Nueva columna semanal sobre una misteriosa noche de Samhain en Alcorcón. Desde mi Colmena en Alcorcón: Si te acercas al castillo
Estimado lector: permíteme que te sitúe en el lunes 31 de octubre
Ya son las seis y media. Quedan apenas dos horas para que anochezca. De acuerdo con la creencia de nuestros ancestros celtas, en estos días previos a la mitad oscura y fría del año, Samonios, la línea divisoria que mantiene separado el reino de la muerte y el de la vida, se quiebra. Y comienza a hacerlo exactamente esta noche: Samhain (sí, lo que ahora llamamos Halloween y cuya “invención” atribuimos erróneamente al país de Disney).
En esta noche, los espíritus franquean la frontera que nos mantiene apartados de ellos para asaltarnos, mezclarse entre nosotros, transmitir mensajes incontenibles o ejecutar venganzas imperdonables.
Mientras me pierdo en estas cavilaciones riendo para mis adentros, paseo disfrutando de un precioso atardecer otoñal por las presillas.
Los rayos del sol tiñen hasta el rojo vivo el tono oxidado de las hojas moribundas, mientras camino alegremente, embelesada por los cambios que las estaciones producen en la luz, y la luz en el paisaje. Pienso que me da tiempo a rodear el pinar, incluso a cruzarlo, en un fantasioso extravío por un bosque de cuentos.
El perro trota feliz olisqueando allá y acá. Parece distraído, pero no me pierde de vista. En un intento de empática simbiosis con él, aspiro profundamente el aire y me deleito con el creciente aroma a madera y arena húmeda exhalado por esta tierra viva, latente, que vibra bajo mis pies, como la piel de un ser poderoso cuya fuerza dejamos de conocer verdaderamente hace un par de miles de años.
Las ramas secas emiten un delicioso crujido bajo mis zapatillas que me recuerda al escuchado en alguna barbacoa o, en recuerdos ya muy lejanos, a una chimenea.
Los celtas dejaban antorchas permanentemente encendidas durante todo el período de Samonios. Su comienzo, Samhain, era celebrado con un ritual alrededor de una hoguera. Durante el mismo, el druida se comunicaba con los seres del más allá, a quienes previamente había que sobornar con deliciosas y calóricas viandas que eran depositadas en las puertas de los hogares. Ay, del que no aportara su tributo… De nada le serviría haberse caracterizado como un cadáver para burlar la macabra selección que en esta noche las almas en pena realizan al mezclarse entre nosotros.
Perdida en mis divagaciones, no me he percatado de la caída del sol ni del brusco descenso de la temperatura que me ha helado el espinazo, provocándome esos pinchazos en la garganta que me auguran algo peor si no lo trato a tiempo. Afortunadamente, he sido arrancada de mis pensamientos gracias al tirón de correa con que Happy, alarmado, me arrastra con él para que atravesemos el bosque por su propio camino, un camino alternativo al habitual. Confío en su instinto. Otea el alrededor con desconfianza y se vuelve a mirarme. Le conozco perfectamente: me apremia por salir de allí.
Muevo los pies todo lo deprisa que la escasa visibilidad me permite. Hace frío, un frío que surge de la tierra, sube por mis piernas, muerde mis brazos. Un hálito helado me golpea el rostro y su repentina gelidez me envuelve entera. A duras penas logro esquivar algún latigazo de las ramas en mi cara, tratando de distinguir el terreno que piso; si sigue oscureciendo me romperé un tobillo en algún hoyo, o un desnivel me hará caer y golpearme contra una piedra… Mil fatalidades se anuncian en mi prolífica imaginación.
Y si eso sucediera… nadie me vería, nadie me oiría; esperaría absurdamente, como una niña que se queda en el suelo hasta que alguien acude a levantarla. Tal vez lloraría de desesperación hasta calmarme, respirar hondo, asumir la situación, tragarme la congoja con todos sus mocos y ponerme en pie con la determinación de sobrevivir, ignorando en la medida de lo posible el dolor para volver a casa, aunque sea a rastras… Si es que nada me impedía salir de allí.
Me sacude un escalofrío recreando la escena. Confirmado: la prolífica mente de un escritor no es lo mejor en estas situaciones.
Entonces este habitante de ciudad, indígena del todo a tu alcance, toma conciencia de lo frágil que es la condición humana cuando se enfrenta a la verdadera soledad: la del animal en peligro. Qué capaces somos en la urbe y qué pequeños ante esta diosa que es la naturaleza, generosa en sus bienes (si la tratamos bien) pero inmisericorde con torpes, incautos o, simplemente, desafortunados…
¡Ya estamos saliendo, por Dios, qué angustia he pasado! Surcamos la pasarela de vuelta a la civilización como un niño asustado corre a los brazos de su madre. Normalmente se me hace pesado subir las escaleras, pero esta vez me he impulsado con el terror de una gacela que escapa de su depredador.
Era algo invisible, pero yo lo sentía. Cerca, muy cerca…
Porque ya andan por aquí… siguiendo nuestro rastro con un olfateo frenético, anhelando nuestra sangre o… nuestras almas, ¿Quién sabe? En esta noche de Samhain, 31 de octubre, criaturas con cualquier tipo de intención cruzan el umbral de los vivos desde su ultratumba y caminan entre nosotros… otra vez.
Las farolas del parque hacen brillar el pavimento como si acabaran de regarlo todo. El olor de la madera húmeda sigue incrustado en mi pituitaria. Me dirijo a la pequeña cuesta que sube hacia el castillo para enfilar la bajada a casa, pero Happy clava las pezuñas en el suelo y se niega a acercarse allí.
Desde el castillo de Valderas resuenan alaridos horrísonos, chillidos de pavor, sonidos indefinibles…
Algo pasará al anochecer del día de Samhain en el castillo de Valderas, en este lunes 31 de octubre.
Y tú… ¿Te atreverás a entrar allí?
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Su último libro, ‘Las abejas de Malia: el maestro griego‘ se puede adquirir pulsando aquí y en la librería “Nocturna de Libros” de la calle Parque Bujaruelo, 15. Por otro lado, la segunda parte de la primera entrega, ‘Vidya Castrexa’, se puede adquirir en el siguiente enlace.
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