Nueva columna semanal de relatos de ficción, en esta ocasión escalofriante y paranormal. Más allá de Alcorcón: La última habitación
En el corazón del viejo Madrid, entre calles angostas, se erige un majestuoso edificio de fachada neoclásica. Sus muros, sucios por el tiempo, han visto pasar varias generaciones y, en su último piso, tiene un piso que ha estado deshabitado durante décadas.
La familia Rivera, recién llegada de Sevilla, ha adquirido la propiedad a un precio sorprendentemente bajo. Antonio, el padre, se siente afortunado. La madre, Carmen, alberga ciertas dudas, pero las necesidades económicas de la familia son acuciantes. Sus hijos, Lucía y Pedro, están encantados con la idea de vivir en la capital.
La primera semana transcurre sin incidentes. La familia se instala, decora las habitaciones y comienza a acostumbrarse a su nueva vida. Sin embargo, la última habitación del piso, la que da al final de un largo pasillo oscuro, permanece cerrada. Debe ser un pequeño cuarto de servicio, pero Carmen siempre siente un escalofrío al pasar por delante. Cada vez que intenta abrir la puerta, algo en su interior le advierte que no debe hacerlo.
Una noche, mientras Antonio dormita en el sofá viendo la televisión y los niños duermen, Carmen escucha un susurro. Es casi imperceptible, pero la hace levantarse de inmediato. Parece venir del final del pasillo. Con un nudo en el estómago, avanza lentamente. Cada paso resuena en el silencio de la noche.
Al llegar frente a la puerta cerrada, el susurro se detiene. Conteniendo la respiración, gira el pomo. La puerta se abre con un chirrido que le hiela la sangre. La habitación está oscura, apenas iluminada por la tenue luz del pasillo. Carmen encuentra el interruptor y lo enciende.
Lo que ve la deja sin aliento. El cuarto, pequeño y desordenado, está lleno de juguetes antiguos y ropa de niño. Unos dibujos infantiles cuelgan de las paredes mostrando escenas familiares pero con algo perturbador: todos los miembros de la familia tienen rostros borrosos excepto uno, un niño que sonríe malévolamente.
Carmen retrocede y cierra la puerta. Durante el resto de la noche no puede dormir, presa de una inquietud inexplicable. A la mañana siguiente, intenta hablar con Antonio sobre lo ocurrido, pero él desestima sus temores como simples nervios por tantos cambios.
Los días siguientes, la atmósfera de la casa se vuelve cada vez más opresiva. Lucía y Pedro comienzan a tener pesadillas. Se despiertan gritando y aseguran que un niño los observa desde la oscuridad. Carmen sabe que no es coincidencia.
Una noche, Pedro desaparece. La familia lo busca frenéticamente por todo el edificio y las calles cercanas pero no hay rastro de él. Desesperados, llaman a la policía, pero tampoco logran encontrarlo. Carmen, desgarrada por el dolor, siente que la verdad está en esa última habitación.
Decide entrar y la encuentra transformada. En lugar de juguetes y dibujos, hay una cama infantil con sábanas desgarradas y manchas oscuras. En el centro del cuarto, Pedro está sentado mirando fijamente la pared. Carmen corre hacia él, pero cuando intenta tocarlo, su mano atraviesa su cuerpo como si fuera humo.
Una risa infantil resuena en la habitación. Desde una oscura esquina, un niño de cabello rizado y ojos penetrantes observa la escena. Carmen retrocede, incapaz de comprender lo que ve. El niño comienza a hablar con una voz gutural revelando la historia de la habitación:
Hace décadas, una familia similar a los Rivera había vivido allí. El niño, Luisito, había sido abandonado por su madre en ese cuarto. Consumido por el odio y la tristeza, había jurado vengarse de todas las familias que intentaran ocupar su espacio. Su espíritu había permanecido atrapado, alimentándose del miedo y la desesperación.
Carmen, con lágrimas en los ojos, le suplica que libere a su hijo. Luisito, sonriendo, hace un gesto y Pedro desaparece de la habitación. Carmen, destrozada, comprende que debe enfrentarse al espíritu. Reuniendo fuerzas de su amor maternal, grita con toda su alma exigiendo que Luisito los deje en paz.
La habitación tiembla y las luces parpadean. En un último estertor de odio, el espíritu de Luisito se disuelve en la nada dejando un frío glacial. Carmen se derrumba llorando. Pedro aparece acurrucado en la cama, vivo y sin recuerdos de lo sucedido.
La familia abandona el apartamento esa misma noche para nunca más regresar. La casa, ahora completamente vacía, guardará el secreto entre sus muros y, la última habitación, aunque cerrada, sigue esperando, lista para atrapar a la próxima familia que se atreva a desafiar su oscuro legado.
Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas y de Cuando no quedan lágrimas.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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