Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Y si nos toca a todos?

Nueva columna semanal sobre lo que tal día como hoy sería interesante experimentar. Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Y si nos toca a todos?

Nueva columna semanal sobre lo que tal día como hoy sería interesante experimentar. Desde mi Colmena en Alcorcón: ¿Y si nos toca a todos?

Un día, los dioses, hartos de la injusticia humana, arrojaron un castigo a los mortales que habitaban este planeta abusando de otros: hicieron que todos los pobres ganaran la lotería. Como la clase media había desaparecido, no encontraron dificultad en cumplir su propósito.

Desde todos los hogares humildes resonaron gritos de júbilo; incluso llantos de felicidad.

Un desagradable escalofrío recorrió el espinazo de la parasitaria nobleza, así como de los explotadores y políticos inmoralmente enriquecidos, cuando el rumor de toda aquella alegría los alcanzó ―desde allá por la periferia urbana, donde se hallaba lo ellos calificaban como inframundo― atravesando los ventanales y paredes de los restaurantes de lujo, los escaparates de los comercios exclusivos y los balcones de las lujosas viviendas u hoteles donde se encontraban en ese momento derrochando todo el dinero que a la mano de obra le faltaba para llegar a final de mes.

Los pobres se arrojaron a las calles a celebrar el premio. No había reporteros para retransmitir la noticia, pues incluso a ellos les resultaba insuficiente su sueldo para vivir dignamente, ergo… ellos también estaban celebrando su premio.

Por el aire, con chispeante alegría y algún vestigio de amargura ya pasada, circulaban carcajadas acompañando referencias a malos jefes; a empresas que no pagaban las horas debidas; a divorciadas/os que habían esquilmado antes del último juicio los bolsillos de sus exparejas hasta dejarlos en condiciones paupérrimas, sólo por llevarse la custodia de los hijos y utilizarla sin más fin que el de segar la nómina del susodicho con una pensión exagerada (sin más propósito, en fin, que el de causar el mayor daño posible para aliviar el despecho de un ego enfermo).

Entre jubilosas exclamaciones, todos ellos eran enviados, por fin, a ciertos lugares que no pueden mencionarse en esta columna (ya saben, uno que huele fatal, otro donde tomar por algún lado…), tal como tantas veces habían soñado sus hostigadas víctimas, ahora triunfantes portadoras de un décimo premiado.

Se cancelaron miles de hipotecas, que habían aportado a los bancos importes equivalentes al prestado sólo en intereses, obligando así a pagar al adeudado, por el préstamo de un piso, el valor de dos. Los bancos se encontraron perdiendo a los anfitriones objeto de su voraz parasitismo.

Miles de empleados faltaron a sus trabajos al día siguiente, sin importarles no recuperar definitivamente las horas trabajadas y no cobradas, incluidas las que impunemente les eran pagadas en “B” mientras los inspectores de trabajo miraban hacia otro lado.

Los divorciados que casi habían sudado sangre con cada apretón de soga de sus exparejas disfrutaron enormemente enviándoles fotos de sus nuevas viviendas, bellamente amuebladas para desquicie de aquéllas. Algunos incluían en la foto una imagen de su actual pareja posando para la cámara desde un precioso chaise-longue a lo «maja desnuda» de Goya, con una hermosa sonrisa y el dedo medio levantado.

Los economistas fieles a explotadores y demás chupópteros vaticinaron un apocalipsis económico. Pero no se dio tal, porque la mayoría de todos aquellos trabajadores, antaño frustrados, pasado un periodo de descanso del que acabarían hastiados, eran incapaces de continuar una vida sin producción. En su nueva vida como emprendedores, sumaron a su hábito laborioso la creatividad tantos años reprimida por una rutina impuesta.

Dicha posibilidad de desarrollar sus talentos, vocaciones y brillantes sueños ocultos, hizo que surgieran empresas realmente innovadoras dotadas de valores éticos muy superiores a las anteriores, que quebraron por no haber valorado debidamente a sus recursos humanos, con la consiguiente pérdida de éstos.

Los dioses se felicitaron: un nuevo orden propiciaría al fin una sociedad más cercana a la justicia perfecta.  

Patricia Vallecillo – escritora.

Blog: https://erase-una-vez-entre-otras-cosas.webnode.es/blog/

Autora de la trilogía Las abejas de Malia y del cuento Letras para una bruja.

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