La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 5: El misterio del postre desaparecido

La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 5: El misterio del postre desaparecido

Nuevo capitulo sobre la historia de estos ancianos. La Residencia Edén de Alcorcón. Capítulo 5: El misterio del postre desaparecido

Era una mañana tranquila de otoño en la residencia Edén, con el sol asomándose tímidamente entre las nubes y los pájaros cantando sus melodías habituales. Los residentes, aún medio adormilados, comenzaban a reunirse en el comedor para el desayuno. Sin embargo, esa mañana estaban todos expectantes y susurraban con complicidad.

Por la noche, en la cena, podrían tomar su postre favorito: la famosa tarta de chocolate de Doña Valeria, la cocinera de la residencia. Esta tarta no era cualquier postre, sino una auténtica obra maestra, un deleite culinario que todos esperaban con ansia. La preparaba solo una vez al mes y los abuelos no hablaban de otra cosa durante días antes de su preparación.

Sin embargo, lo que nadie esperaba era que ese día, el tan esperado postre, desapareciera de la cocina sin dejar rastro. Doña Valeria la dejó en el refrigerador el día anterior y se había dado cuenta mientras preparaba el desayuno.

La noticia se extendió como un reguero de pólvora por la residencia cuando, Doña Valeria, con la cara lívida y el delantal arrugado entre las manos, irrumpió en el comedor para dar la alarmante noticia.

—¡La tarta ha desaparecido! —Exclamó, con una mezcla de asombro y pánico—. La preparé anoche, como siempre, y la dejé enfriando en la nevera, pero esta mañana… ¡no estaba!

Los residentes se miraron unos a otros incrédulos. Esperaban la tarta de chocolate con devoción, y la idea de que alguien pudiera haberla robado parecía inconcebible.

—¿Qué significa que ha desaparecido? —Preguntó Don Ramón, quien había estado soñando con su porción de tarta desde la noche anterior.

—¡Exactamente lo que he dicho! —respondió Doña Valeria, agitando las manos en el aire—, la tarta estaba allí anoche y ahora… ¡ya no está!

El comedor se llenó de murmullos mientras los residentes intentaban procesar la noticia. Nadie quería creer que uno de ellos pudiera haber tomado la tarta sin permiso, pero tampoco había otra explicación evidente.

—Esto es un misterio —dijo finalmente Doña Luisa, con una mirada resuelta—, y creo que deberíamos resolverlo.

—¡Eso es! —exclamó Doña Carmen, que siempre había disfrutado de las novelas de misterio—, podríamos investigar nosotros mismos.

El entusiasmo comenzó a crecer entre los residentes. La idea de embarcarse en una investigación para descubrir al culpable les parecía una manera emocionante de empezar el día. Y así, con el espíritu de una agencia de detectives en ciernes, decidieron iniciar la búsqueda del misterioso ladrón del postre.

El grupo investigador quedó compuesto por Doña Luisa, Doña Carmen, Don Ernesto, Don Antonio y Don Ramón, quienes, bajo la atenta mirada de Doña Margarita, la directora, tomaron la misión como un asunto personal. Armados con linternas, una lupa y una libreta, el equipo comenzó su investigación en la cocina, el lugar del robo.

Lo primero que notaron fue que en la nevera no faltaba nada más. No había huellas ni restos de la tarta, lo que hacía que el misterio fuera aún mayor. Sin embargo, Don Antonio, que era muy observador, encontró algo peculiar en el suelo cerca del refrigerador: una pequeña mancha de chocolate con una minúscula miguita.

—¡Miren esto! —exclamó, señalando la mancha con su lupa. —podría ser una pista.

—¡Buen ojo, Antonio! —Dijo Doña Carmen, tomando nota en su libreta—. Parece que alguien no fue lo suficiente cuidadoso.

El grupo decidió seguir unas pocas miguillas de chocolate que se extendían desde la despensa hacia el pasillo, posiblemente cayeron por el gran tamaño de la tarta y que la bandeja donde se apoyaba esta tenía unas dimensiones muy justas, por lo que cualquier roce las desprendió. Eran escasas, pero suficientes para guiar a los investigadores a lo largo de los corredores de la residencia, hasta que llegaron a una puerta que daba a uno de los patios traseros.

—¿Quién tiene acceso a esta área? —preguntó Don Ramón, frunciendo el ceño.

—Todos los residentes pueden salir al patio —respondió Doña Margarita—, pero pocos lo hacen tan temprano.

El equipo se aventuró al exterior, donde las manchas se detenían repentinamente, dejando a todos desconcertados. Sin embargo, Doña Luisa, que siempre había sido una amante de las plantas, notó algo extraño en un pequeño arbusto cercano.

—¡Aquí hay algo! —Dijo, señalando una rama que parecía haber sido aplastada recientemente. Al acercarse, descubrieron el envoltorio de un sobre de chocolate medio enterrado en la tierra y un cigarro aplastado de aspecto muy raro.

—Esto es parte de la tarta  —dijo Doña Valeria, que había seguido al grupo con el corazón en vilo—, está vacío, es el sobre del chocolate que usé para la cobertura.

Las pistas comenzaban a acumularse, pero seguían sin encontrar al culpable. El grupo decidió hacer una pausa en la investigación y regresar al comedor para analizar lo que habían descubierto.

Llegaron a la conclusión de que no tenían ninguna evidencia que les permitiese localizar al desalmado que les iba a privar de tan deseado placer, pero cuando pensaban que todo estaba perdido, Doña Valeria volvió llena de júbilo con al noticia de que habían devuelto la tarta, o al menos gran parte. Tendría que arreglarla un poco, pues el ladrón dio cuenta de un pequeño trozo. Los residentes se miraron entre sí desconcertados. Nadie esperaba que devolvieran el pastel.

—¿Por qué lo robaron entonces? —preguntó la cocinera.

Hubo un momento de silencio bastante incómodo, pues nadie tenía una teoría plausible para tal suceso, pero estaban contentos de haberla recuperado.

El sol acababa de ponerse cuando todos se reunieron para cenar y disfrutar del ansiado postre, y mientras saboreaban la tarta, no podían evitar sonreír, unas sonrisas que fueron aumentando hasta risitas y después auténticas carcajadas. No sabían por qué, pero todo les hacía mucha gracia: Doña Carmen se partía de risa al ver cómo Don Pepe intentaba recuperar a lengüetazos una miga de tarta atrapada en su bigote. Don Antonio se carcajeaba de la graciosa trenza que se había hecho esa noche Doña Luisa, la cual hacía lo mismo al ver cómo a él incluso se le escapaban algunas lágrimas.

Doña Margarita entendió que el pastel debía estar contaminado, por lo que hizo recoger lo que quedaba y llamó a las enfermeras por si sabían de qué se trataba. Estas, observando el panorama, sonrieron azoradas y le explicaron que podría tratarse de algún tipo de estupefaciente, pero que para averiguarlo tendrían que llamar a la policía para que analizasen los restos de tarta e hiciesen test a todos los afectados.

Cuando llegaron al hogar, los agentes se quedaron atónitos. Nunca habían visto una escena igual. Más que una residencia de ancianos parecía un botellón de veinteañeros. Todos reían y hablaban a voces contando chistes, batallitas de la mili y anécdotas graciosas de sus vidas. Pidieron refuerzos y requirieron que estos trajesen test para detectar algunas de las drogas más habituales, entre ellas, la marihuana.

Un par de horas después, los ánimos se habían calmado, de hecho, algunos se habían dormido en sus sillas y otros miraban absortos algún punto indeterminado delante de ellos.

Doña Margarita decidió instalar cuanto antes una cámara de seguridad en la cocina, dado que, aunque esta vez no habían tenido ningún disgusto, no podía permitirse un riesgo tan grande. Por suerte, no ocurrió nada y esa noche todos durmieron como bebés.

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@sinvertock

Autor de: Cuando no quedan lágrimas, Vidas anodinas, Poemas para pasear, Relatos del día a día y Meditación para niños.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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