Nueva columna semanal con la que poner de relieve otra de las delicias que caracterizan al comienzo de este tercer milenio d.C.: el detrimento de la calidad en pro del consumo masivo. Desde mi Colmena en Alcorcón: Dinero versus calidad
Puedo comprender que unas deportivas de marca blanca compitan en funcionalidad con otras de más reputado branding para calzar a una señora que va a pasear al perro o a un niño que, no siendo aún un deportista en toda regla, todavía pasa sus horas libres ejercitándose con un juego que no exige cierta protección en sus articulaciones; esto lo comento por poner un ejemplo de que no me posiciono categóricamente a favor o en contra de nada.
Sin embargo, uno de estos días en los que pude disfrutar de la Feria del Libro en Madrid (y de paso saludar a varias compañeras alfareras que tuvieron el mérito, el honor y sobre todo el merecido derecho a estar firmando libros allí), me topé con un youtuber ocupando el mismo palco, gozando del mismo privilegio de forma desmerecida y, por tanto, injusta.
Injusta, sí, porque es alarmantemente injusto que mis compañeras se las estén viendo y deseando con editoriales precarias para sacar sus libros a la luz, mientras este señorito armado de retórica sofista con melodía de sirena para atraer millones de likes en un canal, entre por la puerta grande de cualquier editorial, pasando por encima de excelentes talentos cuyos manuscritos van a parar a la papelera del correo de Penguin, Planeta o cualquiera de sus sellos, sin ni siquiera ser leídos.
Por supuesto, huelga decir que él no habrá movido ni una tecla. Y si lo ha hecho, su trabajo habrá tenido que pasar necesariamente por las manos de un editor que habrá completado y reescrito prácticamente todo el texto. Da igual: “El rey Midas quiere escribir. Pase usted delante, majestad”.
Con su esencia prostituida, las editoriales han reducido y degenerado su criterio selectivo a lo que más vende (la frase más escuchada, por desgracia, como el mantra de nuestro siglo).
Desgraciadamente, esta corrosión no se reduce únicamente al entorno literario: el dinero decide lo que leerás, lo que verás en el cine, lo que comerás y tantas otras cosas que harán que tu cuerpo, tu cerebro y tu vida se llenen hasta la saturación, prescindiendo del nutriente imprescindible para alimentar nuestra salud, nuestra inteligencia y nuestra integridad ética: la calidad, que ya anunciaba su despedida a finales del siglo pasado desde la creación del mundo fast-food, perfecta metáfora premonitoria de lo que nos espera si seguimos por esta línea.
Volviendo al youtuber: lo reconocí porque durante una época mi hija quiso seguirle y, por supuesto, yo también (para vigilar lo que veía la niña). Gracias a él llenábamos algún rato de calma previo a la cena o disfrutábamos de sus ocurrencias durante la misma, hartas de aguantar tantas guerras, desgracias y tomaduras de pelo de los políticos. Calamidades, todas ellas, que una niña no tiene por qué tragarse tan masivamente y con tanta crudeza y odio en los comentarios televisados.
Así que cada noche nos reíamos con este muchacho cuyos comentarios ofrecían incluso cierto contenido pedagógico y ameno, si obviábamos las no pocas patadas sacudidas a la gramática y al diccionario con una contundencia que quebraría las columnas de la RAE cual Sansón cuyo vigor, en su caso, provendría de su incultura más que de la melena.
Sus variadas ocurrencias hacían nuestras delicias hasta que una noche, en un vídeo, el último que vimos de él, su sarcasmo se dirigió contra los lectores, los libros y, con ello, lógicamente, los escritores. Y lo hizo de tal manera que tanto por mi parte como por la de mi hija, amante de la lectura e hija de escritora, la ruptura fue indefectible, visceral y tajante.
Recuerdo que me vinieron al pensamiento todos esos coleguitas de profesión del susodicho, que ahora publican libros (claro, escritos por un editor bien pagado porque pueden compensar con dinero la falta de talento literario y de conocimiento de unos mínimos lingüísticos). En ese momento me dije: “No tendrá ahora la caradura de subirse al mismo carro”.
Pues la ha tenido, toda la cara con toda la barba. Vaya…, con su estrellita bien plantada en las posaderas, se ha saltado toda la fila de espera para colarse en el mundo editorial, como en esas atracciones de feria que te permiten entrar directo pagando un plus (otra metáfora de la vida que anticipa una nueva y abominable división de clases).
La diferencia es que ésos que se cuelan en la feria por pagar más sólo enfadan al resto, mientras que estos escritores espontáneos de tan tardía, inesperada, falsa y carroñera vocación insultan al resto y desvirtúan todo el concepto de lo que es y lo que implica un libro, llevándolo a descender al inframundo más insustancial y apestoso (porque la codicia apesta, y apesta mucho, especialmente cuando invade un terreno sagrado para construir el becerro de oro sobre él).
Sólo me consuela una idea para mantener la esperanza (yo siempre luchando por extraer un positivo del negativo): si el sacrilegio logra que volvamos a ver libros en las manos de todos los jóvenes, será mejor que nada.
Y si se convierte en el punto de partida de un hábito de lectura, hasta podremos reconciliarnos con los usurpadores.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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