lo echaremos de menos cuando no lo podamos sufrir, por cierto.

En uno de esos desvíos a los que nos empuja el calor he encontrado una cuenta de Twitter, un bot para ser específicos, que tuitea cada hora un color al azar. Es el tipo de contenido por el que celebro estar viviendo en la era digital. La gente le pregunta qué color son el día de hoy y el bot da unas respuestas magistrales. El otro día sugirió el color ‘violeta como el cielo esa madrugada que despertamos en el nevado de Toluca y el rosa luchaba contra el blanco’. Guau. Cuánta literatura puede caber en veinte palabras. En un simple tuit a las siete de la mañana. Quiénes serán esos dos –intuyo que es una pareja-, por qué pasaron la noche en el centro de México y dónde está la fotografía que tomaron para inmortalizar esa lucha pigmentada entre la nieve y el sol.

Me dieron ganas de no seguir con esto. Dan ganas de no hacerlo, no me neguéis la mayor. No es para nada agradable llamarte y pensarte columnista, escritor o lo que sea y despertarte un lunes para comprobar que un bot de Twitter hace más y mejor literatura que tú. Que escriba la columna el bot a partir de ahora, venga. Es como el duelo aquel entre Gari Kaspárov y el superordenador Deep Blue. En ese enfrentamiento terminó imponiéndose el ser humano, pero yo no tengo la capacidad creativa de Kaspárov. Tampoco el bot es capaz de hacer lo que aquella máquina, pero en cantidad me gana siempre y en calidad, en muchos momentos.

Creo que la literatura, escribir en general, es un mundo hostil. Como la ciudad en verano. Ni siquiera nuestro querido Alcorcón se salva de la ecuación. Ya pensar el tema del texto, cuyo homólogo en verano sería vestirse para salir a la calle, me abruma. Es quizá lo más complicado. Y sin el quizá. Luego comienzo a escribir. Salgo por el portal. Suelo conocer la ruta pero a veces me dejo llevar. EL calor agobiante me dice que es por la derecha cuando siempre ha sido por la izquierda. Sea como sea, los párrafos van tomando forma y termino llegando al sitio donde he quedado. Tienen siempre aire acondicionado. O cerveza, que para el caso es lo mismo.

Y de nuevo escucho a las chicharras por la ventana. Tienen un público entregado esta noche, porque no han parado en ningún momento. Esta columna suena a chicharra incesante y quema como un tobogán al sol. Esta columna es naranja oscuro. Naranja… como la bombilla que miro fijamente unos segundos porque el calor me ha distraído. Nada, qué va. No hay narices de empatar al bot…

AV

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