Nueva columna semanal que nos invita a celebrar el Día del Libro con conocimiento de causa y gran emoción. Desde mi Colmena en Alcorcón: Érase una vez… y otra, y otra… hasta la eternidad
No podría haber tenido más suerte. Este domingo, día de la semana asignado a mi alborozada colmena, coincide con la efeméride de las muertes de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega, fecha que se celebra desde 1995 a iniciativa de la UNESCO como el Día del Libro.
Una se imagina pintorescas escenas de ultratumba al especular sobre cómo pudo ser que en el mismo día del mismo año ―1616― los tres genios, como si así lo hubieran acordado, detuvieran con su último latido la sangre que había calentado sus manos durante la creación de sus obras:
“Lord Shakespeare, señor Cervantes… es hora de llevar nuestras letras hacia los confines del más allá”-anunció Garcilaso.
Desde un punto de vista más melancólico, podríamos lamentar que, al igual que la sangre en sus venas, la tinta se secó en sus cálamos para enmudecer irreversiblemente, en el frío que pone punto y final a nuestra existencia. Afortunadamente, les sucedió un relevo por cuya infinitud apostamos desde la perspectiva de los miles de años (desde tiempos anteriores a Alejandro Magno) que la escritura ha venido dejando sus muy variados garabatos entre la humanidad hasta definir una grafía más o menos universal.
La muerte de un escritor o escritora ―y con ellos su pluma, ese apéndice adicional e inseparable de nuestra mano― es uno de los ejemplos más ilustrativos que podemos encontrar para figurarnos un significado más fehaciente de la eternidad. Dicho significado resulta especialmente hermoso para los que sentimos el compromiso de aportar algo más perdurable que las huellas de nuestro pies, sin limitarnos, por tanto, a transcurrir en la mera mundanidad durante esta corta estancia entre los vivos.
Con esto me refiero a que seguramente ninguno de los señores anteriormente mencionados habría podido imaginarse la inmortal fama que el tiempo les otorgaría, trascendiendo así más allá de su paso por la Tierra.
El cuerpo y la pluma se extinguieron físicamente con el último aliento, pero el rastro que dejaron dio comienzo a la eternidad de sus nombres, de sus palabras, de todo aquello que sólo con el hálito de una entidad más allá de la materia física puede ser creado. Cada cual creerá o no en la existencia del alma. Algunos la percibimos; seguimos su rastro, evanescente estela volátil y caprichosa que nos guía por las estanterías de una librería hasta dar con su valiosa herencia, cedida a través de esos portadores de sueños y conocimiento que llamamos libros.
Miles de pequeños fragmentos extraídos de nuestra parte más conectada al Logos llenan bibliotecas. Esa parte de nosotros seguirá viva. Es nuestra esencia, es algo que rebosa nuestra efímera figura material; que lidia por salir, habitar otras existencias, fundirse con ellas, guiarlas, ofrecerles mucho más mundo que éste e incluso una vida más digna gracias a una perspectiva alejada de una realidad cada vez más falseada.
Puede resultar extraña la idea: los libros y sus fantasías contra la mencionada realidad falseada. No voy desencaminada. Quienes leísteis el artículo basado en la idea básica de “La historia interminable” (película basada en el libro de Michael Ende), pudisteis entender lo importante que es desarrollar una fantasía propiciadora de alternativas que hagan del mundo un lugar mejor; que nos insuflen esperanza e ilusión, ambas seriamente amenazadas por el bombardeo mediático, desalentador e insidioso, que se extiende como una nueva peste para generar desconfianza en todos los movimientos políticos y sociales, sin distinción.
Ya que he mencionado la insidia, aprovecharé para dar ciertos detalles sobre su fuente más habitual:
Desde tiempos inmemoriales la batalla contra los libros ―y no digamos cualquier aportación cultural de origen femenino―, «peligrosa» amenaza contra la ausencia de cuestionamiento, siempre ha sido ejercida por aquellos cuya ideología pretende imponer las pautas ideadas para garantizar la sumisión incondicional de una extensa masa y, si pueden recuperarla, la esclavitud.
Todo por el poder, el dominio, la vida padre a costa de una población fácilmente adoctrinada gracias a la incultura.
El fin de semana anterior a éste el grupo de escritoras de Alcorcón culminaba un proyecto iniciado a finales del año pasado: una primera feria del libro en Alcorcón.
Sin objeción por parte de institución alguna hasta el último momento, reunión tras reunión, la única entidad que habría hecho viable la visibilidad de tanto talento femenino ―la concejalía de feminismo―, pergeñó una organización de ensueño: puestos de libros, firma de los mismos, cuentacuentos, talleres, invitados célebres… Una ímproba labor que, justo dos días antes, resultó saboteada por la misma ralea ideológica que antaño quemaba piras de libros.
Bajo la tergiversación más abyecta de una ley, concomitante a la política que representan, han logrado suspender un acto que, obviamente, no podía tener lugar en una fecha más señalada que la de la semana del libro.
Sin embargo, no hay razón para el desaliento. Al contrario: la Historia nos ha demostrado innumerables veces que este último ultraje cometido contra la cultura solo es una quema más (de las miles que la anteceden), y que nunca lograrán quemarlos definitivamente.
Celebremos por tanto este 23 de abril con más fervor que nunca, por la eternidad de la escritura y la libertad que representa.
Feliz día del Libro.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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