La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 6: La clase de yoga

La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 6: La clase de yoga

Nuevo capitulo de este relato sobre las aventuras de estos ancianos. La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 6: La clase de yoga

Una tarde tranquila de primavera, mientras los residentes de la residencia Edén disfrutaban de sus actividades habituales, Doña Margarita, la directora, decidió introducir una nueva y saludable propuesta. Inspirada por el entusiasmo de los residentes en sus recientes aventuras y, queriendo ofrecerles algo que pudiera beneficiar tanto su cuerpo como su mente, anunció con gran alegría la llegada de una instructora de yoga.

—Queridos —dijo Doña Margarita, interrumpiendo una animada partida de cartas en el comedor—, he pensado que sería bueno para todos nosotros —sí, yo también participaré— probar algo nuevo: ¿qué les parecería realizar una clase de yoga?

Las miradas que le devolvieron los residentes fueron una mezcla de curiosidad, escepticismo y, en algunos casos, abierta diversión. Yoga no era precisamente lo primero que les venía a la mente cuando pensaban en una tarde relajante.

—¿Yoga? —Preguntó Don Ernesto, levantando una ceja—. ¿Eso no es para jóvenes que pueden torcerse como churros?

—¡Exacto! —Respondió Doña Margarita, ignorando la broma—, pero hay muchas formas de hacer yoga y, la instructora que viene hoy, es experta en trabajar con personas mayores. Estoy segura de que nos hará sentir cómodos y, lo más importante, ¡de que nos divertiremos!

Doña Luisa, siempre abierta a nuevas experiencias, fue la primera en mostrar entusiasmo.

—Bueno, yo estoy dispuesta a intentarlo. ¿Qué tenemos que perder?

—Quizás la dignidad —bromeó Don Ramón con una sonrisa traviesa que mostraba su disposición a seguir la corriente.

Esa misma tarde, mientras el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados, los residentes se reunieron en el salón principal, el cual había sido despejado y equipado con unas mullidas colchonetas de yoga de diferentes colores.

Todos estaban expectantes y nerviosos.

La instructora, una mujer de complexión atlética, enérgica pero dulce, se llamaba Alejandra. Llegó con una gran sonrisa y una actitud calmada que de inmediato tranquilizó a todos al comenzar a darles la bienvenida:

—Es un placer estar aquí con ustedes. Vamos a relajarnos, a estirarnos un poco y, sobre todo, a disfrutar. No se preocupen, no voy a pedirles que hagan nada imposible y lo que no puedan hacer no lo hagan. Todo será suave y a su ritmo —explicó mientras se movía por el salón, ajustando las colchonetas y asegurándose de que todos estuvieran cómodos.

Los residentes, algo indecisos, se sentaron en sus colchonetas con mayor o menor dificultad. Algunos como Doña Carmen y Doña Luisa, se acomodaron con relativa facilidad, mientras que Don Ernesto y Don Paco luchaban por encontrar una posición en la que no se sintieran ridículos.

—Esto ya es más ejercicio de lo que esperaba! —Murmuró Don Ernesto mientras intentaba cruzar las piernas. Su frágil cuerpo parecía que iba a romperse en cualquier momento, mientras sus ojos, oscuros y profundos, no dejaban de mirar a la monitora.

Alejandra se dio cuenta y, con una sonrisa paciente, comenzó la clase.

—Vamos a hacer tres respiraciones profundas y después me imitaréis en lo posible los estiramientos que haré.

Los hizo sentarse con la espalda recta y levantar los brazos hacia el cielo.

Todo iba bien hasta que llegó el momento de intentar posturas más avanzadas como la del gato-vaca.

—Ahora, vamos a intentar algo llamado gato-vaca —dijo Alejandra, demostrando la postura—. Es un movimiento que alterna entre dos posiciones. Primero arqueamos la espalda como un gato y luego la bajamos como si fuéramos una vaca. Es muy bueno para la columna vertebral.

Los residentes observaron a Alejandra con diferentes grados de escepticismo. Mientras Doña Luisa y Doña Carmen lograron imitar la postura con bastante éxito, otros no tuvieron tanta suerte. Don Ramón, por ejemplo, no pudo evitar que se le escapara una pequeña flatulencia que fue recriminada con premura de forma generalizada y con todo tipo de frases peyorativas. El hombre se disculpó de inmediato profundamente avergonzado.

—¿Gato? ¿Vaca? ¡Yo creo que parezco más un burro! —Exclamó, provocando risas en el grupo.

Don Ernesto seguía absolutamente embelesado mirando a Alejandra como si tuviera quince años y ponía todo su empeño en seguir sus instrucciones.

Las cosas se complicaron aún más cuando Alejandra decidió intentar una postura en la que los participantes debían estirarse hacia sus pies, mientras mantenían las piernas rectas.

—¡Ahora intenten tocarse los dedos de los pies! animó Alejandra.

Don Paco, muy rígido, se inclinó con cuidado, pero su intento de tocar los dedos de los pies terminó en un equilibrio precario que lo hizo caer de lado, llevándose consigo a Don Antonio, que estaba a su lado.

—¡Creo que me están tomando el pelo! —Gritó Don Antonio, mientras ambos rodaban por la colchoneta, riendo a carcajadas.

Pronto, la sala se llenó de risas contagiosas mientras los residentes se enredaban en posiciones imposibles, caían en montones desordenados y hacían comentarios jocosos sobre su falta de flexibilidad. Incluso Doña Margarita, que había intentado mantener la compostura, terminó riendo tanto que tuvo que sentarse y tomarse un descanso.

Alejandra, lejos de molestarse, se unió a las risas.

—¡Eso es lo que quería! No se tomen el yoga tan en serio. Lo importante es moverse, relajarse y, sobre todo, divertirse.

Con el ánimo más relajado, llevó a los residentes a una serie de posturas más sencillas, como la postura del niño, en la que simplemente se inclinaban hacia adelante para descansar. Incluso esta postura no estuvo exenta de comentarios cómicos y alguna otra flatulencia de Don Ramón

¡Esto sí que lo puedo hacer! ¡Es como cuando me agacho a buscar algo debajo del sofá! —Exclamó Doña Carmen, provocando otra ola de risas—. Si mi marido me hubiese visto en esta pose… ¡no quiero ni pensar cómo se hubiera puesto!

Cómo no, todos estallaron en carcajadas, y es que la edad no está reñida con la picardía ni las ganas de vivir hasta el último aliento.

Finalmente, la clase terminó con una relajación guiada, donde los residentes se acostaron en sus colchonetas, cerraron los ojos y respiraron profundamente mientras Alejandra los guiaba en un ejercicio de visualización. A pesar de las bromas y de las caídas, el grupo se fue calmando y, al final de la sesión, todos se sintieron más relajados y de buen humor.

Cuando la clase concluyó, los residentes se levantaron de las colchonetas con algunas quejas y risas, comentando entre ellos lo mucho que habían disfrutado de la experiencia, a pesar de —o quizás debido a— las situaciones cómicas que se habían desarrollado.

¿Quién diría que el yoga podía ser tan divertido? —Comentó Don Ernesto, levantándose con una sonrisa y alguna que otra disimulada mueca de dolor. Se le veía de buen humor, con un  brillo especial en los ojos. Sacó un pequeño trozo de papel y un lápiz del bolsillo y se sentó en una silla a escribir con gran determinación mientras sus compañeros comentaban la clase con la monitora.

—Debo admitir que me siento mucho más relajada —dijo Doña Luisa, ajustándose la ropa, quizás no seamos unos profesionales, pero definitivamente tenemos nuestro propio estilo.

Alejandra agradeció a todos su participación y actitud, prometiendo regresar la próxima semana con más movimientos y, quién sabe, a lo mejor más risas. Al despedirse, Doña Margarita, aún sonriendo, aseguró que la clase de yoga sería una actividad regular en la residencia Edén, tras ver cómo había animado a los residentes.

Don Ernesto se acercó con una amplia sonrisa a Alejandra, le entregó el papel que había escrito y se marchó orgulloso y muy estirado… hasta que cruzó la puerta y volvió a su posición natural con un suspiro de alivio. El poeta de ahora no tenía el cuerpo del joven de antaño, cuando seducía a las chicas con sus versos. En la nota podía leerse:

«Tantos años hacía que mi estómago no temblaba,

hoy he recordado que aún puede arder mi corazón,

en tus ojos viven los míos

y a tu lado pierdo el control.

Quisiera ser tu aprendiz

de lo que me quieras enseñar,

con tal de estar tan cerca

que te pueda admirar.

Esta noche no tendré pesadillas,

tan solo sueños de juventud,

imaginaré que vuelvo a ser joven

tanto como tú.

Así podré expresarte confiado

lo mucho que me gustas

y que quiero bailar la vida a tu lado».

Esa noche, mientras los residentes se preparaban para dormir, hubo un consenso general de que, a pesar de los enredos y las posturas extrañas, la clase de yoga había sido un éxito rotundo. Y así, la residencia Edén, añadía otra anécdota memorable a su creciente colección de aventuras, demostrando una vez más que la vida, sin importar la edad, siempre tenía espacio para la risa, la diversión y un buen estiramiento.

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@sinvertock

Autor de: Cuando no quedan lágrimas, Vidas anodinas, Poemas para pasear, Relatos del día a día y Meditación para niños.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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