Capitulo 7 de las entregas sobre un vigilante de seguridad en Alcorcón. Un vigilante de seguridad en Alcorcón: Noche en el psiquiátrico
—Sí cariño, mañana libro e iré a verte. Lo estoy deseando. Es que ha habido un descubierto y tengo que ir a trabajar a un sitio nuevo.
—Te echo de menos, papi.
—Y yo a tí, mi cielo. ¿Quién es la nenita de papá?
—¡Yo!
—¿Eres mi Mashita?
—¡Sí! Y tú mi osito. Te quiero, papi.
—Y yo, mi amor. Descansa, hasta mañana.
—Hasta mañana. Pásalo bien en tu trabajo.
Pepe nunca hubiera imaginado lo que le esperaba en un lugar así. Era un edificio imponente con paredes grises y ventanas estrechas que parecía más una prisión que un lugar de sanación. El hospital estaba ubicado en las afueras de Madrid. Esa noche, la empresa de seguridad le había asignado ese servicio para cubrir un descubierto. Cuando llegó fue recibido por un enfermero de guardia, un hombre alto y delgado con ojeras profundas y expresión cansada.
—Buenas noches —dijo el enfermero ofreciéndole una mano enorme de dedos finos—, mi nombre es Luis.
Pepe se la estrechó.
—Hola, yo soy Pepe.
—Gracias por venir esta noche, puede que sea un poco movida.
Pepe notó el tono de advertencia en la voz de Luis, pero simplemente asintió.
—No hay problema Luis, estoy aquí para ayudar. ¿Algo que deba saber? Luis suspiró y miró hacia el pasillo oscuro detrás de él.
—Bueno, estamos teniendo algunos problemas con un par de pacientes, uno en particular ha estado muy agitado, dice que le están comiendo bichos por dentro —Luis se detuvo, claramente incómodo—. Y otro un tipo que ingresó esta tarde, un ex boxeador lleno de heridas y pinchazos. Lo trajeron porque estaba completamente fuera de sí, probablemente por las drogas.
—Pepe frunció el ceño y comenzó a hacerse una idea de lo que le esperaba.
—Entiendo que hay algún protocolo sobre cómo proceder con ellos.
Luis se sintió aliviado de que Pepe se tomara la situación con seriedad.
El paciente de los bichos, Alonso, es inofensivo la mayoría de las veces, sólo necesita ser vigilado. Pero el boxeador es otro tema, está sedado ahora, pero si despierta, podría ponerse violento. Solo asegúrate de que no se haga daño a sí mismo o a otros. Si algo se complica no dudes en avisarme.
En el vestíbulo el silencio era perturbador, solo roto por los esporádicos murmullos, gritos y gemidos que resonaban desde las profundidades del Hospital.
Pepe se ajustó el cinturón y comenzó su ronda tratando de mantener la mente clara. El hospital estaba dividido en varias alas, cada una dedicada a diferentes trastornos y tratamientos. Pepe fue pasando por las habitaciones, deteniéndose ocasionalmente por echar un vistazo a los pacientes que dormían. La atmósfera era tensa, como si algo estuviera a punto de suceder en cualquier momento. Llegó a la zona de observación intensiva donde estaba alojado el ex boxeador.
—Psss.
Alguien le chistó desde dentro de la habitación y decidió entrar.
—Tú, segurata, quítame estas putas cuerdas.
—Disculpe, señor, pero no puedo hacerlo. Se llaman correas de sujeción y en su caso tiene cuatro puntos de anclaje, así que por algo será.
—Yo no he hecho nada —replicó decepcionado intentando de forma infructuosa poner cara de bueno.
El tipo mediría metro ochenta y era fuerte. Se notaba que incluso en baja forma podría arrancarle la cabeza.
—¿Por qué le han traído aquí?
—Verá. Las putas drogas, me iba bien, muy muy bien, pero no supe decir no y aquí estoy.
—¿Pero por qué le han traído aquí y no a un hospital convencional?
—No sé, según el juez tuve enajenación mental transitoria y, aunque no lo recuerdo, por lo visto dejé sin sentido a dos policías a puñetazos. Me encontró otra patrulla deambulando desnudo por el arcén de la M-30.
—Vaya. ¿Y de qué iba puesto?
—¿De qué crees, pipiolo? De coca.
—Lo siento de verdad, espero que aquí le puedan ayudar. Si es fuerte, como parece, podrá salir de las drogas. Le deseo lo mejor.
—Gracias, segurata, digo… vigilante.
Pepe salió y continúo con su ronda. De repente, comenzaron a oírse unos gritos de terror espeluznantes unos pocos metros más adelante. Acudió corriendo y observó que era un paciente que también estaba atado a la cama. Avisó a Luis y después entró.
—¡Me comen! ¡Me comen los bichos! ¡Hagan algo!
El enfermo trataba de soltarse las correas sin éxito y se había dislocado una de las muñecas. Su desesperación era abrumadora. Pudo ver cómo su piel estaba cubierta de arañazos, como si hubiese intentado arrancársela con sus propias uñas. Justo en ese momento entró Luis con una jeringa en la mano, miró fugazmente a Pepe, que estaba aturdido sin saber qué hacer e inyectó algún tipo de calmante al pobre paciente, que en muy poco se calmó y le empezó a caer babilla por una de las comisuras de sus labios.
—Tranquilo, Pepe, no podías hacer nada más que avisarme, este hombre está muy mal. Vete a tomar un café si quieres, ya me quedo yo unos minutos para asegurarme de que se ha quedado completamente dormido y avisaré al médico para que le coloquen la muñeca.
—Gracias, la verdad es que estoy impresionado. Ha sido como si de verdad al hombre se lo estuvieran comiendo por dentro.
—Y así es, en su mente es real.
—Debe ser horrible.
—Venga, tómate un café y luego sigues.
—Gracias.
Pepe nunca olvidaría aquella noche. Había conocido cómo eran las personas cuando se les quebraba la mente.
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