Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Que no se puede volver?

Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Qué no se puede volver?

Nueva columna semanal sobre quien no pierde la esperanza en el hombre, por más que éste lo crucifique. Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Que no se puede volver?

“¡No se puede volver!” gritaba desesperadamente un criminal que, atado al asiento de su coche con un paquete de explosivos entre las rodillas, se revolvía entre el terror y el desconcierto mientras el hombre al que, estaba seguro, había asesinado un año atrás, ponía fin a su letanía amordazándolo con cinta americana, trababa el acelerador y liberaba el freno en el momento en que el condenado terminaba de escuchar las razones de su venganza.

El coche saltaba por los aires y caía envuelto en llamas al mar, desde el muelle por donde había tomado carrerilla para explotar en el momento calculado. La escena culmina en el momento en que The Crow traza con un chorro de keroseno el dibujo de un cuervo, a modo de firma, para después prenderle fuego. Talante justiciero pasado de rosca, pero un deleite para los mortales que, en nuestra humana debilidad, pecamos de una gran falta de indolencia ante los peores crímenes.

Seguramente existen más personajes ficticios que, como The Crow, volvieron del otro lado. Sin embargo, el protagonista que nos ocupa en el día de hoy existió y cuenta con una extensa y variada biografía. Según unos autores murió y resucitó; según otros, su muerte fue fingida por todos sus allegados para protegerlo de aquellos que repetirían el atentado contra él. Hablo de Jesus, también conocido como Cristo o Jesucristo.

En el segundo caso, no me habría extrañado que pusiera pies en polvorosa, renegara de la cobardía y la inconsciencia humana y se despidiera: “Hale, ahí os quedáis, que parece que os gusta que abusen de vosotros.” La veracidad de esta segunda versión me habría parecido más comprensible y muy respetable.

En cualquier caso, el buen hombre no hubiera deseado volver para liarla parda como The Crow. Ya me hubiera gustado a mí, que de pequeña me agarraba cada sofocón por estas fechas releyendo los suplicios sufridos por mi primer referente, que si en ese momento pillo a cualquier incauto disfrazado de romano de Pilatos, me lío a bocados como una piraña.

Francamente, no me habría parecido tan descabellado que Jesús se resignara y asumiera que contra la corrupción política y la codicia de unos ―por un lado―, así como la cobardía, necedad y desidia de los otros ―por otro lado―, no hay nada que hacer. O, al menos, que ya había hecho más que suficiente. Más de lo que la energía y la paciencia humana pueden soportar; sobre todo cuando tu vida ha corrido un serio peligro por un ideal de justicia, de igualdad, y te has topado con una férrea defensa del abuso, no sólo por parte del abusador, sino también, y eso sí que duele: por los abusados.

Estos días a mí me llevan a tener presentes, más que nunca, a esas pocas personas que desde la más honesta sinceridad en sus intenciones, emplean toda su capacidad física, intelectual y hasta espiritual en procurar que el mundo sea un lugar donde reine la justicia a fin de que, para todos sin excepción, la vida sea igualmente digna de ser vivida.

Yo, que de pequeña me empapé de cristianismo a través de la única lectura que tenía permitido tocar: la Biblia y, en especial, el Nuevo Testamento (aunque me las ingeniara para echar mano a los libros que mantenían apartados de mí por el celo de que pudiera lastimarlos, dada mi corta edad), he encontrado un paralelismo cada vez mayor entre aquel idealista que fue Jesús y quienes, a día de hoy, parten de las mismas premisas éticas ―más que morales― y vuelven a ser crucificados, incluso por aquellos cuya inducida ignorancia les impide entender la hoja de ruta que les llevaría a vivir mejor.

Hoy se celebra la resurrección del primero de una raza especial: la raza de quienes no se conforman, no se someten y no se detienen.

Yo celebro que su voluntad resucita, una y otra vez, a pesar de las pedradas diarias y el afán de crucificarlos de forma reiterada en infructuosos juicios.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una brujapueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

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