Historias de borrachos en Alcorcón: La gran noche

Historias de borrachos en Alcorcón: La gran noche

Nueva saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: La gran noche

Era una fría tarde de invierno y un grupo peculiar de amigos se encontraba reunido en la sala de estar del piso de Carmen en el barrio de Torres Bellas. Todos eran septuagenarios como mínimo, pero la edad no había menguado sus ganas de pasarlo bien; al contrario, tras la jubilación habían recuperado y se habían buscado aficiones para ocupar su tiempo libre.

Carmen, con su estridente voz y su peinado de peluquería semanal, alzó una copa de licor y propuso:

—¡Salgamos a cenar! —anunció, con el entusiasmo de quien no acepta un no por respuesta—. Hace tiempo que no hacemos algo divertido y ya estoy harta de jugar al tute.

El grupo estaba compuesto por dos hombres y tres mujeres: Ramón, recién enviudado y algo despistado; Maruja, muy malhablada; Pepe, siempre con un chiste políticamente incorrecto pugnando por salir en el peor momento; y Luisa, que, a sus ochenta años, presumía de ser la más jovial del grupo y aparentaba una decena de años menos. Fue ella la que contestó a la proposición:

—Sí, acabo de cobrar la pensión y tengo motivos para celebrar. Voy a ser abuela otra vez.

Todos la felicitaron y estuvieron de acuerdo con el plan.

Se dirigieron al mesón Las Tejas. Cuando entraron, atrajeron algunas miradas curiosas, pero ellos no se dieron por aludidos.

—¡Una botella de tinto para empezar! —gritó Pepe, mientras Ramón intentaba recordar dónde había puesto su bastón.

Aurora exclamó:

—Pero Pepe, tendremos que cenar algo antes, que te va a subir la tensión, a ver si te va a dar algo mientras cenamos y te quedas tonto.

—Está bien, te lo compro, es que hace tanto que no salgo que me he venido arriba, pero ya no tengo treinta años.

La cena transcurrió entre carcajadas y comentarios jocosos sobre el peinado de Carmen, y Luisa, muy picarona por los tragos bebidos, miró descarada al camarero, un joven de unos treinta años muy simpático y educado.

—¡Chico! —exclamó Pepe—, cuidado con Luisa, que es peligrosa. ¡Todas las mañanas hace veinte sentadillas al levantarse! —bromeó, ganándose un bufido de su amiga y una mirada paciente del aludido.

Pronto, varias botellas vacías de Rioja se apilaron en la mesa, el grupo estaba más animado que nunca y no dejaban de brindar:

—Por el tiempo que nos queda, por los que ya no están y por la vida en general.

—Eso. El muerto al hoyo y el vivo al bollo —añadió Maruja, con una chispa de desafío a lo inevitable en la mirada.

Luisa, empezó a contonear las caderas; parecía haber olvidado que hacía un año que le habían operado una de ellas debido a la maldita osteoporosis que le había vuelto quebradizos los huesos. Muy emocionada animó a los amigos a no permitir que terminara la noche tan pronto:

Continuará…

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