Apuntes desde Alcorcón: Nos salvamos nosotros

Apuntes desde Alcorcón: Nos salvamos nosotros

Alberto Viña nos trae una nueva columna semanal sobre la importancia de nuestro circulo personal en lo profesional. Apuntes desde Alcorcón: Nos salvamos nosotros

Tuve un profesor en la universidad que decía que él no tenía mujer, hijos ni prácticamente amigos para que no pudieran comprarle de ninguna manera. Que a él le bastaba con dar clase y –esto es literal- jugar al Grand Theft Auto.

Era un tipo bastante peculiar. Casi sacado de House of Cards. Un personaje de los pies a la cabeza. Brillante en lo académico pero incapaz en lo personal. Es el único profesor de la carrera con el que he tenido mis más y mis menos. Pero tengo que reconocerle que era redondo defendiendo sus valores. Yo, a diferencia de él, sería incapaz de anteponer mi integridad a mi círculo personal y a su bienestar. Mi profesor no se refería específicamente a la meritocracia, pero yo le encontré la asociación a su frase y al concepto y me gusta recordarlos a la vez.

Cuando hablamos de meritocracia y enchufismo siempre me acuerdo de una entrevista que le hicieron a otro tipo peculiar: Orson Welles. Le preguntaron si alguna vez escogió a algún amigo por delante de un actor más apropiado para algún papel. Orson respondió que frecuentemente. Le preguntaron si se arrepintió y respondió que frecuentemente. Y le preguntaron si volvería a hacerlo, y contestó que sí. Que él escoge la familia y las amistades por delante del éxito o la excelencia. Creo que yo sería igual. Todavía no he tenido la oportunidad de demostrarlo, pero me gusta pensar que sería como Orson Welles -en general, también os digo-.

¿Qué desalmado escogería a cualquier otra persona por delante de un familiar o un amigo? Esto no va de la mentalidad que tenemos o dejamos de tener en España. De que no podemos quejarnos de que los políticos cometan enchufismo porque nosotros somos iguales. Va de humanidad y de empatía. De ser brillante en lo personal sin importar cómo seamos en lo académico. Me parece enormemente aterrador lo aceptado que tenemos que ser exitoso depende casi en exclusiva de los resultados profesionales.

Pero si nos centramos en lo profesional, dice Sergio del Molino en su columna de esta semana que la actitud es lo más importante en estos asuntos. Que todo va de echarle morro. Él y sus amigos de barrio eran honestos y humildes. No conocieron otra cosa hasta que llegaron a la universidad, cuando compartieron pupitres con amigos ricos. Estos entendieron desde niños que si entrabas con paso firme a una casa, como si fueras el dueño, nunca te dirían nada. Con los años, Sergio y sus amigos fueron entendiendo lo que debían hacer para asomar un poco la cabeza. Pero no fue nada fácil. Quedaba el cargo de conciencia de los años de crecimiento impregnados en la humildad. Quien lo logró se llevó los aplausos de Sergio, porque adoptaron los rasgos de caradura de los pudientes.

Es evidente que la meritocracia no existe. Que todo consiste en estar en el lugar indicado en el momento justo. Por eso, con lo difícil que es hacer que coincidan, es casi moralmente obligatorio echarle una mano a quienes llegan mal o tarde. Si no nos salvamos entre nosotros nadie nos salvará jamás.

AV

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