Nueva columna que llega entre suaves nanas susurradas por la brisa materna y prolijos surcos labrados en la tierra y en las manos más generosas. Por el día de la Madre: la maternidad suprema. Desde mi Colmena en Alcorcón: Madre de todos
El lunes pasado, primer día de mayo, me encontré con una amiga que acudía a comer con la familia para celebrar el día de la madre.
―Hoy es uno de mayo―afirmó.
―Pero es lunes. El día de la madre es el primer domingo de mayo ―corregí, lamentando al instante dicha corrección porque, francamente, a nadie le hace daño este tipo de equivocaciones y la felicidad, aunque se duplique por error, nunca está de más (ya veis que, como humana, yo también cometo mis estupideces).
La pobre se quedó algo desmontada. Sin embargo, en ese mismo momento, mi musa me soltó un merecido pescozón y al instante caí en la cuenta de que ella estaba en el mayor de los aciertos, al hacerse evidente que yo, erudita de la cultura celta, había pecado de un bochornoso despiste en este día tan señalado, más día de la Madre que ningún otro, por lo cual exclamé:
―¡Claro, hoy es Beltane! ¡Es Beltane!
Ella, como cabía esperar, recibió mi efusividad entre pasmada y divertida. Al instante pude adivinar en su gesto la expectación de quien ya me conoce y sabe que una mágica revelación está a punto de abrirse paso.
―Hoy―comencé a exponer―, primero de mayo, los celtas celebraban (y celebramos) el día de la gran Madre, la madre Tierra. Recibimos y agradecemos la fertilidad que nos alimenta, la que nos creó y nos cuida; los nacimientos, las crianzas, los brotes de las cosechas, el retorno del medio año de luz que pone fin a Samonios ¡¿Cómo no he caído antes?! ¡Madre mía!
Samonios ―detallo para quienes no leísteis la columna donde hice referencia a Samhain― representa al medio año de oscuridad, frío y muerte que comienza en la última noche de octubre (la que corresponde al mencionado Samhain) y finaliza la última de abril (tened en cuenta que, hasta la llegada de la era moderna, el invierno producía cada año numerosas bajas en todas las poblaciones). Por tanto, tal como Samhain daba comienzo al maldito Samonios, Beltane inicia el luminoso y vital Simivisonios: la luz, el nacimiento, el amor que da lugar a la vida en todas sus formas.
Así que me reafirmé:
―¡Sí, celébralo hoy! ¡No hay día más indicado para honrar a las madres!
Si me lo permitís, os traslado al transcurso que en el mundo celta seguía este día de honra a la Madre Tierra, que encuentra su imagen y semejanza en todas las madres de la Naturaleza:
En primer lugar, apenas amanecía, el druida ―como se denomina al sacerdote del oppidum o poblado (generalmente un castro)― recogía pacientemente las gotas de rocío y las iba guardando, como un mágico elixir, fruto de aquel primer día de fusión entre la Madre Tierra y Belenos (bueno, en esto hay ciertos desencuentros; algunos opinan que es Lug, el dios-sol, quien se une a ella y la hace fecunda. Tendría sentido, en fin… por si acaso en mi libro yo me ciño a la versión más unánime entre los estudiosos de la historia y la arqueología prehispánica).
A lo largo del día, se sucedía una fiesta compuesta de un banquete continuo, intercalado con ceremonias variadas (en mi libro hay una “boda”, fiel a todo el proceso según el cual se ha deducido que transcurrían) abundancia de flores de todos los colores; bailes (por supuesto, los celtas eran muy bailones, ¿lo sabíais…? Ay, qué ocultos los hemos tenido…) y juegos para los más pequeños.
De entre dichos juegos, actualmente se conserva la danza alrededor de un poste del cual penden cintas de colores. Cada niño, o joven e incluso algún adulto, bailaba cruzándose con los demás y ejecutando unos giros con los que, a la vez que rodeaban el poste, iban trenzando su cinta con el resto. En algunas aldeas del norte (Galicia, por supuesto) aún se disfruta de esta danza para celebrar “los mayos”, uno de los pocos vestigios paganos que la Iglesia pasó por alto, con origen en Beltane.
Me imagino un banquete multitudinario en medio del Nemetón: su templo. ¿Sabéis cuál era éste? ¡El propio bosque! A la vista de los gradualmente cálidos tiempos que corren , deberíamos plantearnos este aspecto de la cultura celta como posible salvación al lío en que nos hemos metido.
Los bardos recitaban bellos poemas, narraban leyendas, deleitando con historias increíbles a una audiencia de todas las edades… Todo orientado al enaltecimiento, desde el agradecimiento más profundo, de la Tierra que los alimentaba y protegía porque ellos la cuidaban con mutua atención.
A la noche, el culto a la fertilidad, a la maternidad, a la gran Madre…, continuaba en la oscura espesura del bosque, hacia donde se cuenta que traviesos duendes guiaban a los jóvenes ―y no tan jóvenes― enfervorecidos por el amor, la corma, la caelia y el hidromiel (más información en “Vidya Castrexa”, amigos).
Nueve meses después, nacían los “protegidos por los dioses”: bebés cuya concepción en la noche de Beltane era considerada una bendición.
¿Mayor honra a las madres que este día? Tal vez deberíamos plantearnos el traslado de la fecha. Y si coincide con el día del Trabajo, mayor motivo de celebración. Porque no hay trabajo comparable al de una madre.
Felicidades, Gran Madre, tomes la forma que tomes. Esperemos que algún día volvamos la mirada hacia la Tierra con todo aquel agradecimiento y recordemos, por un lado desde la sabia filosofía celta, todo el cuidado que le debemos y, por otro, desde la experiencia climática que estamos viviendo, que no podrá cuidarnos si el cuidado no es recíproco.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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