Nueva columna semanal que reclama un brillo que no debe extinguirse: la ilusión de los niños. Desde mi Colmena en Alcorcón: Ilusión, fantasía y esperanza
Hoy comienzo mi reflexión, que nace en la reciente noche de Reyes Magos y ve la luz al domingo siguiente, con un delicioso fragmento de La historia interminable (Michael Ende):
―Fantasía nacerá de nuevo de tus deseos, Bastián, que se harán realidad a través de mí.
―¿Cuántos deseos puedo formular?
―Tantos como quieras… cuantos más mejor, Bastián. Tanto más rico y variado será Fantasía.
Esta bella conversación entre la emperatriz infantil y un pequeño ―pero muy ávido― lector no me resulta, sin embargo, tan inspiradora como el diálogo que se desarrolla entre el intrépido guerrero Atreyu y una especie de engendro lobuno enviado por el poder oscuro para matar a aquél e impedir así que salve el reino de Fantasía.
Lo que Atreyu ignora es que a lo largo de sus varias hazañas, tragedias, peligros, etcétera… en busca del salvador de Fantasía, ha ido guiando con el Aurin, su colgante, al joven Bastián, un mortal humano de nuestro mundo que tendrá la última palabra en la peliaguda misión, después de haber compartido todas las aventuras de Atreyu siguiéndolo página tras página.
En dicho diálogo, que solamente se halla en la versión cinematográfica de esta entrañable reliquia literaria (devorada en ambos formatos por una gran mayoría de la infancia boomer), se manifiesta una idea que me parece esencial y sumamente ligada a la anterior:
Si los niños pierden la ilusión, pierden el don de formular deseos. Si esto sucede, Fantasía muere.
Si Fantasía muere, los adultos perderán la capacidad de crear las esperanzas que nacían de la misma ilusión que vivía en su infancia.
En tal caso, el poder oscuro que envía a la bestia Gmork a destruir a todo aquél que trate de salvar la fantasía, logrará convertir a la humanidad en una masa servil, sin voluntad ni aspiraciones, sin sueños de una vida mejor, sin… deseos.
El motor que nos impulsaba a seguir generando la verdadera felicidad: inmaterial, intangible… quedará congelado, morirá nuestra esencia, la que nos diferencia de las máquinas. La voluntad humana quedará anulada y, por tanto, seremos fácilmente manipulables y consecuentemente sometidos al poder alimentado con la codicia siempre insatisfecha de una población que no sabe soñar (imprescindible por parte de Gmork alejarla de los libros estimulantes para esto), sino tan solo consumir y consumir a cualquier precio, atrapada en su pobreza y oquedad espiritual por satisfacciones efímeras y destructivas a largo plazo.
Ese mismo poder oscuro es el que crea la Nada que aniquila Fantasía y envía al feroz Gmork a destruir la última esperanza de salvarla. Finalmente, cuando todo se creía perdido, el valiente Atreyu habrá conseguido que un niño, Bastián, salve Fantasía, para sorpresa de ambos héroes. ¿Cómo lo conseguirá Bastián?
Formulando un deseo. Y otro, y otro…
Hoy, que en el aire todavía flotan generosos vestigios de ilusión infantil, quiero pediros esto:
Observad el brillo de los ojos de la fotografía. Y uníos a Bastián en la aportación de otro deseo:
Que ese brillo, ese crisol de nuestro mayor poder, nunca se apague.
Si lo hace, habremos perdido, definitivamente, el mundo que todavía nos mantiene a salvo: Fantasía. Y con ella, la esperanza.
Patricia Vallecillo es escritora y vecina de Alcorcón. Sus últimos libros, El maestro griego y Vidya Castrexa, pertenecientes a la trilogía Las abejas de Malia, así como el cuento infantil Letras para una bruja, pueden adquirirse en cualquiera de las librerías que se detallan en el siguiente link de acceso a su web: “Las abejas de Malia”, así como en Amazon.
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