Historias de borrachos en Alcorcón: Una noche inolvidable. Final

Historias de borrachos en Alcorcón: Una noche inolvidable. Final

Nueva saga de microrelatos ambientados en el municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: Una noche inolvidable. Final

Un grupo de chicos que también había estado de fiesta pasó cerca del estanque y, al ver los vestidos abandonados en la orilla, no pudieron resistir la tentación de gastarles una broma.

—Conozco a la del medio. Esto va a ser divertido —dijo uno de ellos con una risa contenida mientras recogía las prendas.

Cuando las chicas decidieron salir del agua, su buen humor se desvaneció rápidamente al descubrir que su ropa había desaparecido.

—¿Dónde está mi vestido? —exclamó Marta, mirando frenéticamente a su alrededor.

—Esto no puede estar ocurriendo —dijo Laura, cruzándose de brazos para cubrirse.

Sofía, que al principio pensó que era una broma, pronto se dio cuenta de lo que había pasado.

—¡Alguien nos ha robado la ropa!

Veinte metros más allá, los chavales observaban la escena y reían. Pero su diversión no duró mucho. Marta, que siempre había tenido un carácter explosivo, empezó a gritar:

—¡Esto no tiene gracia! ¡Devolvednos nuestra ropa!

Los chicos, avergonzados pero sin saber cómo salir de la situación sin dar la cara, se marcharon, dejando a las chicas en aquella incómoda situación.

—¡Cobardes! —gritó Sofía, aunque no pudo evitar reírse después de lo absurdo del momento.

Encontraron sus zapatos un poco más allá tirados por el suelo, pero faltaban sus vestidos. Sin otra opción, decidieron regresar a casa tal como estaban: en ropa interior y con zapatos.

—Esto es una locura —dijo Laura mientras caminaban por el parque vacío—. Si alguien nos ve, nos moriremos de vergüenza.

—Ya que estamos en esta situación mejor tomárnoslo con humor —respondió Sofía, que parecía divertirse a pesar de todo.

Marta, que seguía indignada, murmuró:

Si vuelvo a ver a esos idiotas, les voy a dar una una somanta de hostias que les voy a poner del revés.

Justo antes de salir del parque, oyeron un silbido a sus espaldas:

—¡Vaya tipazos!

—Marta se giró y, con toda la ira acumulada, se dirigió hacia el chaval que había hablado.

—Tú eres tonto y en tu DNI lo pone. ¿Os parece gracioso lo que habéis hecho? Sois unos…

—¿No me recuerdas, Marta?

Marta lo miró confundida, el semblante del chico era atractivo, afable a la par que divertido, no parecía ser peligroso, de hecho le resultaba familiar.

—Pues no.

—¿En serio? Pues estuviste pillada por mí en 1º y en 2º de la ESO.

—¿Alex?

—¡Vaya, es cierto que estuviste pillada por mí, jaja! También me gustabas, pero como nunca me dabas bola… no me atreví a pedirte salir.

—¿Yo? Yo no…

Marta no sabía dónde meterse, era cierto que suspiró por él durante dos cursos, pero nunca se atrevió a decirle nada; además, las pocas veces que reunió valor para hacerlo, él había comenzado una relación con alguna chica.

Y ahora estaban ahí los dos, en un parque a las tres y media de la madrugada, ella en ropa interior, empapada y su amor platónico mirándola con descaro y picardía.

—Tomad, siento la broma, ha sido de muy mal gusto. Es que lo dejasteis tan fácil que nos resultó imposible no hacerlo. Pero estuvo mal.

Alex mostró las manos, que hasta ese momento había mantenido a su espalda y le devolvió los vestidos. Las chicas los recogieron y se los pusieron al momento. Observaron las caras de imbéciles que tenían los dos, que no cesaban de mirarse sin decir una palabra, y sin decir nada se fueron.

—¿Gracias? Bueno, mis amigas están esperando, debo irme.

—Tus amigas se han ido.

Marta miró alrededor y el pánico y la vergüenza se apoderaron de ella.

—Me voy, adiós —y echó a andar con paso acelerado.

—¿Te importa que te acompañe a casa? Me gustaría asegurarme de que llegas bien, es lo mínimo que puedo hacer por el comportamiento infantil que he tenido.

La chica dudó, pero tristemente no era seguro andar sola a esas horas. En un mundo ideal, donde no existiese el mal, cualquier persona podría ir y venir cuando quisiera y a donde le apeteciera. Pero en el mundo real, bastaba con que hubiese solo un desalmado suelto entre 200.000 para que una joven como ella pudiera convertirse en su víctima.

—Está bien. ¿Qué has hecho en este tiempo?

—Fui al INEF, siempre me ha gustado el deporte. De hecho, como soy cinturón negro de kárate, impartí clases en un gimnasio para pagarme la carrera. Ahora doy clases de educación física en un colegio. ¿Y tú?

—Yo estudié enfermería y estoy haciendo una suplencia en el Hospital de Alcorcón.

—Genial. Oye, a lo mejor es precipitado, pero me gustaría charlar un rato contigo… ¿te apetece ir a la Jowke a tomar algo? Tengo el coche cerca y luego te dejaré en la puerta de tu casa.

—¿Ahora?

—Si quieres.

—¿Puedo confiar en ti?

—Como en el niño Jesús.

—Tampoco te pases, quizá no me apetezca que seas tan bueno.

Sus miradas se cruzaron con la inconfundible conexión del amor. Alex agarró de la cintura a Marta. Ella no apartaba sus azules ojos de los de él y, sin saber de dónde sacó el valor, le dio un rápido y tímido beso en los labios. Después se quedó callada sin saber qué decir.

—Ummm, ha sido tan rápido que casi no me he dado cuenta. ¿Podrías repetirlo, Marta?

La joven sonrió con picardía y contestó:

—Veremos cómo transcurre la noche, profe.

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