Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente

Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente

Un capítulo más de la saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente

Los Pérez y los Ramírez habían sido amigos desde siempre. Ambos matrimonios vivían en el mismo barrio, tenían hijos de edades similares y compartían muchas tardes de fines de semana entre risas, cañas y largas charlas en La Barrita, el bar de su calle. Sin embargo, como suele ocurrir cuando la rutina y la crianza de los hijos consumen tanto tiempo, la chispa se había diluido entre el cansancio y las responsabilidades en ambas parejas.

Una noche, durante una de esas charlas, sentados en la terraza del establecimiento, se les ocurrió una idea:

—¿Por qué no dejamos a los niños con los abuelos y salimos a cenar los cuatro solos por una vez?, propuso Lucía, la esposa de Javier Pérez, con entusiasmo.

Todos asintieron rápidamente, sorprendidos de no haber pensado en ello antes. Los preparativos fueron sencillos. Ambos matrimonios dejaron a sus hijos con los abuelos la tarde del sábado y se encontraron frente al restaurante italiano Trattoria di Sandro en la calle Oslo. Vestidos con ropas elegantes, se saludaron con un entusiasmo casi adolescente. La noche prometía ser un respiro de una rutina de años basada en el cuidado de los hijos. Se sentaron donde habían dispuesto una mesa para cuatro que ya tenía la mantelería preparada y pidieron unas cervezas mientras preparaban la cena. Al principio, hablaron de los niños y del trabajo, pero la conversación se fue haciendo más distendida y el vino que pidieron pronto hizo su efecto. Las bromas se volvieron más atrevidas, las risas más sonoras y las miradas más intensas.

—¿Recordáis cuando éramos jóvenes y podíamos aguantar despiertos de juerga hasta el amanecer? —preguntó Javier mientras alzaba su copa—. Ahora, un sábado perfecto es dormir ocho horas sin interrupciones o ver una peli en Netflix.

—Habla por ti —respondió Clara, la esposa de Andrés Ramírez, con una sonrisa pícara—, yo aún puedo aguantar toda la noche… si es haciendo algo que valga la pena.

El comentario provocó risas nerviosas, pero también tensó un poco el ambiente, algo cambió de un modo casi imperceptible a partir de ese momento, algo que ninguno quiso reconocer al principio. El segundo plato llegó acompañado de más vino y de anécdotas de sus épocas de noviazgo. Las confesiones comenzaron a brotar con naturalidad. Lucía reveló cómo Javier solía escribirle poemas al inicio de su relación, algo que él negaba ruborizado. Clara, por su parte, contó una travesura juvenil sobre una pillada que les hicieron a Andrés y a ella en un centro comercial e hizo reír a todos a carcajadas.

—¿Alguna vez habéis hecho algo fuera de lo común? —preguntó Lucía de repente, animada por el vino—, ¿algo diferente para romper la rutina?

El silencio que siguió fue breve, pero incómodo. Andrés se encogió de hombros y respondió:

—Depende de lo que consideres fuera de lo común.

—Ya sabes —insistió Lucía—, algo que haga que tu corazón lata más rápido, que te saque de tu zona de confort.

Los cuatro comenzaron a mirarse de otro modo en ese instante y la conversación se desvió hacia terrenos más íntimos, mientras las copas se vaciaban y los límites, antes claros, comenzaban a desdibujarse.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

Sigue al minuto todas las noticias de Alcorcón. Suscríbete gratis al
Canal de Telegram
Canal de Whatsapp

Sigue toda la actualidad de Alcorcón en alcorconhoy.com