Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Hacemos magia?

Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Hacemos magia?

Nueva columna semanal con la que os sugiero probar un disfraz muy especial para acceder a un mundo inaccesible a los mortales. Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Hacemos magia?

Lo primero que he de pedirte es que ocultes este texto a los más peques porque… he sido Melchor. Esta semana me concedí un regalo muy especial: convertirme en rey mago. Durante una mañana usurpé la identidad de uno de los personajes más queridos por los niños, para conquistar una dimensión vetada a cualquier otro adulto sin excepción; incluso a los propios padres.

Es una experiencia inimaginable. Te conviertes en un personaje que está más allá de todos los super-héroes que conozcas. Mientras que estos son justicieros y reparten mandobles y rayos castigadores contra los malos, Melchor es cien por cien bondad y puede conseguir cualquier cosa. Incomparable por goleada.

Esta conclusión nació tras constatar la sorprendente extroversión que un rey mago provoca en los peques.

Colarse en ese espacio fantástico, en el templo de magia sostenido sobre el brillo de los divinos ojos de un niño, suena casi sacrílego. Te pones un disfraz y burlas todos los mecanismos con que un pequeño se resiste a confiar en cualquiera para contarle mil y una ocurrencias maravillosas.

La verdad es que dicha impostura te provoca algo de remordimiento. Pero cuando recuerdas cómo tuviste que tensar las riendas del corazón para no dejar escapar un abrazo, una mirada materna o una lágrima (para lo que también hay lugar, desgraciadamente), te das cuenta de que tú eras el impostor  adecuado, el intruso que merecía acceder al privilegiado lugar: frente a esos ojos exultantes, solo comparables al júbilo de las temblorosas sonrisas; unas cubriendo más dientes que otras, todas enmarcando una fuente rebosante de deseos y curiosidad a la que, lamentablemente, había que poner freno para dar paso a más niños.

Filas de pequeños milagros esperaban turno, asomando por un lado y por otro sus prodigiosas cabecitas; impacientes, portando cada uno su preciosa carta llena de dibujos, esbozos, garabatos o pegatinas… dependiendo de la edad del artista (tal como les llamé a todos y cada uno de ellos).

Ser rey mago por un día (aunque te dejes las cuerdas vocales imitando la voz de Dani Mateo y quebrándola de mil formas para expresar diferentes emociones), es uno de esos momentos que nacen y se fijan para siempre en una parte de ti, como una estrella que quedará eternamente en el firmamento biográfico con el que hacemos balance al final de nuestros días. Contemplando la suma que conforma tan bella constelación es como sabremos si nuestra vida tuvo sentido, si entendimos su propósito.

Clase tras clase, fila tras fila, perdí la cuenta de las decenas de pequeños rostros que se sucedieron bañándome en la inocencia más decapante para un ser humano, solapado ―como todos― por decepciones, obligaciones alienantes y sinsentidos de la vida adulta llenos de injusticia y odios propios de títeres.

Todo es tan sencillo y hermoso en el reflejo de esas miradas…

Debería de existir un día del “niño maestro”, en que les cediéramos todos los medios de comunicación y nos limitáramos a escucharles. Nos sorprenderíamos ante la calidad de la atávica sabiduría que se nos ha ido perdiendo por el camino, similar a un hilo de esperanza derramado como fina arena por el agujero de un saco que se nos entrega lleno al nacer.

Hoy vuelvo a sentirme el ser más rico del mundo. No me canso de decirlo. Mis alhajas se cuentan y miden en sonrisas infantiles, en perros que me piden caricias, en viandantes que me regalan historias que solo un oído exclusivo de rey mago es capaz de apreciar.

De pronto me ha dado por recordar las veces que me han tachado de interesada por elogiar a determinadas personas hacia quienes siento sincera admiración y agradecimiento a su labor. Después de este ascenso paladeando los niveles más elevados de la franca inocencia, solo puedo lamentar la pobreza de espíritu que pueda llevar a ciertas personas a pensar así de los gestos de aprecio ajenos. Obviamente su fe en el ser humano, ese saco de esperanza antes mencionado, se ha vaciado completamente… lo lamento por ellos.

Pero volvamos a los niños, nuestros únicos reyes y magos, y sobre todo empleemos nuestra energía en lograr un futuro justo para ellos, que bien se lo merecen.

Estudia mucho, cuéntale todo, todo a tus profes, que son muy amigos míos―le dije a un pequeño, solo uno, que me rompió el alma en medio de la procesión de luceros―. Sé muy trabajador en lo que más te guste, verás qué bonito se volverá todo poco a poco. Tú solo sigue a los buenos y a los malos ni los mires. ¿Vale? 

Era un niño delgado, visiblemente descuidado, que vestía ropa pequeña y algo sucia. Me costó Dios y ayuda conseguir que elevara su rostro desde el otro lado de la mesa que nos separaba, abatido por una tristeza de la que no puedo ni imaginar su origen, un monstruo capaz de vencer hasta la titánica ilusión infantil frente a un rey mago.

Su mirada me devastó el protocolo y necesité añadir esas palabras al inventario.

Yo no tengo casa ―me dijo, al preguntarle qué regalo le hacía más ilusión. Tuvo que repetírmelo porque su voz no tenía fuerza.

Y yo deseé ser maga de verdad para cambiarle la vida. Pero un rey mago no hace Belén solo.

Hagamos magia juntos con un gran propósito para el año que entra.

Feliz Navidad a todos.

Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una brujapueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o de las imágenes que aparecen en este artículo.

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