Columna semanal de relatos de ficción, en esta ocasión la vida y las despedidas. Más allá de Alcorcón: Adiós
La vida es cruel, nunca nos deja tener certidumbre de lo que acontecerá ni nos da pistas para tomar decisiones certeras.
Vamos dando bandazos intentando encontrar la dirección correcta cuando de improviso, de la nada, aparece una roca que debemos esquivar o nos vemos obligados a encajar el choque lo mejor posible para tratar de no naufragar.
Y es que la típica frase: «cómo lo haces, yo no podría», la dice quien nunca se ha visto en tu misma situación, porque de ser así, entendería que no tiene ningún mérito seguir viviendo, es simplemente la fuerza que nos da nuestro instinto de conservación el cual tenemos todos si no estamos enfermos de la mente o simplemente la inercia de vivir.
Lo que sí difiere de una persona a otra, es cómo decidimos afrontar lo que nos ha ocurrido y, al igual que ante una situación de miedo, podemos reaccionar de tres maneras:
Huyendo. Si nuestra mente ha enfermado y decidimos terminar prematuramente con nuestra vida u optamos de forma egoísta cambiar esta por completo y dejar absolutamente todo atrás sin remordimientos.
Paralizándonos. Ya sea por enfermedad mental o simplemente porque nos hemos visto superados por lo que nos ha pasado, decidimos vivir sin pasión aferrados a la causa de nuestro dolor.
Enfrentándonos al obstáculo. Nos enjugamos las lágrimas y cogemos el timón de nuestra vida en lugar de dejarnos llevar por esta.
Pero existen diferentes situaciones que pueden darse tras reaccionar de cualquiera de los tres modos expuestos, situaciones que en ocasiones se salen de lo común: ¿y si optamos por huir, ya no estamos vivos, pero tenemos la oportunidad de hacer una última cosa?
Tras leer unas pocas líneas lo entenderéis. Voy a relataros lo que le pasó a Luis, un hombre que murió poco después de divorciarse:
Luis era un tipo normal, con una vida normal, un trabajo mileurista normal y una familia normal. Entiéndase que lo normal es un concepto subjetivo y que depende de múltiples factores externos.
Luis, después de muchos años con su pareja y con tres hijos, se encontró con que su mujer ya no quería estar con él. De repente, su mundo desapareció, perdió el norte y terminó viviendo en una habitación de un piso compartido para poder pagar las pensiones de sus hijos.
Su precaria situación económica, que no le permitía tenerlos consigo, le sumió en una pena tan profunda que terminó por abrirse las venas. Mientras veía fluir su propia sangre, una ansiada paz le invadió y sintió cómo el manto de la noche eterna le arropaba; pero por un instante, recordó algo tan importante que le aceleró el corazón de tal forma que la vida le abandonó aún más rápido.
Silencio, oscuridad, vacío… Sus sentidos no percibían absolutamente nada, tan solo una palabra en su mente: adiós.
Con la congoja y el ataque de desesperación que le llevó a auto extinguirse, olvidó despedirse de su familia. Entonces, poco a poco, comenzó a tener de nuevo conciencia de su cuerpo; pero lo sentía diferente, mucho más ligero. Abrió los ojos y se vio a si mismo tendido en la cama; bueno, su cadáver. ¿Qué significaba aquello? Se miró las manos, pero aún sintiéndolas no las vio.
Atónito, se recompuso y recordó aquel último pensamiento antes de morir. Se dirigió a una pequeña mesa y, para su sorpresa, pudo asir un lapicero con el que escribió en una libreta su último adiós:
«Hijos míos, siento haberos abandonado, pero no hubiera podido daros todo lo que merecéis. Mi vida ya no tenía… tiene sentido y el mundo seguirá girando aunque yo no esté. Vosotros saldréis adelante y vuestra madre por fin se habrá librado de un lastre.
Lucía, no sé qué hice tan mal, ni el porqué de tu continua insatisfacción conmigo. Siempre te fui leal y sincero. Te entregué todo mi amor y juventud esperando recibir a cambio tan solo unas pocas migajas de lo que yo te di. Vosotros siempre fuisteis mi prioridad y me apena sobremanera haber terminado así. Pero ya tienes lo que querías, no seré una molestia para aquello que anhelas sea lo que sea. Eres libre de buscar la felicidad allá donde piensas que la encontrarás».
En el momento que soltó el lápiz, se hizo la nada y su espíritu abandonó aliviado esta dimensión.
Pocos días después fue incinerado y sus restos guardados en un nicho.
Unos años más tarde, sus hijos fueron juntos al cementerio para cambiarle las flores y dejaron junto a estas una carta:
«Papá, allá donde estés, debes saber que fuiste muy importante para nosotros, te queríamos mucho y aún no entendemos por qué decidiste acabar con tu vida. Imaginamos que estabas enfermo y tomaste una decisión que desde luego fue equivocada.
Nos enseñaste el valor de la palabra, a respetar todo y a todos, a apreciar las pequeñas cosas de la vida, a amar y dejarnos amar sin vergüenza ni espinas, a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, a comprender que el mundo no tiene piedad y que nosotros debemos ser fuertes para poder vivir fieles a nuestros principios y valores…
Gracias por todo aquello que nos diste, que aún no siendo material fue mucho más importante. Sentimos que no te dejaras ayudar, porque nos hubiera gustado seguir aprendiendo de ti y teniéndote en nuestras vidas, pues aunque no lo supieras, eras nuestro referente para muchas cosas y un ejemplo de cómo no dejarnos arrastrar por el rebaño mediante el constante cuestionamiento de todas las cosas.
Pronto nos veremos, mientras tanto, si nos ves desde el lugar donde te encuentras, esperamos que estés orgulloso de los hombres en que nos hemos convertido.
Te queremos».
Jose Luis Blanco Corral es autor de Vidas Anodinas y de Cuando no quedan lágrimas.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
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