
Nueva columna sobre renacimiento, uñas largas y una temeraria gata paseando por los tejados. Desde mi Colmena en Alcorcón: Pasando a gata
Bien saben los dioses que adoro a los perros, empezando por mi buen Happy, a quien pertenece todo el amor perruno que puede albergar un corazón humano.
No obstante, al margen de que en general amo y defiendo apasionadamente a todos los animales, de unos años a esta parte los felinos me han ido cautivando progresivamente; más concretamente, los gatos.
Con el paso de los mordiscos y los arañazos de la vida a través de múltiples agentes (humanos y circunstanciales), yo misma he ido sintiéndome, en mi evolución personal, más gato que perro.
No sé si todos los lectores de esta columna conocen la versión de “Catwoman” protagonizada por Halle Berry, en el año 2004. Esta metáfora de la mujer que muere dando lugar al nacimiento de otra me pilló agonizando en mi propia versión.
Mientras la buena, complaciente y cándida Patience (“Paciencia” en español; nótese la irónica intención del nombre inicial) era arrojada a la destrucción definitiva de su persona a través de un conducto de drenaje (como si literalmente la “limpiaran” del sistema por incomodar), la escarmentada Patricia empezaba a dejar de respirar en una saturada atmósfera cargada de hastío, ninguneo e indignación para llenar sus pulmones con la frescura necesaria para romper el corsé que oprimía su ilusión entre las costillas.
Porque, al igual que Patience, un día puedes llegar al límite que te hace morir por vivir tan harta día tras día, hundiéndote cada vez más agotada de nadar infructuosamente en las aguas de la ingratitud y el pisoteo, reducida a ese rincón donde ciertas personas de tu entorno te mantienen por su comodidad, valiéndose para ello de alimentar tus miedos, tus inseguridades y la duda constante sobre tus capacidades, experiencias y verdades, no vayas a borrar con tu brillo la sombra que nutría sus egos narcisistas y a ti te ocultaba lo justo para no destacar tanto como naturalmente te correspondiera.
La buena de Patience sería estudiada con honores por Robin Norwood, autora del libro que actualmente ocupa mis idas y venidas al trabajo: “Las mujeres que aman demasiado”. Dejando a un lado el título de dicho libro, hemos de centrarnos en el vórtice que según la autora rige toda relación tormentosa: una infancia donde ha primado la búsqueda de atención y afecto, donde el niño ha adoptado un rol que no le correspondía y sólo ha sentido que obtendría cariño si se comportaba de forma impecable, sin obtener resultado salvo muy raras y desconcertantes veces. Norwood concluye que la vida adulta de estas criaturas quedará condicionada y acabarán uniéndose a personas que les proporcionarán la misma clase de relación que les resulta familiar y por tanto, cómoda pese al dolor pero tortuosa al fin y al cabo.
Viendo el comportamiento inicial de Patience, una se imagina tales orígenes en ella, de manera que ella considere normal que, por ejemplo, en el departamento de Marketing donde trabaja los jefes la traten como un deshecho a la menor disconformidad con su labor.
Patience mendiga con la mirada, agradece cualquier gesto amable hacia ella como si fuera un milagro y continuamente se disculpa hasta por respirar. Se desvive por ayudar a otros y hasta se juega la vida en una cornisa por salvar al gato que precisamente se la devolverá (bueno, esto último lo comprendo).
La transformación psíquica de Patience será fascinante. Tras su caída, muerte y el rescate de su cuerpo por parte de unos cuantos mininos, Medianoche le devuelve su alma y le regala otra que gradualmente irá apoderándose de los gestos y palabras de Patience. Poco a poco irá emergiendo una catwoman desde su interior: una mujer-gato que no va a disculparse por aquello de lo que no tiene la culpa, que no se va a esconder más entre ropas holgadas ni va a tener miedo a decir y exigir lo que desea y merece; que va a pasearse por los tejados en toda su exuberancia mientras busca justicia y va a desafiar y enfrentarse con un valor gatunamente burlón (“al valor le encanta reírse”, que dijo Nietzsche) al abuso y especialmente a aquellos que tras consumir sus ilusiones, su fe en su talento y su derecho a vivir plenamente hasta aniquilarlo literalmente, pretendieron acabar definitivamente con su mermada vida eliminándola tuberías abajo como si tuvieran derecho a librarse de quienes consideran “perdedores” tirando de la cisterna.
No contaron con que matando a la señorita Paciencia con su abuso, propiciaban el nacimiento de una mujer gato con las uñas más largas y las ideas cada vez más claras.
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Patricia Vallecillo – escritora y presidenta de la Asociación de Escritores 100 Miradas.
Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.
web: https://las-abejas-de-malia2.webnode.es/
Facebook: Las Abejas de Malia libro
Instagram: escritorapatriciavallecillo
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