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Nueva saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: La gran noche (final)
—¿Y si vamos a algún sitio a mover el esqueleto? Este cuerpo sigue muy vivo y me pide fiestuqui —dijo Luisa—, podemos ir a una disco. Hace poco me quedé cuidando de mis nietos para que mi hijo y mi nuera pudieran salir solos y me contaron que fueron a una discoteca llamada Salvaje, en la calle Porto Lagos, muy cerca de aquí.
—Pues yo me apunto —contestó Carmen.
El grupo tardó cinco minutos en llegar; bueno, más bien diez; a Ramón, por culpa de los efectos del delicioso vino, le dio un poco de mareo y Carmen tuvo que llevarlo sujeto de un brazo.
Al llegar vieron la cabeza de un león pintada en la fachada.
—Pero Luisa, ¿a qué clase de sitio nos has traído? —se quejó Ramón.
—A uno donde lo pasaremos bien. No seas viejo.
Al entrar, pudieron escuchar música suramericana, y antes de pedir en la barra, ya estaban moviendo las manos y los pies al son de Willy García.
—¿Qué va a ser, chicos? Les preguntó la camarera con una tierna y divertida sonrisa.
—Pues unos cócteles variados estarían bien —contestó Luisa muy dicharachera.
—¿Estáis seguros?
—Pisco, tequila, mojito, cubalibre… queremos probar todo —replicó indignado Ramón, deseando olvidar las penas por una noche para olvidar por un rato su constante ir y venir a los médicos que combaten sus achaques por la edad— mira, niña, para lo que me queda en el convento, me ca…
—¡Ramón, esa boca! —le interrumpió Carmen antes de que terminara la frase—. Perdónalo, es que está un poco alegre mi amigo.
—Ya veo, no pasa nada. Prepararé un variado de chupitos.
Ramón miró a Carmen sorprendido y con los ojos muy abiertos.
—Carmen, ¿te he dicho hoy que estás muy guapa?
—¡Pero Ramón! ¡Válgame Dios, sí que te ha afectado el vino!
—Bueno, bueno, no quería ofenderte.
—Si en realidad no me ofendes, es que vas ebrio, no sabes lo que dices y probablemente mañana te arrepentirás.
—¿Sabías que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad?
—Mañana me lo cuentas.
En ese momento pusieron la bachata Una propuesta indecente, de Romeo Santos.
Ramón, rodeó decidido con su brazo derecho la cintura de Carmen y con la mano izquierda la derecha de ella, a modo de pasodoble, lo único que sabía bailar. Carmen, aturdida por tal atrevimiento, pero emocionada por esta oportunidad de dejar salir el amor escondido que le llevaba profesando desde hacía mucho tiempo a su amigo, desde antes de que falleciera su mujer, se dejó llevar.
Mientras tanto, Maruja y Pepe intentaban bailar a su manera la bonita canción, pero Pepe tropezaba constantemente.
—¡Bailar contigo es peligroso, pero divertido! —dijo Maruja riendo a mandíbula batiente.
Luisa charlaba animadamente con la camarera, quien no dejaba de reírse con sus historias.
El ambiente se volvió casi mágico. Había risas contenidas de otros clientes, pasos mal coordinados y una alegría especial esa noche.
Ramón y Carmen ya no bailaban, solo se habían quedado de pie quietos, abrazados, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor.
Finalmente, el grupo decidió que era hora de volver a casa. Se apoyaban unos en otros, canturreando canciones antiguas mientras caminaban por las calles vacías del barrio. Cuando llegaron a la puerta de Carmen se despidieron:
—No sé cómo estaré mañana, pero hoy me siento veinte años más joven —dijo Pepe, tambaleándose un poco mientras Maruja lo ayudaba a mantenerse en pie.
Carmen, con una sonrisa, observó al grupo y fijando su mirada en la de Ramón dijo:
—Si la resaca, el azúcar, el alcohol o el colesterol no nos matan esta noche, tendríamos que hacer esto otra vez.
—Bueno, creo que mañana podríamos reponernos del jolgorio con un buen cocido en el Mesón de Juan —añadió Ramón, deseoso de volver a ver a Carmen.
—Mañana hablaremos si seguimos vivos—concluyó riendo e impaciente Luisa, que estaba como loca por llegar a su casa y meterse en la cama.
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