Nueva columna semanal sobre la situación económica del país. El taller de las ideas de Alcorcón: Ambición
Hoy hablaba con un amigo sobre la situación económica actual de nuestro país. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Yo, como buen español, tengo mi «teoría de barra de bar»: fue por culpa de la ambición.
Todo comenzó en una fecha clave: el 1 de enero de 2002. ¿Qué ocurrió ese día?
Que cambiamos nuestra querida peseta por el euro, una moneda cargada de promesas y de un gran espíritu de unión con los otros miembros de la Unión Europea.
Aunque España entró en la Unión en 1986, fue con el cambio de moneda cuando realmente se hizo patente para el ciudadano de a pie que a partir de ese momento todo sería diferente.
Como decía nuestro querido Antonio Ozores: «Ya somos europeos».
Pues bien, es cierto que todo cambió: las familias españolas pasaron de vivir con un solo sueldo y tener pagada su casa en quince o veinte años, a necesitar dos sueldos para conseguir alquilar un piso; no hablemos de comprarlo.
De un día para otro, el café de 100 pesetas pasó a costar un euro y el precio de la vivienda creció exponencialmente, no siendo así los sueldos.
Yo nací en 1979. Cuando me incorporé al mundo laboral con dieciocho años, busqué trabajo por las muchas obras en construcción de Alcorcón. No lo encontré. Muchos trabajadores eran extranjeros. Luego escuché durante años que los españoles rechazan ciertos tipos de trabajo y por eso era necesaria la inmigración. Claro, para aprovecharse de los pobres que no tenían donde caerse muertos y no tener que cumplir con la legislación laboral. ¿Alguien se acuerda de los heridos (creo que más de 700) y fallecidos durante las obras de la M-30, aquellas que endeudaron Madrid por años? Pues salieron reportajes en televisión en los que podían verse a los pistolas esperando en la puerta del metro a que un captador de alguna constructora les diese trabajo para ese día. Trabajaban durante jornadas maratonianas de hasta dieciséis horas e incluso de noche, creo recordar.
«En la construcción se gana pasta», suele decirse.
A ver, para hacer una comparativa justa entre este tipo de empleos y otros en los que se viste de guapo, hay que tener en cuenta factores como la penosidad del trabajo y el número de horas dedicadas. Si un albañil ganaba un buen sueldo en 2004, era echando horas extra, trabajando a destajo, en festivos y bajo condiciones que nada tienen que ver con las de una oficina. Seguro que no han llegado con los mismos achaques a la jubilación un trabajador de un banco y un albañil.
Tampoco disfrutó todo el mundo de las «vacas gordas».
Estuve un par de años descargando camiones a 500 pesetas la hora y desarrollando otro tipo de trabajos mediante ETTS. Recuerdo el día que estaba «verificando piezas de automóviles» en una fábrica de Alcorcón. Verificar significaba que me sentaban en una silla de plástico, sin mesa, a la escasa luz de un lejano fluorescente y tenía que encontrar arañazos en piezas metálicas mirándolas al trasluz. Al acabar la jornada tenía la vista más que cansada. Un día vino una inspección y me llevaron a una máquina que en aquel entonces no sabía lo que era (una fresadora). Me dijeron que permaneciera quieto y callado junto a esta hasta que se fueran.
Estuve trabajando de camarero en un bar con un contrato a tiempo parcial, cuando realmente trabajaba de lunes a sábado, incluso parte de la madrugada del sábado. Todo por 60.000 pesetas al mes.
O aquella ocasión en la que, trabajando para una gran empresa, debía limpiar unas pistas de deporte de una zona conflictiva de Madrid con solo unos guantes y una bolsa de basura para recoger pañales, restos de paella, preservativos y todo tipo de desperdicios; por 700€ al mes.
En la seguridad privada prácticamente renunciabas a tener vida social y había una alta tasa de separados debido a la obligatoriedad de realizar horas extras y de que te exigieran una disponibilidad que no te pagaban. Si decías que no ibas a trabajar porque era tu día libre, te amenazaban con dejarte a cómputo (sin ninguna hora extra, necesarias para llegar a fin de mes) o cambiarte a un servicio peor, eso sin hablar del número de cambios de turno que convertían a los pobres vigilantes de seguridad en zombis que poco podían vigilar.
Así podría seguir durante mucho tiempo, pero para qué.
Los salarios de los trabajos no cualificados o poco cualificados que no estaban relacionados con la construcción llevan mucho tiempo siendo más que insuficientes para sobrevivir (creo que cualquier persona que trabaje debería poder hacerlo, aunque sea sin ningún lujo) y la especulación no ha hecho más que subir el precio de la vivienda, pero nunca ha vuelto a bajar significativamente.
¿El resultado? Un empobrecimiento paulatino de la población, la desaparición de la clase media y la aparición de una nueva «clase media low cost», que vive despreocupada pero con una estabilidad y sueldos que no les permiten tener una capacidad de ahorro real y que requiere de dos personas para adquirir una vivienda. Cuando llegó la pandemia pudimos ver la fragilidad de esta nueva clase media y la indefensión tanto de los pequeños empresarios como de la clase baja.
Actualmente, las PYMES están amenazadas por las grandes empresas, con las que es muy difícil competir y, lo peor de todo, es que no parece que vaya a cambiar la cosa.
Mando todo mi apoyo al tejido empresarial local dando visibilidad a su esfuerzo y albergo la esperanza de que todo mejore por el bien de todos.
Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas y de Cuando no quedan lágrimas.
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