Más allá de Alcorcón: Amor de padre

Más allá de Alcorcón: Amor de padre
Más allá de Alcorcón: Amor de padre

Nueva historia un tanto paranormal sobre aquellos que nos cuidan desde arriba. Más allá de Alcorcón: Amor de padre

—Mamá, ¿dónde está papá?

—Hija, papá ya no está.

—¿Qué significa eso mamá?

—Que papá no va a volver.

—¿Y por qué?

—Porque se ha ido al cielo.

—¿Se ha muerto mamá?

—Sí, cariño, pero allí nos esperará hasta que volvamos a reunirnos.

—Pero yo quiero verle ya, mamá. No puede irse, me dijo que siempre me protegería, bajo su ala.

Isabel abrazó a su pequeña y la apretó contra su pecho como si temiera perderla también.

Manuel se fue a trabajar y simplemente no volvió. Un accidente de tráfico. «Un accidente». Esas palabras resonaban en su mente día y noche; las únicas palabras que recordaba de la llamada que recibió aquel fatídico día. Tras escucharlas se quedó en shock y solo volvió en sí al oír la alarma que tenía programada para recoger del colegio a su hija.

Ya habían pasado dos meses y madre e hija seguían llorando cada vez que se acordaban de Manuel. Isabel aún servía por error tres cubiertos al preparar la mesa para comer y África, con diez años, dormía con su madre porque tenía miedo de que entraran ladrones en casa y las hicieran daño. El vacío que sentían era tan grande que no parecía que fuese a llenarse jamás y el papeleo tenía bastante agobiada a la madre; es increíble el tiempo y esfuerzo necesarios para conseguir que a una persona se la declare oficialmente fallecida.

—No quiero banana.

—Tienes que comer fruta, es buena para tu salud.

—¿De qué sirve que cuide mi salud si luego me muero en un accidente de tráfico, atragantada o de cáncer?

Isabel, dubitativa, respondió:

—Para tener más papeletas de vivir una vida larga y plena. Anda, termina que llegaremos tarde al colegio otra vez.

La niña frunció el ceño e introdujo otro bocado en su boca de mala gana.

Poco después, caminando hacia el colegio, se disponían a cruzar un paso de cebra cuando una furgoneta pasó a toda velocidad sin verlas y… Isabel y África cayeron de culo hacia atrás mientras veían cómo frenaba la furgoneta unos metros más adelante. El conductor bajó junto con otro hombre; por sus uniformes debían ser pintores; tenían las caras desencajadas del susto y las ayudaron a levantarse, dado que estaban paralizadas aún en el suelo. Se disculparon con verdadera vergüenza y el conductor dijo a Isabel:

—Menos mal que ha reaccionado usted a tiempo, porque como hay un monovolumen estacionado junto al paso de cebra y vamos con prisa, no las he visto.

—Isabel, todavía pálida y con los ojos inexpresivos, solo pudo titubear cuatro palabras: «yo – no – he – sido».

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Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas, Poemas para pasear y de Cuando no quedan lágrimas.

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