Desde mi Colmena en Alcorcón: Allá va Alcorcón

Desde mi Colmena en Alcorcón: Allá va Alcorcón

Nueva columna semanal sobre el ritmo demográfico de pueblos que se convierten en ciudades y barrios que tornan en pueblos. Desde mi Colmena en Alcorcón: Allá va Alcorcón

Hoy me ha dado por pensar en el tamaño de Alcorcón. Si no recuerdo mal aquellos remotos apuntes del colegio, la designación de un lugar como pueblo o ciudad depende de su índice de población… Esta reflexión me ha llevado al recuerdo del primer barrio cuyo crecimiento se acompasó al mío.

Yo llegué a Alcorcón hace algo más de veinticinco años (no, no soy oriunda). Nací en San Ignacio (por aquí cerca) y pocos años después nos mudamos a un sector recién edificado de Aluche. Su construcción estaba tan tierna que fuimos los primeros habitantes; la urgencia con que nos mudamos nos obligó a alumbrarnos con velas y traer el agua de la fuente del parque cargándola en garrafas, porque a la constructora no le dio tiempo ni a cerrar los respectivos contratos. Para mí era divertido porque era una niña y los niños, por lo general, tienen una moral invencible y le encuentran el punto exótico incluso a estos pequeños males.

Cuando bajaba a la calle para jugar me rodeaba un desierto de ladrillos intactos que dejaban asomar  pegotones de cemento aún sin pulir por la futura erosión. El relieve del pavimento estaba intacto y los árboles, recién plantados, eran más delgados que mis piernas. El olor de todo tipo de sustancias y materiales de construcción me embriagaba dondequiera que me llevaran los patines o la pelota.

Un día apareció un niño, el segundo naufrago en mi solitaria isla urbana. Después llegó otra niña y a los pocos días otro crío se sumó al grupo. Todos tenían mi edad. Su amistad fue mucho más que el regalo inherente a la misma, ya que llegaron justo a tiempo para celebrar en su compañía mi séptimo cumpleaños, en aquel pequeño planeta donde, hasta la aparición de mis primeros amigos, me había sentido como “El Principito” de Saint-Exupéry.

Ver crecer una población desde la perspectiva del habitante cero es algo que los estudiosos de la demografía deberían experimentar.

A lo largo de los años que siguieron vi cómo aumentaba el tráfico, el flujo de gente, el número de pequeños comercios… En el descampado por el que bajaba corriendo hacia mi nuevo colegio vi alzarse día tras día, en una obra que parecía interminable, un imponente centro cultural donde disfruté de dos enormes bibliotecas: una infantil y otra para adultos.

Sin embargo, a pesar de la amplitud de estas salas, a veces teníamos que esperar turno en unos asientos exteriores para lograr un sitio dentro. Eran otros tiempos que, en este aspecto, sí desearía que volvieran.

Bueno, ya me he ido por las ramas a lo abuelita cebolleta. Vuelvo a Alcorcón:

Antes de mudarme a Alcorcón, yo había tenido una amiga de aquí, que estudiaba conmigo en el instituto. Recuerdo que, en consideración a su desplazamiento hasta allí desde estos confines, la acompañaba a tomar la Blasa en Campamento y, al dejarla allí sentada, me despedía de ella como si se marchara a Galicia. Al día siguiente no dejaba de asombrarme al verla, de nuevo sentada a mi lado en clase.

Una vez vine a visitarla. El corazón se me salía por la boca pensando que si me pasaba de parada acabaría en la playa. No sé las veces que pude pedirle al conductor de la Blasa que me avisara cuando llegáramos (y quería yo irme de beca Erasmus…, madre mía).

Y, por fin, la mudanza:

Alcorcón aún recibía la consideración de pueblo cuando llegué. Por otro lado, en el colegio me había hartado de repetir la definición de “ciudad-dormitorio” que se estudiaba en Ciencias Sociales, y que incluía como ejemplo a nuestra ciudad entre otras como Móstoles o Leganés. Así que no tenía muy claro cómo llamar a mi nuevo lugar de residencia. Tampoco es que me importara, porque al llegar estaba más feliz que un perro con dos colas.

Los recuerdos que conservo de mis primeras semanas aquí son: el aire limpio (pues mi querido Aluche ya estaba irrespirable); el color que tomaron mis mejillas ―similar al que sólo adquiría en la sierra―, la escuela oficial de idiomas al lado de casa y las corrientes de niños surcando las calles, saliendo de los portales, llenando los colegios… En Aluche prácticamente habían desaparecido, por lo que esto me pareció un cuento de hadas lleno de coloridos y adorables enanitos haciendo flotar en el aire el tipo de jolgorio que ya había olvidado.

No todo fue tan idílico; también recuerdo la extrañeza con que muchos me mirabais al verme pasar corriendo hacia el parque (sí, sí… nadie me lo puede negar); eso también he de decirlo. Ahora Alcorcón está plagado de runners. Pero por entonces aquí no estaba muy extendida la práctica con que los jóvenes llenábamos los  extensos parques de Aluche, y yo me sentía rarita, rarita… con tantos rostros girándose como si vieran un marciano.

El caso es que ahora observo la dimensión alcanzada por Alcorcón (que ya tiene hasta su propia Feria del Libro, la cual finaliza hoy) y me asalta la no tan descabellada idea de que algún día podría superar incluso a la de Madrid.

¿Por qué no? Si aplicáramos la óptica que nos ofrece un conocimiento global de la Historia en la observación del panorama, podríamos apreciar, con la lejanía de un astronauta del tiempoel conjunto del vertiginoso transcurrir de los siglos, y lo más importante: todos sus cambios. Gracias a este ejercicio, haríamos recuento de cuántas grandes ciudades como Alejandría, un día núcleo de referencia en todo el continente, se redujeron, algunas llegando a desaparecer, mientras modestas aldeas emergían hasta convertirse en grandes capitales.

A nosotros, minúsculos habitantes de efímera existencia, nos parece que tal o cual ciudad siempre serán las más grandes, pero ojito con Alcorcón… Que allá vamos.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una brujapueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

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