Nueva columna semanal sobre los derechos y la reflexión. Desde mi Colmena en Alcorcón: No nos pasemos de rosca
Supongo que todos sabemos que los derechos de los que gozamos actualmente, no son un «don espontáneo y natural» que nos viniera de serie con el transcurso de la Historia; cuento con que somos conscientes de que su logro conllevó muchos sacrificios para que tú, amigo lector, y yo, dispongamos de múltiples libertades.
Está claro que los derechos como tales tienen un gran valor. No obstante, conviene preguntarse cómo podrían perderlo, o:
¿Qué está saliendo mal cuando un derecho se convierte en su reverso, en un arma arrojadiza para infravalorar y hasta despreciar a quienes no lo ejercen para sí, aunque lo respeten en los demás?
Vamos al tema que quiero abordar: trabajar o no trabajar después de tener hijos y/o para cuidar de tus mayores (padres, tíos, etc…). Lo sé: éste es uno de esos temas que levantan ampollas… Es como lo de biberón o pecho, la tortilla de patata con o sin cebolla… Desde luego, cómo nos gusta extrapolarnos. Relajémonos un poco.
Cuando mi madre se casó, no dejó de trabajar. Tampoco lo hizo cuando nació su primera hija. Fue un escándalo y todo su entorno se volvió contra ella.
Sin embargo, ella no reaccionó a esta presión social con una aversión vitalicia contra las mujeres que tomaron la opción contraria (la de dejar de trabajar).
Simplemente, más allá del respeto: comprendía que cada cual conoce su hogar y las necesidades cualitativas y cuantitativas a cubrir en él, así como las limitaciones del propio sujeto para afrontar dichas necesidades. Por tanto, cada cual tendrá poderosas razones o convicciones que justifiquen la opción que más bienestar le aporte.
A mi madre tampoco se le habría pasado por la cabeza, ni remotamente, considerar que esas mujeres merecieran una condena perpetua a no lograr, tras su receso, el retorno al mercado para recuperar su vida laboral, cuando los niños han crecido, los abuelos a su cuidado ya no están y sus motores profesionales se han mantenido bien engrasados y ya rugen por salir de boxes y retomar la carrera.
Sí: guardería y residencias son una opción, y su uso un derecho. Pero no son una obligación. Y descartarlas para ocuparte tú (tú: hombre o mujer) de los tuyos, es tan respetable como hacer uso de dicha opción.
Parece mentira que una persona que vivió una época tan estricta, muestre más tolerancia que, por ejemplo, una entrevistadora contemporánea que tuve el dudoso placer de conocer recientemente.
Esta mujer acababa de examinar mi curriculum, así como las pruebas de la ETT en las que acababa de alcanzar la máxima puntuación (mantuve los motores bien engrasados).
Pero, como atrapada por una mancha, toda su percepción se obcecaba ciegamente en el deshonroso agravio que cometí ocupándome de mis hijos y mis padres en los últimos años.
Me comentó, muy orgullosa -en todo su derecho de estarlo- que tenía siete hijos y pese a ello nunca dejó de trabajar, por lo cual había recibido muchas críticas.
Yo la felicité por su mérito, y en cuanto a las críticas que recibió, le manifesté lo lamentable que es la soltura con que todo el mundo juzga la vida ajena sin conocer bien los infinitos matices en cada una.
Creo que no me entendió -o es que ya venía como un miura- y se inflamó como una cerilla:
-¡Es que yo nunca he dejado de trabajar, y si he tenido que gastarme el sueldo entero en niñeras, me lo he gastado!
-Opino que en su caso hizo lo mejor, porque para eso fue usted -y nadie más- quien conocía perfectamente su situación -le respondí haciendo como que no percibía su indignación.
Obvié decirle que tuvo suerte de poder trabajar continuamente sin la inestabilidad que nos ha azotado a la mayoría de la población, y además, con semejante sueldo.
Por otro lado, no obstante, me animé a comprobar hasta dónde llegaba su cerrojo mental:
Intenté darle a entender que tan mal estaba el vilipendio sufrido por ella, tachada de mala madre (tal como me había relatado), como esta represalia invisible que parecen haber tramado desde alguna recóndita logia empresarial, para impedir que las personas que han necesitado vivir retirados laboralmente unos años puedan volver a ejercer su profesión (u otra).
De nada sirvió: en su ofuscación, no veía más allá de sus narices. Si lo hubiera hecho, habría comprendido que las circunstancias no son las mismas en todas las personas a la hora de tomar tal o cual decisión, ni siquiera aunque pudieran entregar su sueldo a una niñera o repartirlo entre comedor escolar y extraescolares (algunos, por cierto, conservamos una ingrata experiencia en estas lides).
Por último, cabe añadir que, ni de lejos, esperemos que semejante portento de la Psicología Social entendiera que, por supuesto, y con todo su derecho, muchas mujeres -y hombres, ¡sí, también existen hombres “en su casa”, y eso sí que es Igualdad!– simplemente deciden ocuparse por completo de sus hijos y el contexto más esencial de su desarrollo en todos los aspectos -su hogar-, porque les parece lo mejor, y punto. Y que esto es tan respetable como todas las demás opciones.
Pero esta mujer que insultaba al feminismo creyéndose defensora de él, esta pseudofeminista de postín, no escuchaba: sus oídos estaban bloqueados por la intolerancia en que degeneran los derechos cuando se pasan de rosca para imponerse categóricamente.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Su último libro, ‘Las abejas de Malia: el maestro griego‘ se puede adquirir pulsando aquí. Además, también se puede encontrar en tiendas como la Carlin de la calle Timanfaya, 40, que tiene un grandísimo servicio y amable, como el resto del municipio.
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