Nueva columna semanal con la música como máquina del tiempo. El taller de las ideas de Alcorcón: viviendo deprisa
Son las nueve y cuarto de la mañana. Recorro los pasillos del supermercado absorto en todas las tareas que debo realizar hoy. En el pasillo de las frutas y verduras, cojo una bolsa de zanahorias, pimientos, tomates, cebollas y ajos. Me harán falta para guisar unas lentejas.
Observo que los clientes, al igual que yo, deambulan entre sus pensamientos. Siempre tan atareados, como hormiguitas recolectando para su hormiguero.
Se escucha un molesto chirrido por todo el local y resulta ser uno de los carritos. Un hombre mayor lo empuja afanoso y las ruedas de este le llevan la contraria intentando dirigirse hacia otra dirección. Enfadado, lo deja aparcado junto a una columna y saca de uno de los bolsillos del abrigo una gran bolsa de rafia.
Camino hacia la sección de lácteos y, sin ser consciente, comienzo a canturrear la canción que se escucha de fondo: Viviendo deprisa, de Alejandro Sanz.
Mientras busco los yogures naturales, escucho la voz de una mujer tarareando también la canción, así que me giro y encuentro a una chica que debe tener aproximadamente la misma edad que yo. Nos miramos con complicidad y sin poder evitarlo sonreimos.
Es curioso cómo la música marca etapas de nuestra vida; resiste los años escondida en algún rincón de nuestra memoria para asomarse cuando menos te lo esperas.
Su poder de evocación es increíble, pues lleva ligada el contexto del tiempo en que la escuchamos, un conjunto de recuerdos a veces lúcidos y otras inconexos. Incluso, si una canción fue testigo de un sentimiento muy fuerte, aunque la oigamos años después, puede despertar en nosotros ese mismo sentimiento. Un gran amor, una pérdida, una épica noche de fiesta…
La música puede unir a la gente, hacer que se sienta identificada con ideas y culturas o provocar reacciones más o menos conscientes. Hay quien la utiliza para entrar en trance y explorar su propio interior. Otros para relajarse, animarse, bailar, estudiar, conducir y las empresas de marketing e incluso las tiendas para vender. El poder y la necesidad de la música son tales, que desde que el hombre es hombre y en cualquier lugar de nuestro planeta, ha buscado siempre el modo de crearla, ya sea usando su propio cuerpo mediante la voz, palmadas, silbidos… o con objetos, golpeándolos o construyendo instrumentos capaces de generar sonidos.
¿Cuál es el motivo por el que hay melodías o ritmos que nos gustan y otros que no? Hay quien habla de simetrías, matemáticas, orden universal… pero yo pienso que la música es la ambrosía para los oídos de los dioses o el latido del corazón de Dios. Un lenguaje universal que es capaz de reunir espectadores, oyentes, ejércitos, aficionados y nativos de cualquier lugar del mundo.
Todo esto venía a colación de Alejandro Sanz.
Este tema es de 1991. Por aquel entonces yo tenía doce años. Cursaba quinto de EGB y para quedar con los amigos iba a tocarles el telefonillo de su casa, no se podían enviar mensajes por teléfono y el gasto en llamadas lo tenía restringido. Así que nos íbamos a buscar, pulsábamos el botón del portero automático y decíamos la tan repetida frase: ¿puede bajar fulanito?
Existían los videoclubs, como el Blockbuster, donde podías alquilar cintas de video para ver películas. También los locales recreativos, con máquinas de videojuegos a las que podías jugar por cinco duros. Y jugábamos al fútbol, béisbol o lo que fuera entre los coches estacionados. Aún me duele recordar como me rajé el glúteo al cortarme con un faro roto y no olvidaré que un vecino se cayó de la bicicleta justo encima de una jeringuilla. Sí, eran otros tiempos, te vendían los donuts y el pan del día envueltos en una hoja de papel marrón y con suerte, tus padres te dejaban quedarte con las vueltas y podías comprarte un Boomer con azúcar por un duro e incluso un sobre de cromos por veinticinco pesetas.
Podías encontrar quioscos y los campos de fútbol del municipio eran de arena. Los niños jugábamos en los descansos y dábamos patadas a algún balón etrusco tan duro como las piedras mientras nuestros padres compraban unos caldos calentitos en el puesto de pipas que había dentro.
Así es la música, un duende del tiempo que te puede transportar al pasado en un instante para revivir experiencias que creías olvidadas.
Jose Luis Blanco Corral es autor de la novela corta Cuando no quedan lágrimas, disponible en Amazon y de Vidas Anodinas, publicada por la editorial Suseya.
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