Pastelería Manolín. Pongamos que hablo de Alcorcón

Nuevo texto de Orgulloso de Alcorcón en el que hablamos del municipio de una forma dulce. Pastelería Manolín. Pongamos que hablo de Alcorcón 

Recuerdo perfectamente aquellos días de Reyes en los que mi madre me llevaba de la mano hasta la pastelería Manolín. La cola llegaba hasta la esquina, pero nadie se impacientaba. Sabíamos que la espera merecía la pena porque dentro nos esperaba el mejor roscón de Alcorcón. No importaba si había que madrugar o soportar el frío de enero, porque la recompensa era un dulce cargado de recuerdos y sonrisas.

Manolín abrió sus puertas en 1970, siendo la segunda pastelería de la ciudad, después de la legendaria pastelería Muñoz. Su fundador, un maestro pastelero de corazón, logró crear un lugar que pronto se convirtió en una referencia obligada para todos los vecinos. A mí me fascinaban sus negritos, esos pequeños pastelitos de merengue cubiertos de chocolate que parecían hechos por los mismos Reyes Magos. Pero también recuerdo con cariño los peces de mazapán, las milhojas crujientes, las tartas, las bayonesas, las bambas de nata y, cómo no, los pepitos de crema. Mi madre siempre pedía una barra de pan, y Manuel, con esa generosidad que sólo se encuentra en el pequeño comercio, nos regalaba un colín. ¡Era un pequeño gesto que me hacía sentir especial!

No solo se iba a Manolín por sus dulces, sino por la calidez de su atención. La imagen que ves aquí es de finales de los años 80 y refleja a la perfección lo que significaba Manolín para nosotros, una tradición. Siempre había cola, porque su calidad era insuperable y su atención, insustituible.

En 2010, la pastelería tuvo que cerrar sus puertas. Fue un golpe duro para el barrio, porque Manolín era más que una pastelería, era un punto de encuentro, una parte de nuestra historia. Hoy, cuando paseo por la calle San Pedro y otras calles de mi pueblo, siento nostalgia de esos tiempos en los que comprar un dulce era mucho más que una simple transacción.

Cada día vemos cómo cierran más comercios de barrio, esos que nos dieron tanto sin pedir nada a cambio. Ojalá volvamos a valorar y apoyar a nuestros pequeños comerciantes, porque son ellos quienes realmente endulzan nuestras vidas y nuestras memorias.

Imagen cortesía de Manuel Martínez Díaz

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