Un capítulo más de la saga de microrelatos ambientados en nuestro municipio. Historias de borrachos en Alcorcón: La apuesta. Primera parte.
Esa noche el mundo parecía girar más rápido de lo normal. Hugo y Marcos habían cenado de maravilla en el Restaurante Asia de Móstoles que les había recomendado un amigo, e iban de vuelta a Alcorcón en taxi para tomar la antepenúltima en un pub.
Una vez llegaron, buscaron sitio en la barra y pidieron unas cervezas. Eran amigos desde que iban al colegio Alkor, y cada vez que quedaban solían recordar muchas anécdotas absurdas de las que probablemente nadie más se reiría.
—Te digo que puedo saltar desde lo alto de un banco del parque, dar una voltereta en el aire y caer de pie sin problema —dijo Hugo, señalando el banco imaginario que veía en su cabeza.
—¡Ni de broma! —se burló Marcos, limpiándose la espuma de la cerveza del bigote—. Tú no podrías saltar ni una raya pintada en el suelo sin tropezar, siempre tuviste dos pies izquierdos.
La conversación, animada por el alcohol y su habitual competitividad amistosa, escaló rápidamente. Hugo alzó la mano y juró solemnemente:
—Si salto y caigo bien, me invitarás a la próxima ronda. Pero si fallo… bueno, te pago todas las cervezas de la próxima noche —y le ofreció la mano esperando que aceptara el reto su amigo.
Marcos, con una sonrisa torcida y burlona, se la cogió para sellar la apuesta.
—Hecho. Pero voy a grabarlo, porque nadie va a creer esto si no lo hago.
Salieron tambaleándose del bar, riendo como niños en una excursión escolar. La calle estaba desierta, salvo por un par de gatos callejeros que miraban con indiferencia desde un contenedor de basura. Llegaron a un parque cercano, un lugar oscuro y tranquilo donde una farola parpadeaba como si estuviera la pila casi agotada.
—Ese servirá —dijo Hugo, señalando un banco de madera desgastada como si fuese el podio de un campeón olímpico.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Marcos, sosteniendo su teléfono listo para grabar.
—¡Absolutamente! —contestó el temerario, tambaleándose un poco pero confiado.
Subió al banco con torpeza cómica a la par que preocupante por las previsibles consecuencias. Marcos no dejaba de reír mientras grababa con una mano y sujetaba un vaso se tubo con la otra.
—¡Allá voy! —gritó Hugo, extendiendo los brazos como si fuera a volar. Un, dos, tres y… saltó.
La ejecución fue como era de esperar. Hugo perdió el equilibrio y aterrizó de bruces en el suelo. El impacto fue seguido de un grito breve y un gemido, que tras un minuto eterno en el que su amigo no hizo nada porque estaba paralizado, se convirtió en una carcajada descontrolada.
—¡Ha sido un desastre épico! —gritó Marcos sin parar de reir; pero no tuvo tiempo de burlarse mucho.
—¡Tú también tienes que intentarlo! —dijo Hugo, señalándole con el dedo mientras le salía sangre por la nariz—. ¿No tienes pelotas?
Marcos, impulsado por su espíritu competitivo y una buena cantidad de cerveza corriendo por sus venas que le hizo infravalorar el riesgo real, aceptó sin pensarlo dos veces.
—¡Sujétame el cubata, campeón! —bromeó mientras subía al banco con dificultad.
Hugo, todavía en el suelo, comenzó a grabar con su propio teléfono el intento de Marcos. Se reía tanto que apenas podía mantener el encuadre.
—¡Soy un gimnasta profesional del salto! —gritó el retado.
Os recuerdo que podéis adquirir mi último poemario, Muy Personal, en la web de la editorial Loto Azul. Y si sois de Alcorcón o Móstoles, os lo puedo entregar en mano contactando conmigo a través de mi Instagram @sinvertock.
*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.
Sigue al minuto todas las noticias de Alcorcón. Suscríbete gratis al
Canal de Telegram
Canal de Whatsapp
Sigue toda la actualidad de Alcorcón en alcorconhoy.com