Rebelión en la residencia Edén de Alcorcón: Bienvenida

Rebelión en la residencia Edén de Alcorcón: Bienvenida

Queridos lectores, voy a dar paso a una nueva serie de relatos, o más bien de capítulos. Rebelión en la residencia Edén de Alcorcón: Bienvenida 

Poco a poco podréis descubrir a unos encantadores abuelos y sus peripecias en la residencia Edén. El conjunto conformará un nuevo libro titulado Rebelión en la residencia (los anteriores los recopilaré en otro también). Espero que los disfrutéis.

Capítulo 1: Bienvenida

El microbús rechinó un poco al detenerse para estacionar frente a la entrada de la residencia de ancianos Edén. Era imponente. Estaba rodeada de extensos jardines en los que árboles frondosos parecían inclinarse para saludar a los nuevos huéspedes. El sol alumbraba con su luz cálida los senderos de piedra y las flores de mil colores daban un aire acogedor al lugar cargado de dulces fragancias. Sin embargo, los seis nuevos residentes que acababan de llegar no podían evitar sentir una mezcla de nervios y nostalgia. Para la mayoría de ellos, esta era su primera vez en un lugar así, y aunque todos sabían que el cambio era necesario, no dejaba de ser difícil abandonar lo conocido.

La primera en descender fue Doña Carmen, una mujer de noventa y tres años pero con la agilidad y la claridad mental de alguien mucho más joven. Con su bastón en una mano y su bolso de cuero en la otra, inspeccionó el lugar con una mirada que sugería que nada podría sorprenderla. Le siguió Don Ramón, un hombre alto y robusto, de rostro serio y modales antiguos. A su lado caminaba Doña Luisa, menuda y vivaracha, que no paraba de mirar a su alrededor con una sonrisa traviesa que no se había borrado de su rostro desde que subió al vehículo. Detrás de ella, Don Ernesto, un viejo poeta cuyo cuerpo frágil contrastaba con la profundidad de sus ojos oscuros. Cerraban la fila Doña Rosario, una mujer charlatana que no había dejado de hablar en todo el trayecto y Don Antonio, que había sido panadero por muchos años y lo echaba de menos.

La señorita de recepción tenía una sonrisa amable y paciente. Les pidió que esperaran en el vestíbulo mientras organizaba los papeles y verificaba sus habitaciones. Los nuevos residentes tomaron asiento en unos cómodos sofás dispuestos en torno a una mesa de café que exhibía una variedad de revistas y libros antiguos. Todo estaba en silencio, salvo por el murmullo del viento que se colaba por las ventanas entreabiertas moviendo ligeramente las cortinas de encaje.

Sin embargo, la calma no duró mucho. Apenas pasaron unos minutos cuando la puerta que daba al pasillo principal se abrió de golpe y por ella aparecieron tres ancianos que, a pesar de su avanzada edad, parecían estar llenos de energía.

Encabezando el pequeño grupo estaba Don Pepe, un hombrecillo de baja estatura pero de gran presencia. Sus ojos chispeantes y su sonrisa pícara delataban a un bromista consumado. A su lado, Amalia, una mujer alta y delgada, con el cabello canoso recogido en un moño impecable, irradiaba un aire de elegancia a la vez que de diversión. Detrás de ellos, con paso tranquilo y una expresión serena, estaba Don Paco, un hombre de mirada astuta y cara de póker que observaba todo con gran atención.

—¡Bienvenidos al Edén! —Exclamó Don Pepe extendiendo los brazos en un gesto amplio—. Soy Pepe y estos son Amalia y Paco. Estamos aquí para darles la bienvenida y asegurarles que aquí la vida no es tan aburrida como parece… al menos no si están cerca de nosotros.

Doña Carmen, que siempre había sido muy directa, no pudo evitar responder:

—¿Y en qué consiste exactamente esta bienvenida? Porque de aburrimiento ya hemos tenido suficiente en el viaje.

Amalia sonrió ampliamente mostrando unos dientes sorprendentemente blancos.

—Consiste en hacerles saber algunos secretos del lugar, cosas que solo los veteranos como nosotros conocemos. Por ejemplo: jamás se les ocurra jugar al ajedrez con Don Paco —dijo, inclinando la cabeza hacia su compañero—, este hombre es un truhán de los tableros; tiene movimientos que ni el mismísimo Kasparov podría predecir.

Don Paco, lejos de ofenderse, se encogió de hombros con fingida modestia:

—¿Qué puedo decir? Uno aprende algunos trucos cuando tiene tanto tiempo libre.

Doña Luisa, que no perdía detalle, rió entre dientes:

—pues parece que en este lugar hay más emoción de la que esperaba. Y eso que solo llevo unos minutos aquí.

—Y apenas hemos empezado —añadió Don Pepe, inclinándose un poco hacia ellos como si fuera a revelarles un gran secreto—. Aquí también tenemos nuestras propias tradiciones, como las historias de terror que cuenta Doña Matilde cada viernes por la noche. Les advierto que no hay quien duerma tranquilo después de oír sus relatos.

—Aunque no todo es tan inquietante —dijo Amalia poniendo una mano sobre el hombro de Doña Carmen en un gesto tranquilizador—, también organizamos competencias de bromas. Eso sí, no se permiten chistes antiguos, ¡hay que ser originales!

Don Antonio, que tenía una rápida respuesta para casi todo, se animó a participar:

—Originales, ¿eh? A ver si esto cuenta: ¿Qué le dice un anciano a otro en la residencia?

Don Paco, con un brillo en los ojos, respondió al unísono junto a Amalia: —¿Qué?

—¡Aburrimiento, quédate en tu habitación, que hoy vamos a hacer travesuras!

El grupo estalló en carcajadas, y la risa resonó por todo el vestíbulo rompiendo la tranquilidad que hasta entonces había reinado. Incluso Don Ramón, siempre tan serio, no pudo evitar sonreir. Parecía que los veteranos de la residencia Edén habían cumplido con creces su objetivo de hacer sentir bienvenidos a los nuevos residentes.

El ambiente se relajó considerablemente después de ese momento de risa compartida. Mientras esperaban que la recepcionista les llamara, los nuevos y viejos residentes continuaron conversando. Don Ernesto, siempre curioso, preguntó a Amalia sobre las actividades del lugar:

—Bueno, además de las bromas y las historias de terror, tenemos una amplia variedad de cosas que hacer — explicó ella con entusiasmo—. Tenemos clases de pintura, que son una maravilla. Aunque debo advertirles que Doña Inés, nuestra profesora, es tan estricta como talentosa. Y si les gusta la música, tenemos una orquesta donde cualquier persona, independientemente de su habilidad, puede unirse. Hay días en que la música suena como una sinfonía y otros… bueno, hay otros en que es más como un concierto de gatos, pero siempre es divertido.

—Y si les gustan los paseos, los jardines son ideales —añadió Don Pepe—, aunque les recomiendo que no se alejen demasiado al anochecer. Se dice que por el lado oeste del jardín, cerca del viejo roble, a veces se oyen susurros extraños.

—Ah, pero eso solo lo dicen para asustar a los nuevos —intervino Don Paco, guiñando un ojo—, la verdad es que esos susurros son de Don Federico, que le gusta espiar a las enfermeras cuando salen a fumar.

La conversación continuó así, llena de anécdotas y chascarrillos, hasta que finalmente regresó la enfermera anunciando que todo estaba listo para que los nuevos residentes pudieran instalarse en sus habitaciones. Mientras les indicaba el camino, los recién llegados se sintieron más ligeros, como si el peso del cambio hubiera disminuido un poco.

Los primeros días en la residencia Edén fueron de adaptación y descubrimiento. Los nuevos residentes pronto encontraron su lugar en la dinámica del hogar, participando en las actividades y sumándose a las conversaciones. Don Ramón, quien al principio había sido reservado, comenzó a disfrutar de las largas partidas de ajedrez con Don Paco, aunque raramente lograba vencerlo. Doña Carmen se unió a las clases de pintura, encontrando en los pinceles una nueva forma de expresión. Don Ernesto, inspirado por el ambiente, volvió a escribir poesía, compartiendo sus versos durante las noches de tertulia. Doña Rosario se convirtió en la favorita del personal, siempre con una palabra amable o una historia divertida para contar. Y Don Antonio, fiel a su amor por el pan, consiguió que le permitieran hornear en la cocina, regalando panes recién hechos a sus nuevos amigos.

La residencia Edén, que en un principio les había parecido un destino incierto y algo sombrío, se transformó en un lugar de risas y compañía, donde cada día traía consigo una nueva anécdota o una broma inesperada. Los seis nuevos residentes pronto se dieron cuenta de que la vida, sin importar la edad, siempre tiene algo más que ofrecer, y que la amistad y la alegría pueden encontrarse en los lugares más insospechados.

Y así, lo que comenzó como una mudanza llena de incertidumbre se convirtió en una etapa de risas y buenos momentos.

Los días pasaban en un ambiente de camaradería, donde el aburrimiento no tenía cabida y donde cada miembro de ese peculiar grupo aportaba su granito de arena para hacer de la residencia Edén un verdadero hogar.

Jose Luis Blanco Corral @sinvertock es autor de Cuando no quedan lágrimas (Amazon), Vidas Anodinas (en tu librería), poemas para pasear (Amazon) y Relatos del día a día

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