Nueva columna semanal sobre el desarrollo de la vida y lo que nos sucede cada día. Apuntes desde Alcorcón: Una casa sin post-its
El abrazo y el posterior camino de vuelta. Los tragos y la resaca. Escuchar una canción nueva y la espera hasta la siguiente. Parece que la relación entre lo bueno, lo malo y el tiempo es una relación proporcional.
Los buenos momentos duran lo mismo que el pistoletazo de salida, y los momentos amargos se extienden a lo largo y ancho de los diez kilómetros de la carrera. Aquello que oíamos de que el tiempo vuela cuando te lo pasas bien es completamente cierto. Y también que los granos de arena del reloj se atascan en el centro cuando la experiencia está siendo una tortura. Pero esta columna no va tanto de eso. Siempre que camino los senderos de la escritura me desvío por la ruta del pesimismo y ya casi me la sé de memoria. Pero esta vez no. A ver si consigo seguir el mapa sin improvisar el camino.
Esta columna va sobre lo rápido que ocurre y nos ocurre todo. A una velocidad tan vertiginosa que no nos da tiempo a enfocarlo bien con los ojos siquiera. Atisbamos algo, lo seguimos con la mirada y desaparece. Como una estrella fugaz pero sin posibilidad de desear absolutamente nada. Date por satisfecho con haber visto la estrella. Un pájaro precioso se posa en la ventana y cuando esto a punto de ponerme las gafas para verlo en su esplendor ya ha emprendido el vuelo e incluso colocado un par de ramas para su nido. Ese pájaro pondrá huevos y tendrá crías, y tampoco a ellas me dará tiempo de observarlas bien.
Tal y como vienen las cosas, se marchan. Sin más aviso que una notita mal pegada en la puerta de la nevera y que confundes con un imán. El Mundial es un buen ejemplo, al menos para mí. Creo que como hacen Irene Vallejo con la mitología y la literatura o Leila Guerriero con sus anécdotas vitales de bonaerense con orígenes brasileños, yo explicaré a partir de ahora mis ideas desde el fútbol. El Mundial llegó un domingo, como las cosas que queremos, y se marchará también un domingo, como las cosas que amamos. Han sido cuatro semanas que se han sentido como una jugada de contraataque. Justo en el momento en el que nos hemos acostumbrado a él es cuando ha comenzado a hacer las maletas. No se lo llevará todo consigo. Se asegurará de olvidarse algo para que nos acordemos de él.
Hay una frase que encaja como un guante en este párrafo: no llores porque se terminó, sonríe porque sucedió. Pero es que la odio. Con toda mi alma. Es como decirle a un deprimido que se anime. Lo empeora todo. ¿Cómo no voy a llorar si algo se termina? Lo máximo que puedo ofrecer es llorar cada vez mejor y de forma cada vez más elegante. Traer pañuelos de seda para sonarme la nariz y gafas de sol para disimular mis ojos inundados de lágrimas. Vestir completamente de negro para la ocasión. Hacerme astrónomo para no perderme ninguna estrella fugaz. Volverme ornitólogo para apreciar mejor a los pájaros que se posen en mi ventana. Destrozar todos los post-its de mi casa para que no puedan marcharse.
Como las esculturas de Miguel Ángel, las columnas ya estaban escritas. Yo solo las reescribo como los antiguos escribanos. Me he sentado a querer escribir una cosa y ha terminado saliendo otra. Como salir de casa con un mapa y terminar desviándose por rutas alternativas.
Alberto Viña es escritor y vecino de Alcorcón. De hecho, su primer libro “Relatos de taller“, está realizado en colaboración con alumnos y alumnas del ‘Curso de Escritura Creativa’ del Centro Cívico Cultural Cooperante Margarita Burón. Este se puede encontrar en la siguiente página web, o en el mismo centro.
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