Desde mi Colmena en Alcorcón: Propósitos, sorpresas… la vida

Nueva columna semanal para despedirnos del año realmente preparados. Desde mi Colmena en Alcorcón: Propósitos, sorpresas… la vida

No hay final del año en el que no me venga a la mente la famosa cita: «El camino al infierno está empedrado de buenos propósitos« (creo que ya la cité en la columna “Pepito Grillo” con que nació ―si no me equivoco― Desde mi colmena en Alcorcón).

Esa palabra: propósitos, se repite cientos de veces en innumerables anuncios y posts que animan a tomar el día uno de enero como el comienzo de una nueva-buena vida.

Sin embargo, para esta que suscribe no existe peor día que el primero del año con su infernal sendero de propósitos: adoquines que se desmontarán y saltarán en el terremoto de los imprevistos que nos esperan, agazapados donde menos los esperamos.

Para empezar, el uno de enero hace un frío que pela. Por más que traten de mitigarlo el tradicional vals vienés y el entusiasmo que intentan transmitirnos sus excelentes bailarines bajo la cálida luz de sus lámparas palaciegas, una solo desea enroscarse en una manta como su mascota, compartiendo con ella el deseo de devorar las sobras de la noche anterior.

El festejo televisivo ha dejado una extraña nausea en nuestra memoria, provocándonos resaca de lentejuelas, así como de postizos actualmente ubicables en los lugares más inverosímiles del cuerpo. El fantasma de la Navidad presente (o futura) nos empacha con un empalagoso perfume de glamour caro pero chabacano (la elegancia murió) que nos impregna a través de su música de letras misérrimas y ritmos incomprensibles, mientras se alterna con el fantasma de las navidades pasadas, que deja el pestazo de los refritos cantados por embalsamadas criaturas que ya no creíamos en este mundo. Lo peor es que todo esto siempre será mejor que haber tenido que acudir a cenar en el pasaje del terror: esa casa a la que nadie desea volver.

En fin… Recibo el nuevo año con el cuerpo revuelto por la penitencia anticipada y la bicicleta estática vigilando de reojo todos mis movimientos mientras la rasposa voz del Grinch susurra en mi nuca: ¿Lo ves? Hoy no iba a ser, y mañana tampoco. Ya te aviso, por si te quedaba esperanza.

En la televisión pasan del vals a la repetición compulsiva de imágenes de la noche anterior; se me encogen las venas ante los extraordinarios ejemplares que corrieron la San Silvestre, desprendiendo más vaho que una locomotora a temperaturas polares. Verlos en pantalón corto y tirantes me provoca un repelús que me lleva a encogerme aún más, royendo como un hamster algo que he encontrado por ahí antes que el perro.

Observo las hercúleas anatomías desde este cuerpo, cada vez más redondito y blando; definitivamente: más hamster. Solo me falta la pelusilla suave y la voluntad de subirme a dar vueltas en una rueda. ¿Qué fue de mi tabla de salvación? Algún dios o diosa han castigado aquel vanidoso artículo.

En fin… nos proponemos tantas cosas que algún ente piadoso debería sumarle veinte horas más al día: dormir más, ver más a los padres, alargar los paseos del perro que últimamente se siente estafado en su vida de perro de escritora; quedar más con los amigos, comer menos de eso y más de aquello, etcétera… Ya estamos empedrando. Cuidado…

Ya no recuerdo quién dijo: “la vida es eso que nos pasa mientras nos empeñamos en hacer otros planes” (añado propósito: trabajar la memoria), pero acertó de lleno.

Así que vamos a buscar el equilibrio, la moderación, máxima del Tao que me propuse aprender y ahí sigue: en blanco.

Que hay que cuidarse es cierto, pero sin imponerse hábitos espartanos; lo justo para que ninguna enfermedad o un envejecimiento precoz nos priven de vivir momentos increíbles que también nos esperan, ocultos, para sorprendernos llegando incluso a colmarnos de felicidad.

Hay que llevar una agenda, pero no de esas con flagelo incorporado a las tapas por si faltas a tu compromiso contigo mismo.

Seguro que en el amplísimo inventario de ingenios actuales encontramos alguna agenda en cuyo final de página leamos: “¿No pudo ser? No pasa nada. Dentro de un año te acordarás pasando los cumpleaños a otra agenda y verás cómo la vida continuó sin que hicieras esto en el día señalado.”

Al leerlo te reirás, relativizando aquello, reduciéndolo a una anécdota insulsa en todo un capítulo (el año) lleno de momentos intensos y nuevos descubrimientos que jamás habrías imaginado vivir (talentos ocultos, nuevas amistades, el amor que quedó descartado de tu vida, un viaje que creías imposible…).

Porque de eso se trata, más que de contar años, campanadas o propósitos: de vivir preparados para recibir todo lo bueno que nos espera sin estar planeado. (para lo malo nunca lo estaremos, así que no lo pensemos).

Feliz 2023 a todos. Que las mejores mieles fluyan por cada día que viváis enriqueciendo vuestro nuevo año.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una brujapueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo.

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