Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente (final del relato)

Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente (final del relato)
Un capítulo más de la saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: Una cena caliente (final del relato)
Al salir del restaurante ya había oscurecido y debía haber treinta grados de temperatura. Se dirigieron a la Cervecería Villanueva de Ávila en la Avenida de las Retamas a tomar unas cervezas tostadas con unas riquísimas tapas y, cuando empezaron a recoger el local, los amigos se miraron con decepción, no querían que se terminara tan pronto la noche, a saber cuándo volverían a tener otra igual.
 —¿Y si seguimos la fiesta en nuestra casa? —sugirió Clara, mirando a los demás con una sonrisa que desafiaba cualquier objeción—, tengo una botella de vino que me regalaron con la cesta de Navidad y que hemos estado reservando para una ocasión especial, podemos tomárnosla juntos en nuestro ático, ¿qué os parece?
Sin pensarlo mucho, aceptaron. El trayecto en taxi fue breve pero divertido, el conductor resultó ser poeta y les dedicó unos cuantos versos improvisados que resultaron tener tintes eróticos:
SI SUPIERAS 
No lo buscaba, no lo esperaba, apareció.
Sin mi permiso, sin avisar, me encontró.
 
Algo que desconocía poseer,
que permanecía oculto a mi consciencia, 
cual felino al acecho para saltar
sobre su ingenua y desprevenida presa.
 
No puedo explicarlo, es una intuición,
algo está cambiando en mi interior,
dejaré espacio a lo que venga,
aún a riesgo de que sea amor.
 
Sin saberlo me encendías, a tu lado ardía,
no me daba cuenta de cuánto me atraías.
 
Esa tarde emocionante 
que unimos nuestros labios
hiciste volar mariposas
en mi estómago.
 
Cuando ardientes nos unimos
no podemos despegarnos,
cuando los dos somos uno 
el tiempo es un regalo.
 
Si me faltas, en la distancia 
aún te siento conmigo, mi amada.
 
 
Añoro tu sonrisa, cada segundo sin ti,
quedo vacío al separarnos y maldigo,
eres mi premio tras una vida insulsa,
si supieras cuánto deseo estar contigo.
 
Como la última pieza de un puzzle,
como la guinda de un pastel,
así te siento conmigo,
con la pasión de un chiquillo.
 
Amor, mi amor soñado,
tú conmigo y yo a tu lado.
Al llegar, Clara encendió unas velas en la terraza y Andrés puso música suave. El ambiente se volvió muy íntimo.
Entre el vino y la charla, las bromas se volvieron cada vez más picantes. Javier, un hombre habitualmente serio, dejó escapar un comentario inesperadamente coqueto hacia Clara, lo que provocó una risa de Lucía, pero no de incomodidad, sino de complicidad. Andrés no se quedó atrás y respondió con un cumplido hacia Lucía que hizo que ella desviara la mirada, coqueta.
Fue Clara quien rompió el hielo. Se levantó del sofá, tomó la mano de Lucía y la invitó a bailar.
—Hace años que no bailo con una amiga —dijo mientras sonaba una canción lenta. Lucía aceptó, riendo, mientras los hombres las observaban desde sus asientos. La cercanía entre las dos mujeres, el roce casual de sus manos, y un largo y excitante beso, despertó algo en ellos.
—¿Os váis a quedar ahí sentados? —preguntó Clara, invitándolos con una mirada provocadora.
Javier y Andrés se unieron sin decir nada, y lo que comenzó como una simple noche de amigos se transformó en un encuentro de exploración y deseo.
Sin saber exactamente cómo ocurrió y desinhibidos por el alcohol, las líneas rojas que definían sus relaciones se habían borrado.
La noche se volvió un juego en el que cada uno descubrió a los otros desde una perspectiva diferente. No había prisa ni incomodidad, solo una mezcla de risas, caricias y emoción. Los roles tradicionales desaparecieron y simplemente se dejaron llevar por la pasión.
Cuando finalmente el sol comenzó a asomar por las ventanas, los cuatro estaban exhaustos pero relajados, con una sensación de bienestar que no habían sentido en años. Clara, recostada en el sofá con una sábana medio cubriéndola que dejaba ver parte de uno de sus pechos, rompió el silencio:
—Bueno, esto sí que fue salir de nuestra zona de confort.
—O más bien ampliarla —añadió Javier. Y todos se echaron a reír.
—¿Creéis que ha cambiado algo? —preguntó Lucía, aunque su tono no denotaba preocupación, sino curiosidad.
—No, si no queremos que lo haga —respondió Andrés sonriendo mientras volvía de la cocina con un bandeja llena de cafés y bollería.
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