Nueva columna semanal que nos invita a una mesura en el disfrute de las compras post-navideñas. Desde mi Colmena en Alcorcón: Todos empoderados
Llegan las rebajas y los centros comerciales se llenan de hombres que quieren ser one million para conseguirlo todo en un chasquido, así como mujeres que quieren declamar con el acento más exquisito y sensual J’adore… mientras sueñan con oro o cualquier aleación que lo simule chorreando por las asas de un manojo de bolsas.
Todos guapos, todas guapas con la “guapura” cercada por los burdos límites de la superficialidad para dar la espalda, absurdamente, a la amenaza del avance biológico, porque cada vez está más prohibido envejecer. Y es que según los abominables cánones estéticos vigentes ya no tiene credibilidad ni valor lo de seguir creciendo con la edad; que eso de la sabiduría ganada con los años es cosa de los antiguos ancianos. A los actuales los invisibilizamos, los ignoramos; duele verlos porque en su reflejo de lo que nos espera solo vemos las arrugas y las enfermedades, no las infinitas vivencias y conocimientos de la vida atesorados para compartir con nosotros. Ya no tienen poder ni belleza porque no ganan likes.
La horda consumista (que no consumidora; ojo, que hay una diferencia), hambrienta de gasto fácil, arrasa las tiendas que se proveen de material fabricado en lugares lejanos donde las condiciones laborales permiten una explotación que, de momento, es ilegal en los países occidentales. Mientras tanto, las chimeneas de las fábricas de ropa, bisutería, zapatos… expulsan toneladas de contaminación en masas ingentes; one million, two million… Millones de niños, a su vez, son explotados en minas adonde solo puede acceder un cuerpo de su tamaño para extraer el mineral con el que satisfacer la feroz demanda de móvil nuevo, tablet nueva, tele nueva… (pese al buen funcionamiento del anterior).
En algún telediario, un locutor anuncia comedidamente, durante un espacio hiperreducido de tiempo (no vaya a tener más audiencia de la conveniente), la confirmación de un estudio científico según el cual la extensión mundial ocupada por zonas de vertedero ya supera a la forestal.
Y corre a por otra falda que no te hace falta. Y otra corbata que tampoco necesitas. Y convierte esa camisa que viste en Internet en tu santo grial para lograr la eterna belleza, el amor imperecedero y el sexo de las películas que te inspiraron esta locura desde tu infancia. Mátate por llegar al último par de tu número de esas deportivas que no van a sustituir a las anteriores porque a estas aún les quedan quinientas carreras para desgastarse del todo (no veo a nadie pelearse por los libros, maldita sea).
Y siéntete rica, pretty woman, o créete un atractivo Cruise en Top Gun tras conseguir esas gafas de sol que no te hacían ninguna falta pero han vuelto a ponerse de moda.
Mientras los humanos, estos monitos venidos a ¿más? (broma pesada de la evolución para el resto de especies), autoproclamados racionales, seguimos revolcándonos en efímera vanidad y revolvemos el mundo con millones de cachivaches ruidosos, ahogando y ensuciando lo que respiramos y lo que nos da de comer, los animales nos observan desde sus escasos espacios reservados: un parque natural, un zoológico o los parques urbanos (estos obviamente en el caso de las mascotas), con una perplejidad en sus miradas que hace dudar del alcance de su supuesta incapacidad reflexiva; todos ellos resignados a vivir en reducidos rincones que todavía les cedemos en este planeta calificado como universal, y sin embargo apropiado a la fuerza por el bípedo homo consumus freneticus (perdón por mi improvisado lenguaje latinajoide; el de verdad lo reservo para las de romanos).
Desde su humilde postura satisfecha con los recursos justos, los animalillos parecen contemplar nuestro galimatías de trastos y hábitos contaminantes como una telaraña imparable de caída en espiral a la destrucción irremediable. Si en un ejercicio imaginativo pudiéramos atribuirles una reflexión, se preguntarían qué hacemos nosotros en libertad y ellos no.
Al mirarlos, nos reímos con estulta vanidad de su supuesta bobería, brindando por nuestra supremacía como especie: chin-chin por la única y exclusiva destructora del medio que nos ha mantenido vivos.
Cuarenta y muchos graditos nos esperan este verano. Unos cuantos más que el año pasado y menos que el siguiente.
Pero no pasa nada porque estamos todos muy guapos y empoderados.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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