Nueva columna semanal que te invita a una vuelta televisiva, otra reflexiva y la que no puedes perderte hoy: el mercadillo solidario en la Avda. Parque Lisboa, 15. Desde mi Colmena en Alcorcón: Hoy tenemos más que un plan
Si existe una serie capaz de cautivar a públicos tan dispares como una forofa de la Filosofía y un adolescente ingobernable y adicto al móvil, esa ha sido y es, sin duda, “Merlí”.
¡Oh, milagro!: el hijo pródigo ha dado esquinazo a pantallas pequeñas para volver a sentarse con su familia en el sofá después de la cena ¡Aleluya!
La serie referida comparte con el libro “El maestro griego (Las abejas de Malia I)” dos piedras angulares e infalibles:
Por un lado, un desarrollo magnífico de acontecimientos que logra generar un interés y una familiaridad crecientes con personajes que gradualmente te implican cada vez más en sus peripecias. La segunda piedra (la mejor) consiste en la inyección de pequeñas dosis de conocimiento que, imperceptiblemente, se expandirán hasta llegar al lugar donde deben actuar dentro de nuestra nebulosa neuronal.
En ambos casos, La filosofía es introducida vía “neuronas del corazón”, como me gusta llamarlas. Su cualidad emocional funciona como un potente pegamento para cada aprendizaje, además de hacerlas más permanentes y accesibles que las de plantar codos.
Así es como Merlí, haciendo honor a su nombre, nos hechiza.
Junto a él, un elenco de actores y actrices fabulosos ―con quienes los más jóvenes se identifican― nos hacen partícipes de sus vicisitudes y dilemas… Mejor dicho, (¡qué demonios!) en su argot: movidas y movidones (¿aún se llaman así? ¡Ay, esta boomer...!).
Hay algo que me gusta especialmente: que la serie nos enseña que ninguno de los queridos personajes está libre de pecado ni de problemas que justifiquen todo lo anterior.
Y de esto no se libra ni el propio Merlí. Tanto mejor.
Ver a tus hijos esperando con ojos de cabalgata de reyes la intervención del idealizado maestro y cómo se topan de pronto con un ser humano lleno de imperfecciones que no encajan con los conceptos que componen su tierna idea del bien, no tiene precio.
Por poner algunos ejemplos: a Merlí no le gustan los perros. A mis hijos les fastidia enormemente porque todavía no han aprendido a poner en la balanza las virtudes y los defectos de las personas (desde sus propios valores) para calibrar si su compañía nos compensa. El idealismo subjetivo es un compañero tenaz de la juventud (lo de la relatividad para calibrar los ideales ya es un doctorado que muchas personas no alcanzan ni al final de su vida).
De las extravagancias introducidas por los guionistas en este humanísimo pecador, su convincente argumento contra el kilo de ayuda me resultó especialmente chirriante; toda una lección de sofismo (los sofistas tenían el don de venderte arena en el desierto si su poderosa elocuencia superaba tu desarrollo intelectual y tu capacidad crítica).
Fue interesante porque nos demostró cuán adoctrinables son los chavales que, con la mente aún tierna, aceptarán cualquier disparate surgido de quien se haya ganado cierto liderazgo entre ellos.
En mi opinión, todo profesor de Filosofía que se precie tiene como labor ayudar a cultivar un espíritu incondicionalmente crítico entre sus alumnos. Para comprobar si lo ha logrado, solo tendrá que tantear el resultado de su trabajo disparando alguna pregunta o sentencia disparatada. Si la clase lo acepta de forma rebañega, algo no ha salido bien.
Un maestro de Filosofía es todo un druida de la mente. Los demás te ilustran ―de forma igualmente encomiable― cada uno en su materia y, si bien son verdaderos hechiceros generando placer por el aprendizaje, no suelen alcanzar esa cúspide magistral: enseñar a pensar sin inculcar cómo.
Merlí cumple su propósito: dudad de todo, incluso de mí mismo. Aunque, en el caso de mi pequeña audiencia, yo he tenido que rematar la faena; es decir: dudad incluso de quien os dice que dudéis Vaya onanismo mental, ¿eh?. Me recuerda una táctica de Fernando Savater, extraída del libro “Ética para Amador” (altamente recomendable), que puse en práctica con mis hijos un día en que se pusieron muy flamenquitos: les reté a que serían incapaces de desobedecerme una orden.
Su respuesta: ya lo veremos.
La orden fue: haced lo que queráis.
Es verdad; no sé cómo no les vuelvo locos. Un día se me presenta Asuntos Sociales en casa.
Y como no quiero provocar ese efecto en ti, amigo lector, voy a terminar ya, retomando el asunto del kilo de ayuda mencionado, como ejemplo de cuestión que cada uno debe consultar con su Pepito Grillo interior, para pedirte que cedas a la voz de tu conciencia más emocional la decisión sobre acudir o no, hoy domingo 18, en la avenida del Parque Lisboa nº 15, donde os espera un mercadillo solidario, delicioso y variadísimo.
Aunque será muy de agradecer ese kilo de ayuda, no se requiere para poder entrar.
Por cierto: una vez allí, un grupo de escritoras muy especial os hará entrar en calor con unos relatos navideños que os dejarán un sabor dulce y ganas de regalar libros, libros y más libros…
Feliz domingo.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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