Este concepto es clave para entender la filosofía y la vida en general. El canto a la libertad de Alcorcón en sus esculturas
Siempre entendemos la libertad como un factor determinante en una democracia, y así es, como bien reprodujo Salvador Amaya en el Paseo de Castilla con una escultura en bronce. Similar al concepto y forma de la Estatua de la Libertad que podemos ver en Nueva York o la construida en París por Frederic Auguste Bartholdi, Alcorcón también tiene la suya, y no puede representarse mejor la ciudad.
Pilar necesario para el desarrollo de las revoluciones posteriores a la francesa y la instauración definitiva de las democracias en Europa, este concepto va unido al de igualdad, que no existiría sin la acción del primero. Este monumento a la libertad implica un obligado recordatorio a lo que constituye uno de los grandes fundamentos de la sociedad, y que se basa en dos elementos muy simples: lenguaje simbólico y el uso de la paloma.
Lo bello está en lo simple, y si tiene un mensaje directo, es más efectivo simbólicamente hablando. La figura femenina representada en bronce y alzando una paloma al aire, símbolo universal de la libertad y adoptado por la ONU a finales de los años 50, nos explica todo lo que deberíamos saber. Pese a ello, y estéticamente hablando, el punto esencial para entender su significado se encuentra más en lo emocional que en lo intelectual, sobre todo por la postura de la mujer.
¿Qué es la libertad?
En la filosofía es un concepto clave, y se define como la ausencia de restricción de forma negativa, mientras que su significado positivo es el opuesto: aquel que hace lo que quiere. De hecho, a lo largo de la historia ha tenido muchos matices diversos, ya que en la antigua Grecia tuvo tres nociones diferentes: libertad natural, política o social, y la individual o personal. Hoy en día es de otra manera, ya que se engloba todo a un mismo concepto, simplificando lo poderosamente amplio que es este término.
Aristóteles se preguntó si era posible conciliar el orden natural con el moral, planteándose un problema ético que ha perdurado hasta nuestros días. La acción voluntaria, o llamada libertad de la voluntad, y el libre albedrío o elección que el ser humano siempre ha perseguido aparecen para convivir en cada decisión que tomemos. Según el espíritu griego, la libertad pertenece al orden de la razón, por lo que la primera no puede existir si no somos racionales, aunque también defendían que los hombres actuaríamos en función del bien.
«La libertad no consiste tanto en hacer la voluntad de uno como en no estar sujeto a la de los demás; todavía consiste en no someter la voluntad de otros a la nuestra», concluyó Rousseau en su obra ‘El contrato social‘. Como uno de mis personajes de animación favorito siempre explicó y defendió hasta su muerte, cada uno vivimos en nuestra propia realidad subjetiva, definiendo nuestros valores de qué es lo «correcto» o «cierto», convirtiendo, la mayoría de veces, nuestra vida en un completo espejismo.
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